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El milagroso fresco de la Madre del Buen Consejo

Redacción (Martes, 26-04-2016, Gaudium Press) Canciones, risas, sonidos de instrumentos musicales… El pueblo italiano, artístico por naturaleza, siempre ha celebrado a sus patronos con alegre y popular pompa. El 25 de abril de 1467, la pequeña ciudad de Genazzano conmemoraba la fiesta de San Marcos. La divina Providencia le reservaba algo especial para esa jornada. Sobre las cuatro de la tarde las personas que se encontraban en la plaza de Santa María observaron un espectáculo todo él celestial.

1.jpg-¿Qué nube plateada es aquella que está cruzando velozmente el cielo y emite esplendorosos rayos ¿De dónde viene y hacia dónde va?

-¿Y esas voces angelicales? ¡Qué músicas maravillosas! ¡Nunca las habíamos escuchado antes! Eran éstas las preguntas y exclamaciones de los habitantes de Genazzano al ver una luminosa nube que bajaba del cielo poco a poco y que se detuvo junto a una pared inacabada de una antigua iglesia en reconstrucción. Dicho templo, dedicado desde hacía siglos a Nuestra Señora del Buen Consejo, estaba al cuidado de los religiosos de San Agustín.

«De repente -narra un historiador-, las campanas de la alta torre, que tenían ante sus ojos, empezaron a repicar, a pesar de que veían y sabían que no las estaban tocando ninguna mano humana. Y luego, al unísono, las demás campanas de las iglesias de la ciudad comenzaron a repiquetear como en fiesta. La muchedumbre se quedó fascinada, embelesada, pero cargada de santos sentimientos; y ocuparon el recinto con entusiasta rapidez, apiñándose alrededor del punto donde se había parado la nube.

«Paulatinamente, los rayos de luz dejaron de brillar, la nube empezó a clarear suavemente; y entonces, para sorpresa de todos, quedó al descubierto un preciosísimo objeto. Era una representación de la Virgen, con el divino Niño Jesús en sus brazos. Parecía que les sonreía y les decía: ‘No temáis. Soy vuestra Madre, y vosotros sois y seguiréis siendo mis hijos queridos’ «.

¿De dónde habría venido la milagrosa pintura? «¡Del Paraíso!», decían algunos sin titubear, a la vista de tamaño prodigio. Sin embargo, como veremos más adelante, en poco tiempo se esclarecería el enigma, a través de dos militares albaneses que llegaron a Roma en busca del cuadro de su querida patrona.

Nuestra Señora de los Buenos Oficios

Ese fresco se veneraba en Albania desde el siglo XIII bajo la advocación de Nuestra Señora de los Buenos Oficios. Aunque de autor desconocido, hasta hoy día muchos no dudan en afirmar que es obra de los ángeles.

2.jpgEn 1467, habiendo muerto el príncipe albanés Skanderberg, ya no había nadie más capaz de detener a las hordas enemigas que asolaban la Albania católica. Se cuenta que el sultán Mehmed II, al conocer la noticia de su muerte, exclamó: «Por fin Europa y Asia son mías. ¡Ay de la cristiandad! Ha perdido su espada y su escudo». Poco a poco, Albania sucumbía, y todos los que deseaban permanecer fieles a la fe se veían en la contingencia de elegir entre abandonar el país o morir enfrentando a la horda invasora.

«Era necesario admitir que la devoción se había enfriado. El cisma se abrió paso arruinando Albania. Las costumbres de la gente junto con la pureza de la religión se fueron degradando. La devoción a la Virgen languideció incluso en la propia Scutari: la invasión turca, un manifiesto castigo enviado desde el Cielo, no pudo conducir al conjunto de la población al arrepentimiento. Como, lamentándose con gran emoción, decía al respecto un escritor: ‘los jóvenes y las doncellas ya no se encantaban depositando flores en el altar de María en Scutari; y, por consiguiente, su castigo no estaría muy lejos’ «.

En esa situación aflictiva, mientras dos soldados albaneses estaban rezando ante la Virgen de Scutari, el fresco se separó de la pared y emprendió el milagroso viaje en dirección al mar Adriático. Llenos de admiración, los dos lo siguieron, al principio en tierra firme ¡y después caminando sobre las aguas!

De este modo, sin perder de vista a la venerada imagen, llegaron a la península italiana. Pero cuál no sería su perplejidad cuando, en las proximidades de Roma, dejaron de ver a su querida Madre… ¿Hacia dónde habría ido? Mientras estaban buscando a la Señora de Scutari en la Ciudad Eterna, el milagroso fresco se dirigía a Genazzano…

La promesa a la Beata Petruccia

Esta ciudad a 47 km de distancia de Roma fue elegida por la divina Providencia para servir de relicario a la preciosa imagen de la Madre del Buen Consejo.

Situada en una cadena de montañas, Genazzano se destaca por su pintoresca sencillez. Multiseculares murallas romanas o medievales delimitan aún dicha localidad; encantadoras iglesias esconden en su interior preciosidades artísticas; callejuelas invariablemente tortuosas ofrecen incontables sorpresas; pequeñas casas con aires palaciegos son el encanto de los peregrinos; el castillo de la ilustre familia Colonna aún ostenta las líneas arquitectónicas planeadas por el cardenal Odonne Colonna, futuro Papa Martín V (1417-1431); simpáticos habitantes compiten en mostrar mayor devoción a la Madonna…

Varios años antes de la llegada del santo fresco, María Santísima le había revelado en sueños a una viuda genazzanense, la terciaria agustiniana Petruccia de Nocera, su decisión de dejar Scutari y establecerse en aquel rincón del Lacio. Por eso la hija espiritual de San Agustín llevó a cabo la tarea de reconstruir el deteriorado y abandonado templo de la Señora del Buen Consejo, con el objetivo de dejarlo listo para recibirla.

3.jpgEmpezó invirtiendo toda su herencia en esa reconstrucción de la iglesia; después de eso, como le faltaron más medios, vendió sus pertenencias, reservándose lo mínimo para vivir. Sin embargo, a pesar de su generosidad, sólo había logrado levantar algunas paredes… Risas, bromas y burlas a la «loca visionaria» que había gastado inútilmente sus bienes. No obstante, ella se mantenía confiada en la promesa de la Señora que vendría, y afirmaba: «No os preocupéis, hijos míos; antes de que yo muera -por entonces era de avanzada edad- la Santísima Virgen y San Agustín terminarán los trabajos de reparación de esta iglesia».

Qué alegría no se llevaría Petruccia al presenciar la milagrosa llegada del fresco de María a Genazzano, que permaneció junto a una de las paredes de la iglesia. Con júbilo, repetía la frase del Apóstol: «la esperanza no defrauda» (Rm 5, 5). Hemos dicho junto a, porque el fresco no se pegó a la pared, sino que quedó suspendido en el aire, destacado del suelo, y sin ningún apoyo trasero, como lo atestigua el historiador Rafael Buonanno: «Todas estas maravillas se resumen, finalmente, en el continuo prodigio de encontrarnos hoy a la imagen en el mismo sitio y del mismo modo como fue dejada ahí por la nube el día de su aparición, ante la presencia de todo un pueblo que tuvo la suerte de verla por primera vez. Se posó a poca altura del suelo, y a un dedo aproximadamente de distancia de la nueva y ruda pared de la capilla de San Blas, y allí se quedó suspendida sin apoyo alguno».

Un gesto desbordante de amor

En poquísimo tiempo, surgieron fieles deseosos de ayudar en la finalización de la reconstrucción del templo, a fin de dignificar la morada de la Madonna del Paradiso, Señora de Genazzano o Madre del Buen Consejo, como terminó siendo llamada por el hecho de establecerse en una iglesia con dicha advocación.

Con el paso de los años, la primitiva iglesia se fue perfeccionando hasta transformarse en una bella basílica visitada por abundantes devotos.

Al cruzar el umbral del templo, emocionados peregrinos se acercan con premura al altar de la Virgen y allí permanecen, sea en filiales coloquios con la Reina de los Cielos, sea en oración de quietud, extasiados con su materna expresión.

Contemplando la figura de María con el Niño Jesús, vemos que Él, «en un gesto de intenso afecto, desbordante de amor, rodea con la mano derecha el noble y delicado cuello de su Madre, mientras con la izquierda sujeta enérgicamente la parte superior del vestido de Ella, como diciendo: ‘Sois toda mía’ «. Y la Madre, «en altísimo acto de adoración hacia su Hijo, como tratando de adivinar lo que pasa en su interior, considera al mismo tiempo al fiel que se arrodilla a sus pies y, como Medianera de todas las gracias, acoge su oración y la presenta a Dios, nuestro Señor».

El «Códice de los milagros»

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Fachada Santuario del Buen Consejo

Desde su milagrosa llegada a Italia la Madonna de Genazzano no ha dejado de obrar prodigios, tanto espirituales como corporales, a favor de los que devotamente se encomiendan a su protección. Prueba de ello son los relatos contenidos en el Códice de los milagros, un compendio de hechos milagrosos ocurridos por la intercesión de la Virgen de Genazzano.

Innumerables son los casos de lisiados, paralíticos o ciegos que al entrar en la capilla de Nuestra Señora del Buen Consejo quedaron completamente curados de sus males. En los 110 días siguientes a la llegada de la Virgen, ¡hay nada menos que 161 milagros registrados!

Además de impresionantes curaciones, se cuentan casos de exorcismos, apariciones de la Virgen a los que, incluso estando lejos de Genazzano, rezaron confiadamente a la Madre del Buen Consejo.

Todos vieron al muerto levantar la cabeza

En ese códice se narra lo que le pasó a un desolado hombre, Antonietto de Castelnuovo, el cual, habiendo muerto repentinamente su fiel servidor, Constantino de Carolis, no cesaba de derramar abundantes lágrimas. En determinado momento, se postró por tierra al lado del cadáver y se puso a exclamar: «Oh Virgen Santísima de Genazzano, te suplico, si así es lo mejor, que ruegues a Dios por mí para que me devuelva a mi sirviente, y te prometo llevarlo a Genazzano delante de tu santa Imagen».

La soberana Emperatriz de los Cielos, María, la Santísima Madre del Buen Consejo, invocada con tan viva fe, atendió de buena gana esa ardiente y dolorida súplica. De repente, todos vieron que el servidor muerto en ese instante levantaba la cabeza, abría los ojos y se sentaba en el suelo, estando él mismo tomado de estupor. Vio a su señor afligido y, con la lengua ya destrabada, le dijo: «Por caridad, deme un poco de comida». Enseguida se puso de pie y, dirigiéndose hacia los que lo rodeaban, se declaró curado y libre de cualquier molestia o sufrimiento.

Inmediatamente, ambos emprendieron jubilosos el camino a Genazzano, a fin de, ante el santo fresco, agradecer tan inmenso favor.

La liberación de un criminal

Además de liberar de los grilletes espirituales, la Señora del Buen Consejo no dejó de atender a reos de muerte que le pedían perdón y auxilio.

Giovanni di Andrea di Sarzano, un criminal recluido en la cárcel de Siena, había recibido el veredicto de la pena de muerte. Un sacerdote intentó convencerlo para que recibiera los últimos sacramentos, pero en vano, porque el condenado no creía que iba a morir…

Agotados los recursos para conducirlo a la penitencia, el sacerdote no pudo hacer nada más que afirmar: «Si la Virgen milagrosa de Genazzano, que se apareció recientemente, no te libra de la muerte, mañana estarás sin duda en la eternidad».  Y se marchó de la prisión disgustado.

Poco después, Giovanni se inclina rostro en tierra, empieza a llorar incesantemente y exclama: «Oh Virgen Santísima, si me haces esa gran gracia, iré inmediatamente a postrarme a tus pies para agradecerte tan estupendo milagro». Dicho esto, ve cómo se rompen los grilletes de sus pies, y lleno de asombro y ganas de escapar, se fija en una ventanita de aquella celda. Estaba muy alta, pero se acerca, intenta la hazaña y trepa con toda facilidad, como si existiera una escalera invisible.

Una vez en lo alto se asusta al mirar que debajo hay un precipicio profundísimo. Imposible lanzarse desde allí sin hacerse pedazos… «Cobrando ánimo, y lleno de vivísima fe por haber visto partirse los grilletes milagrosamente, y por haber subido hasta esa ventana sin saber cómo, hace la señal de la cruz, vuelve a encomendarse con fervor a María Santísima de Genazzano, y se tira sin más demora, diciendo repetidamente al lanzarse y mientras cae: ‘Oh Santa María de Genazzano, ayúdame’. ¡Y qué prodigio de la Emperatriz de los Cielos! Como si una nubecilla celestial lo hubiera llevado hasta abajo, llega al suelo intacto, ileso, sin ningún rasguño».

Las autoridades municipales, al darse cuenta de lo ocurrido, y siendo notoria la intervención sobrenatural, lo liberaron. Arrepentido, exultante y agradecido, Giovanni se dirige a Genazzano para encontrarse con su maternal libertadora.

El fresco de la Madre del Bueno Consejo

El santo fresco de la Virgen llama la atención de modo particular en un punto: la Señora de Genazzano no sólo aconseja a las almas haciendo sentir sus mensajes internamente, sino que en muchísimas ocasiones también lo hace externamente.

Se sabe que el fresco de Nuestra Señora del Buen Consejo se comporta de diferentes modos con cada fiel, según lo que Ella desea decirle. A veces, cambia de colorido, o muestra rasgos fisonómicos diversos a lo largo de una «conversación» con su devoto. Sonríe si quiere hacer sentir su alegría, pero se presenta seria cuando desea demostrar descontento con alguna situación. Hay personas que afirman haberla visto respirar. Es por eso que fotos tomadas en diferentes ocasiones presentan a la imagen con aspecto e imponderable diferentes.

La admiración por la Señora del Buen Consejo crece más aún en las almas cuando se conoce que, desde hace 550 años, el fresco, por detrás del retablo de plata, se encuentra inexplicablemente suspendido en el aire, junto a la pared de la capilla, conforme lo indican numerosas pruebas.

Pero la Madre del Buen Consejo obra maravillas semejantes a las del fresco original en las copias dispersas por los más diferentes rincones del mundo, presentando incluso cambios fisonómicos similares. Tal es el deseo de ayudar a las almas afligidas que incluso en las ruinas de su iglesia en Scutari, María realizaba magníficos prodigios.

«Acuérdate de Ella en todas la dificultades»

A pesar de que la devoción al milagroso fresco está más difundida en Italia, la advocación se ha extendido por el mundo entero. Por toda Europa y en varias naciones del continente americano se encuentran devotos de la Madre del Buen Consejo.

Numerosos Papas y santos le tributaron a la Señora del Buen Consejo un profundo afecto filial, como San Pío V, Urbano VIII, el Beato Pío IX, León XIII, San Pío X, San Juan XXIII, San Juan Pablo II, San Alfonso María de Ligorio, el Beato Esteban Bellesini -párroco de Genazzano y gran devoto de la Reina del Buen Consejo -, San Juan Bosco y otros.

La Santa Madre de Dios, llamada por los Padres de la Iglesia de Consejera Universal, sin duda, está a disposición para auxiliarnos a cada uno de nosotros en la gran batalla de la vida, porque «es caritativa, es dadivosa, ayuda, protege, alienta, perdona, restaura, bendice, calma las tempestades, soluciona lo insoluble, socorre en todos los peligros, defiende de todos los enemigos. […] ¿Qué te pide para darte tantos bienes? Solamente una cosa: acuérdate de Ella en todas la dificultades». Menos no podría pedir…

(Rev. Heraldos del Evangelio – Abril /2016)

 

 

 

 

 

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