jueves, 25 de abril de 2024
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La hermana Leonilda, de 105 años: "Estuvieron a punto de fusilarme junto a mis hermanas de comunidad"

Madrid (Lunes, 18-01-2015, Gaudium Press) Su lucidez sorprende. Recuerda nombres, lugares, fechas, hechos. La Hermana Leonilda, de las religiosas de la Caridad del Sagrado Corazón a sus 105 años de edad ha vivido «intensamente», una vida por Cristo y su Iglesia. Ella ofreció algunos detalles de su vida a Juan José Montes de la Arquidiócesis de Mérida-Badajoz, entrevista que ha sido reproducida por el Servicio de Información Católica de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española.

La hermana entró al convento con 17 años, y lo hizo con 4 hermanas de sangre. «Yo fui la segunda en entrar, después vinieron otras, hasta 5. Éramos una familia numerosa de 8 hermanos, 3 se casaron y cinco fuimos religiosas en las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús. De todos quedamos yo y Pilar, la más pequeña de la familia, que siguió el ejemplo de las mayores y hoy estamos las dos aquí, en Badajoz», declara la religiosa.

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Foto: SIC

105 años, significa que sufrió los rigores de la guerra civil española, ya como religiosa. Vio la muerte de cerca, pero la Providencia la preservó para futuras batallas. «Estuvieron a punto de fusilarme junto a mis hermanas de comunidad. Entraron en el convento y el colegio que teníamos en Madrid y nos pusieron contra la pared. Un miliciano preguntó si nos fusilaban y otro dijo que esperara, que iría a consultar. Regresó diciendo que no había órdenes de fusilar mujeres, así que huimos, cuando llegamos a la plaza de Manuel Becerra vimos el humo; habían quemado el colegio y el convento. Teníamos muchos materiales educativos para los niños. No quedó nada».

De la España de la Guerra Civil a Cuba, como que Dios vio que tenía madera para duras pruebas. Allí le tocó el ascenso al poder de Fidel Castro, con todas sus consecuencias para la Iglesia. En La Habana Sor Leonilda rescató los restos de su fundadora, en una historia de verdadera aventura.

«La Madre Fundadora, Isabel de Larrañaga, fue a Cuba antes de la Independencia. En la isla había una epidemia y ella dijo que donde sufrían sus hermanas allí tenía que estar ella, la Madre enfermó y murió allí».

«Una noche, cuando Fidel hablaba por radio a la multitud, dijo que iba a convertir el cementerio en el que estaba nuestra fundadora en un campo de fútbol, porque el cementerio estaba bastante céntrico en La Habana, y que el cementerio lo llevaba a otro lugar. Al día siguiente estaba llenito de gente que iban a buscar a sus difuntos, también nosotras, que estábamos en la misma situación respecto a muchas hermanas, entre ellas nuestra Madre Fundadora. Después de muchos requisitos que tuvimos que cumplir, nos dieron permiso para traerla a España».

«Cuando llegamos con la caja al aeropuerto nos dijeron que tenían que ver lo que iba en la caja, a pesar de las actas y el sellado. Así que nos tuvimos que volver para atrás, para el cementerio porque no teníamos dónde ir, ya que nos habían echado de nuestra casa. Tuvimos que reunir nuevamente a cerrajeros, carpinteros, sacerdotes de la Nunciatura, autoridades sanitarias, el Obispo de la Habana… y volver al aeropuerto pensando en abrir la caja, pero después de todo el lío el jefe que estaba allí dijo: ‘si estas mujeres dicen que ahí van solamente los restos de su fundadora, yo las creo. Todos ustedes sobran aquí’. Aquello fue vergonzosísimo, corrimos con la caja para el avión y sus restos reposan en Madrid, junto a otras dos hermanas mártires de la Guerra Civil. Hay otras tres cuyos cadáveres no encontramos nunca».

De Cuba la religiosa partió a EE. UU., donde aprendió técnicas educativas para aplicar en los colegios de su comunidad. De EE. UU. siguió a Puerto Rico. Allí ella construyó un colegio a partir de un terreno que habían comprado, en Canóvanas. Hoy en día es un colegio prestigioso, y floreciente. Luego Venezuela, y finalmente otra vez a la Patria, en Salamanca en 1981, y luego Badajoz, donde reside.

Ya en el ocaso de su vida la hermana vivió una de sus mayores alegrías. «Estando ya de vuelta a España aún salí un par de veces a Roma, la primera en una peregrinación y la segunda para asistir a la beatificación de las hermanas que habían asesinado en la guerra civil y me tocó llevar las reliquias al altar mayor, un orgullo muy grande para mí. La Madre General me pidió que llevara las reliquias y eso me llenó de gozo y alegría».

Mirar en retrospectiva le trae la alegría de una vida donada generosamente, una vida de entrega, por amor a Dios. «Cuando miro para atrás me sale mucha gratitud a Dios. Ha sido una vida pobre y larga pero gracias a Dios tuve oportunidad de hacer mucho bien en el mundo y eso me llena de consuelo y alegría. Mucho bien a los niños, mucho bien a los padres y mucho bien a mi Congregación, que quiero y aprecio muchísimo, las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, que me recibieron cuando tenía 17 años y con las que he estado hasta ahora gracias a Dios, que me dio tantas bendiciones en la vida y me ayudó tanto en situaciones bien difíciles. He cruzado la vida en situaciones muy agradables y también en otras muy difíciles, muy difíciles, pero gracias a Dios, creo que todo ha sido para su gloria y bien de las personas que me han rodeado toda la vida».

No cabe sino la admiración.

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