jueves, 28 de marzo de 2024
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El Santísimo Sacramento sana

Redacción (Lunes, 08-02-2016, Gaudium Press) A la espera de los ecos del 51° Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Cebú, Filipinas, en la última semana de enero, digamos algo sobre el poder que tiene el Santísimo de curar males espirituales y materiales.

Un proverbio bastante banal dice que la belleza no está en las cosas, sino en los ojos del que las mira. Es verdad… aunque no es toda la verdad, ya que hay cosas intrínsecamente bellas que los ojos maliciosos no saben apreciar.

Pero hay otra verdad que no es menos importante: a la visión, a los ojos, se los puede educar, afinar, limpiar. Contemplar y admirar la obra armoniosa de la creación, por ejemplo, oxigena a los ojos, los descansa y les da luz. Es un fenómeno natural, no necesariamente virtuoso, aunque es cierto que la gracia perfecciona la naturaleza.

En sentido inverso, buscar y fijar la vista y la mente en horrores y porquerías -¡tanto abundan en nuestros días!- opaca la mirada y, lo que es peor, mancha el alma. Felizmente, ese tizne no es fatal, pues todo se puede recomponer con la gracia de Dios y el ejercicio de la virtud.

Siendo la persona alma y cuerpo entrañablemente unidos, se comprende que se operen indistintamente en ella repercusiones somáticas, psíquicas y espirituales. Crecer como persona, es desarrollar a la vez las potencias del cuerpo y del alma. Es triste ver cuerpos formidables con almas marchitas o inexpresivas, o, entonces, espíritus geniales que se arrastran en una materia descuidada y enfermiza.

La perfección está en el desarrollo temperante e integral de la persona como un todo. La santidad no es otra cosa. Es ese equilibrio que vemos en hombres y mujeres admirables, cuyos pies pisan la tierra y sus almas aspiran al cielo.

¿Cómo lograr esa armonía si no es con la ayuda de la gracia de Dios? Si somos asiduos a la oración, a los sacramentos, a la práctica de los mandamientos, la gracia nos la dará el Señor por mediación de María. Orar, celebrar y practicar bajo el manto de María es la receta de la bienaventuranza.

Nuestro Señor Jesucristo, después de una vida llena de enseñanzas y de ejemplos maravillosos, antes de padecer y morir, nos dejó un legado que es el mayor tesoro que tenemos en nuestra Iglesia: la Sagrada Eucaristía. Presencia, alimento y remedio, el Pan de Vida es un poderoso recurso a nuestro alcance para que ese desarrollo integral pueda realizarse y hacernos felices.

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Así como el sol da luz y calor a todo lo que existe en nuestro planeta, así la Eucaristía ilumina y energiza a quien se familiariza con ella. Un renombrado autor nos lo explica:»Cualquiera puede comprobar como las plantas expuestas a los rayos solares gozan de una exuberancia, belleza y vitalidad que no tienen cuando están en la sombra. Una gran diferencia que se debe únicamente al esplendor del sol.

«Ahora bien, si la naturaleza es embellecida de ese modo por la luz solar, ¿qué admirables beneficios no proporcionará al alma el rayo espiritual emanado directamente del Dios escondido? Mucho más benéfica es la Eucaristía para nuestra alma que el sol para nuestro organismo corporal» (Joao Scognamiglio Clá Días, Lo inédito sobre los Evangelios, vol. 1, p. 442, Libreria Editrice Vaticana).

Bellísima realidad presentada con lógica y simplicidad ¡la potencia de la Eucaristía es formidable! ¿No dijo Jesús «Yo soy el pan de vida» y «el pan que da la vida»?

Cuánto nos preocupa el qué dirán y cómo nos ven los demás… Hay que reconocer que una secreta vanagloria roe nuestro interior. Para aparentar, solemos utilizar todo tipo de artimañas, a veces deshonestas. Pero resulta que la mejor manera de domar defectos y de adquirir cualidades es exponerse a los rayos benditos y misteriosos que emanan del altar del sacrificio, del sagrario donde está reservado el Señor o de la custodia donde Él reina. ¡La Eucaristía sana! Solo que para ser curado hay que tener fe y arrancar filialmente del Sagrado Corazón los destellos sanadores de su infinita misericordia.

El 11 de febrero celebramos a la Virgen de Lourdes. Los milagros que se realizan en su santuario de Francia son impresionantes. Muchos peregrinos enfermos se curan de forma inexplicable para las leyes de la física; otros se convierten y regeneran completamente sus vidas. Pero hay que saber que, la mayoría de las veces, el prodigio de ese cambio repentino, se produce en el momento en que el Santísimo pasa junto a los enfermos bendiciéndolos en la gran explanada frente a la basílica; eso, después de que los peregrinos hayan tomado su baño en las aguas de la fuente. Como hace dos mil años, Jesús dice hoy a los paralíticos de alma o de cuerpo: ¡levántate y anda!

Verdaderamente la intimidad con el Santísimo opera milagros. Para realizarlos, el Señor cuenta con la fe robusta y confiada de los pecadores. Pero a cambio, tan a menudo, encuentra indiferencia, distancia y hasta temor. Y lo peor es que católicos que no acuden a esta fuente bendita de sanación, buscan «terapias alternativas» totalmente ajenas y contrarias a la fe: Nueva Era, reiki, yoga, hechicería… ¡Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, ruega por nosotros!

Por el P. Rafael Ibarguren, EP

Asistente Eclesiástico de las Obras Eucarísticas de la Iglesia

(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)

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