martes, 16 de abril de 2024
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Santa Edwiges: el matrimonio de la vida religiosa con la vocación fue la matriz de su feliz matrimonio – I Parte

Redacción (Jueves, 22-10-2015, Gaudium Press) Bertoldo, marqués de Meran y conde de Tiro, duque de la Carintia y de Istría, se había casado con Inés, hija del conde de Rottech. La feliz pareja tuvo varios hijos, de entre los cuáles Edwiges, nacida en el año 1174 en Andechs, en Baviera (Alemania).

1.jpgA los seis años Edwiges fue enviada al monasterio de Kicing, para ser educada por las religiosas, y con doce años se casó con Henrique, duque de Silésia (la mayor parte de esa región pertenece a la actual Polonia), y más tarde también duque de la antigua Polonia, generando seis hijos (de los cuales dos fallecieron con corta edad).

Habiendo recibido la educación dada por las religiosas, Edwiges era dotada de un gran autocontrol, que manifestó desde la infancia y que la acompañó en la vida adulta. Procuró hacer de la casa una iglesia doméstica, y su esposo para eso colaboró mucho, pudiendo ambos ser considerados una pareja ejemplar. Pero infelizmente el ejemplo de los padres no fructificó en los hijos, que les dieron motivos para amargos sufrimientos.

La templanza, virtud siempre perseguida

Valoraba ella, entre las virtudes, la templanza, lo que supo muy bien aplicar a la castidad matrimonial según las costumbres de la época.

Después de veinte años de vida conyugal Edwiges y su marido comparecieron delante del obispo para prometer continencia hasta el fin de sus vidas, lo que cumplieron con fidelidad, buscando fuerzas en la oración, en el ayuno y en la abstinencia (Henrique terminó su vida treinta años después).

Antes de enviudar Edwiges se había transferido para el monasterio de Trebnitz (fundado por su marido), acompañada de unas pocas señoras que la servían y algunas amigas. No escogió para sí habitaciones lujosas, optando por vivir en el fondo del monasterio: cuarto pobre, muebles pobres; la rica duquesa se hizo pobre entre las pobres religiosas.

Especial consideración por los miembros de las familias religiosas

Diversos monasterios fueron fundados por Edwiges, que atrajo a Silesia religiosos de varias órdenes y congregaciones, inclusive franciscanos y cistercienses, con lo que dotó a la región de nuevas formas de espiritualidad.

Edwiges se decía una gran pecadora, pero consideraba a las religiosas como santas, y así las cosas que ellas usaban eran, para la duquesa, reliquias. El agua servida con la cual las religiosas habían lavado los pies era usada por Edwiges para lavar los ojos, y hasta toda la cabeza, siendo a veces ingerida con veneración. Los asientos y reclinatorios usados por las religiosas eran reverentemente brsados, así como las toallas.

Precedencia para los pobres

Se recusaba ella a tomar su comida antes de dar de comer a los pobres, y lo hacía de rodillas. A veces, antes de tomar agua, pasaba el vaso a un pobre para que la tomase antes. En varias ocasiones propició copiosas comidas para los pobres, a los cuales personalmente servía los alimentos (pero ella, tomando los alimentos solamente después de haberlos servido con precedencia, se contentaba con lo que había de más simple). Algunos hijos de nobles hicieron el sutil comentario: los mendigos comían mejor en las comidas servidas por la duquesa que ellos en las mesas de los príncipes…

Podría ella, al haber enviudado, hacer la profesión religiosa y emitir los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero al hacer el voto de pobreza extinguiría así la posibilidad de ayudar los pobres con los bienes que tenía, y, por lo tanto, se mantuvo pobre de espíritu, viviendo la pobreza evangélica aún continuando poseyendo gran fortuna.

«Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón»

Edwiges renunció a todo. Sobre la cabeza, no había corona ni velos lujosos; en el cuello o pecho, nada de ricos collares; en los dedos, ningún lujoso anillo. Esa exterioridad era reflejo de la humildad interior. Desde la promesa de la continencia conyugal Edwiges renunció a los adornos del mundo: no vistió más trajes coloridos, adoptando el gris como color, y solo en las grandes solemnidades se mostraba mejor vestida que de lo habitual, en reverencia a Dios.

Por el P. Rodrigo Solera

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