jueves, 28 de marzo de 2024
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El Siglo de la Esperanza

Redacción (Miércoles, 14-10-2015, Gaudium Press) ¿Cómo llamar al siglo en que vivimos de «El siglo de la esperanza»? La Humanidad está tambaleante con tantos conflictos, crisis y catástrofes. ¿Cuál es la esperanza?

De modo semejante a Edelweiss – la flor alpina que, contra toda esperanza, brota en medio de la nieve – quien confía en la ayuda divina puede bien esperar que, incluso dentro del actual panorama, Dios intervendrá misericordiosamente rectificando el rumbo que nos lleve a Él.

En una retrospectiva histórica, bien podremos ver que podemos confiar.

El distante siglo V fue palco de importantes y graves acontecimientos para la Iglesia Católica. En medio al vocerío y a los saqueos de los bárbaros invasores, que arrasaban el antes altanero y siempre vencedor Imperio Romano, se reunió en Éfeso, bajo la égida del Papa San Celestino y con la actuación vigorosa del Santo Patriarca Cirilo de Alejandría, un Concilio que proclamaría para siempre el sublime dogma de la Maternidad Divina de María.

Más de quince siglos trascurrieron. Cada uno de ellos podría ser analizado bajo el ángulo de la intervención materna de María en los acontecimientos de la Historia. En ese suceder de eras, por la acción invisible del Divino Espíritu Santo, palpita en las almas electas un creciente anhelo de que se efectúe real y soberanamente el reinado de Aquella que impera más por la misericordia y la bondad que por cualquier otro predicado.

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San Luis Grignion de Montfort

Basílica de San Pedro, Roma

Así, por ejemplo, en el siglo XVII, el Santo misionero Luis María Grignion, de quien el futuro Papa Juan Pablo II fue gran devoto, clamaba en la previsión de una época en la cual María fuese más conocida, más amada y mejor servida: «Quien encuentra a María encontrará la vida (Pr 8, 35), esto es, Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jo 14, 6). […] Es preciso, por tanto, que María sea, más que nunca, conocida, para mayor conocimiento y mayor gloria de la Santísima Trinidad». Pero, continuaba: «¿Cuándo y cómo ocurrirá?… ¡Solo Dios lo sabe!… Cuanto a nosotros, cabe callarnos, orar, suspirar y esperar: ‘Exspectans exspectavi’ » (Sl 39, 2).

Pocas décadas antes, otro francés, San Juan Eudes, así se expresaba: «Pues quien adhiere a Dios es un solo espíritu con Él (Qui enim adhæret Deo, unus spiritusest cum eo). De modo semejante, la Madre del Salvador, estando toda elevada y como que extasiada y arrebatada en Dios, al pronunciar las palabras ‘Exulta mi espíritu», etc., imagina una multitud casi incontable de aquellos que tendrán por Ella una especial devoción y afección, y serán del número de los predestinados de los cuales Ella recibe una inconcebible alegría».

Hoy más que nunca, la humanidad, tambaleante delante de tantos conflictos, crisis y catástrofes, precisa y clama por la suave protección de María, la cual, siendo Madre de Dios, es Madre de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo, Dios hecho Hombre.

Nos es imposible prever el rumbo que tomarán los acontecimientos de este nuestro siglo. Tenemos, entretanto, la convicción de estar en el siglo de la esperanza, pues a él está reservado el privilegio de presenciar una espectacular y radiante aurora marial.

Seguros de que tal esperanza no será defraudada, repiten nuestros corazones la promesa proferida por Nuestra Señora en Fátima, en 1917:

«Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará»

(Adaptación de nota aparecida en la Rev. Heraldos del Evangelio, de marzo de 2011)

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