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Se dividen las aguas del Río Jordán

Redacción (Martes, 14-07-2015 Gaudium Press) De modo semejante a lo que ocurrió con el Mar Rojo, las aguas del Jordán se separaron para que los hebreos pudiesen atravesarlo a pie seco, y así penetrasen en la Tierra Prometida.

Después de 40 años de caminata por el desierto, los israelitas se encontraban junto al Río Jordán, en las proximidades de Jericó, comandados por Josué, que había sido ungido por Moisés para tornarse su sucesor.

Dos espías van a reconocer Jericó

Dios ordenó a Josué que, juntamente con todo el pueblo, atravesase el río para conquistar Canaán, o sea, la Tierra Prometida. Y agregó: «Nadie te podrá resistir mientras vivieres. Así como estuve con Moisés, estaré contigo […] Sé fuerte y corajudo, pues harás a este pueblo heredar la tierra que juré dar a sus padres» (Js 1, 5-6).

En esa época, siendo tiempo de cosecha, el Jordán transbordaba e inundaba sus márgenes (cf. Js 3, 15).
Josué envió dos espías para reconocer la ciudad de Jericó. Ellos atravesaron el río a nado y se hospedaron en la casa de una mujer llamada Raab.

El rey de Jericó, sabiendo de eso, envió soldados a aquella residencia a fin de capturar los dos hebreos. Pero Raab los escondió en la terraza, entre fajas de lino, y dijo a los militares que ellos ya se habían ido. Los soldados salieron inmediatamente en busca de los israelitas.

Una ascendiente de Cristo

La mujer, entonces, contó a los dos que los habitantes de Jericó supieron de los milagros hechos por el Creador en favor de los hebreos, entre los cuales la travesía del Mar Rojo. Y agregó: «Cuando oímos eso, tuvimos gran miedo […] y todo el mundo perdió el aliento por causa de vuestra presencia, porque el Señor vuestro Dios es Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra» (Js 2, 11).

En seguida, Raab les suplicó que, cuando Jericó fuese conquistada por los israelitas, ella y todos los miembros de su familia fuesen salvados. Ellos prometieron, bajo juramento, que serían salvados y le pidieron que, en el día en que los hebreos entrasen a la ciudad, ella amarrase un cordón de color escarlata en la ventana de su casa, que estaba junto a la muralla.

Los dos espías se retiraron y volvieron junto a Josué, al cual contaron lo que había ocurrido.

San Pablo (cf. Hb 11, 31) elogia la fe de Raab. Y San Santiago Menor, que en su epístola declara que «la fe, sin las obras, es muerta» (Tg 2, 26), exalta su buena acción «cuando hospedó a los que venían reconocer la región y los hizo regresar por otro camino» (Tg 2, 25).

Y San Mateo afirma que Raab fue ascendiente de Nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 1, 5).

«Cuán fuerte es la mano del Señor»

Josué ordenó que el pueblo caminase hasta las márgenes del Jordán; Dios dividiría las aguas y todos podrían atravesar el río a pie seco.

Los sacerdotes, cargando el Arca de la Alianza, se pusieron al frente del pueblo; cuando ellos tocaron con los pies las aguas, estas pararon formando una gran presa y el lecho del río quedó seco. Los sacerdotes permanecieron en medio del camino, siempre atajando el Arca, hasta que todos atravesasen.

Después, Josué mandó que los sacerdotes también fuesen a la otra margen. «Así que los sacerdotes que cargaban el Arca de la Alianza del Señor subieron y comenzaron a pisar la tierra seca, las aguas del Jordán volvieron a su lecho y corrieron como antes, cubriendo enteramente las márgenes» (Js 4, 18).

Terminada la travesía, Josué ordenó que con doce piedras retiradas del lecho del río -representando las Tribus de Israel- fuese hecho un memorial, para que todos se acordasen de ese portentoso milagro y supiesen «cuán fuerte es la mano del Señor» (Js 4, 25).

Significados simbólicos

Después de montar el campamento en las planicies de Jericó, los israelitas celebraron la Pascua; al día siguiente cesó de caer el maná, pues ellos comenzaron a alimentarse con los productos de la tierra de Canaán, que era fertilísima, donde corrían ríos de leche y miel (cf. Ex 3, 8).

Comenta San Juan Bosco:

Esta estadía de los hebreos en el desierto es figura de nuestra peregrinación por el mundo. La Tierra Prometida nos recuerda el Cielo, donde en la abundancia de todos los bienes gozaremos y alabaremos eternamente a Dios.

La cesación del maná significa que en el Cielo, con la plenitud de los bienes, gozaremos de la presencia corporal de Jesucristo, no más bajo las especies de pan y de vino, simbolizadas en el maná, sino real y materialmente como, cuando mortal, Él vivía en la Tierra.

El jefe del ejército de Dios

Josué partió en dirección a Jericó. Estando en los alrededores de la ciudad, él vio delante de sí un Ángel, con aspecto de hombre, de pie, atajando una espada desenvainada. Demostrando mucho coraje, Josué le preguntó:

– ¿Tú eres de los nuestros o de los enemigos?

Y el Ángel le respondió:

– Yo soy el jefe del ejército del Señor.

Entonces, Josué se prosternó y lo veneró.

Ese Ángel, juntamente con muchos otros espíritus celestes, sus subordinados, venía a dirigir la milagrosa toma de la ciudad de Jericó.

Pidamos a la Santísima Virgen que nos obtenga la gracia de ser fuertes y corajudos para enfrentar las dificultades que se erguen delante de nosotros y de la Santa Iglesia, para alcanzar, por la misericordia de Ella, el Cielo.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 36)
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1 – SÃO JOÃO BOSCO. História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p. 88.

 

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