jueves, 28 de marzo de 2024
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Papa celebró en Quito la Misa por la Evangelización de los Pueblos

Quito (Martes, 07-07-2015, Gaudium Press) Una compañía muy materna tenía el Papa hoy, en la multitudinaria misa celebrada en Quito en el Parque Bicentenario: La imagen milagrosa de la Virgen Dolorosa del Colegio San Gabriel, que recibida por calurosos aplausos arribó al Parque. Como estaba previsto, y después del encuentro informal con los obispos del Ecuador, el Papa Francisco celebró la eucaristía de la Evangelización de los Pueblos, junto a la gente numerosa que devota lo acompañaba. La homilía, es claro, versó sobre la misión, la evangelización.

En un mundo donde impera el egoísmo y el individualismo, Jesús nos envía a la misión, y no podemos retraernos de ella. Una misión, una evangelización, que «puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, sensibilidades, ilusiones y hasta de ciertas utopías. Claro que sí; eso creemos y gritamos. ‘Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos ‘mutuamente a llevar las cargas’ (Evangelii gaudium 67). El anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar, la convicción de tener un inmenso bien que comunicar, y que comunicándolo, se arraiga; y cualquier persona que haya vivido esta experiencia adquiere más sensibilidad para las necesidades de los demás (cf. Evangelii gaudium 9). De ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, ¡luchar por la inclusión a todos los niveles! Evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo, incentivando la colaboración. Hay que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin desconfianzas. ‘Confiarse al otro es algo artesanal, porque la paz es algo artesanal’ (Evangelii Gaudium 244)», expresó el Pontífice. Una misión que no es sólo hacia fuera, sino hacia adentro de la Iglesia.

Somos consagrados, aptos para la misión, aptos para «suscitar un encuentro con Él [Jesús], persona a persona, un encuentro que alimenta el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo y la pasión evangelizadora (Cf. Evangelii Gaudium 78)».

La unión con Cristo en la Iglesia no es homogenizadora, «no es uniformidad sino la ‘multiforme armonía que atrae’ (Evangelii Gaudium 117). La inmensa riqueza de lo variado, de lo múltiple que alcanza la unidad cada vez que hacemos memoria de aquel jueves santo, nos aleja de tentaciones de propuestas unicistas más cercanas a dictaduras, a ideologías, o a sectarismos».

Una unidad que entretanto nos establece en la hermandad, que nos hace hermanos. «Somos hermanos porque ‘Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba!, ¡Padre!’ (Ga 4,6). Somos hermanos porque, justificados por la sangre de Cristo Jesús (cf. Rm 5,9), hemos pasado de la muerte a la vida haciéndonos ‘coherederos’ de la promesa (cf. Ga 3,26-29; Rm 8, 17). Esa es la salvación que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia: formar parte de un ‘nosotros’ que llega hasta el nosotros divino».
El Papa concluyó su homilía recordando el dictamen paulino: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Co 9,16), «Y qué lindo sería que todos pudieran admirar cómo nos cuidamos unos a otros. Cómo mutuamente nos damos aliento y cómo nos acompañamos», dándonos.

Con información de Radio Vaticano

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