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Santa Rufina y la búsqueda de la "transesfera"

Redacción (Miércoles, 26-08-2015, Gaudium Press) Emocionante la mirada de Santa Rufina, en la representación de abajo del círculo de Zurbarán, óleo que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de la Coruña, España.

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Santa Rufina -hermana de Justa y perteneciente a una modesta familia cristiana- no quiso un día dar la contribución requerida para la fiesta pagana de Venus. Rechazó radicalmente ese gesto idolátrico y por ello fue torturada, primero en el potro y luego con garfios de hierro. El prefecto de Sevilla viendo que estos y otros tormentos no la hacían sucumbir, finalmente la mandó degollar, pues ni siquiera un fiero león cumplió el cometido asesino, sino que más bien se le juntó a su ser como un mimoso gatito.

Pero más que la historia de la mártir, queremos analizar la expresión del rostro y todo el porte del cuadro de arriba.

Representándola digna y pura, el pintor logra sobre todo el cometido de expresar en el rostro el mundo sobrenatural en el que ella vivía.

Ella porta el producto de su trabajo, vasijas de barro, pues la Santa se dedicaba al oficio de la alfarería. Las vasijas la prenden un tanto a la tierra, pero más bien ellas se elevan junto a todo su ser tras su mirada contemplativa.

Su mano derecha indica que está «hablando» con el Creador, y sus ojos evidencian que ella vive en un mundo por encima del nuestro, junto con Dios.

La parte inferior del traje de Santa Rufina es voluminoso, alguien diría robusto, algo pesado. Entretanto todo él se eleva también tras su mirada de luz; sus delicados ojos tienen la potencialidad para elevar todo el conjunto.

¿Cuál es el mundo en el que vive Santa Rufina? Ella está contemplando verdades divinas, ella vive junto a las verdades divinas, esas verdades la elevan, la animan, la entretienen, son su luz, su paz, su alegría. Al tiempo que ella ya vive ahí, ella manifiesta en su rostro querer subir más, conocer más, estar más cerca de la Esencia de Dios.

El vivir en ese mundo «transesférico», es decir, por encima de esta esfera llamada tierra-terrenal, es la razón por la cual, por ejemplo, todo su porte tiene los rasgos de elegancia de una reina. Ella porta las vasijas, pero las vasijas terminan siendo un adorno de su mano, ellas se sienten orgullosas de estar recogidas con cierta displicencia por su mano; en su mano las vasijas de barro se trasformaron en pequeñas joyas. La otra que implora, tiene sus dedos en posición de suma elegancia; pocas representaciones de reyes otorgando un favor manifiestan esas finuras.

En el cuadro del círculo de Zurbarán Santa Rufina no tiene pretensiones arribistas de reina, ella es una digna alfarera. Pero la sublimidad de su espíritu sí hace que sus gestos, su rostro, todo el conjunto, hable de grandeza, de una superioridad muy por encima de la media.

Santa Rufina vive en la transesfera y crea la transesfera: al contemplar las verdades divinas, ella también va construyendo un mundo acorde a ellas, maravilloso, más bello, sublime, de gestos más bonitos, de elegancias más requintadas, de jarras de alfarero más bellas, ciertamente de construcciones y calles más bonitas que las que Santa Rufina haya podido contemplar. La contemplación del mundo transesférico ciertamente hacía sus pasos más nobles, su porte más sublime, su hablar más sabio. Ella iba siendo un espejo de la transesfera para los pobres mortales que hablaban con Santa Rufina.

Camino sublime aquel de la transesfera, que eso sí, no es sólo contemplación, sino que está ambientado por la lucha contra lo que más nos prende a la esfera-tierra, que es el pecado original. Lucha para la que contamos con todos los auxilios de oración y sacramentales de la Santa Madre Iglesia.

Por Saúl Castiblanco

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