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Cura milagrosa de Namán, valiente guerrero

Redacción (Miércoles, 08-06-2016, Gaudium Press) Uno de los episodios que muestran la grandeza de Eliseo y su desapego de las riquezas fue el milagro que él obró con Namán.

«Sepa que hay un profeta en Israel»

Este era jefe del ejército del Rey de Aram, esto es, de Siria, «muy estimado y considerado por su señor, pues fue por medio de él que el Señor concedió la victoria a los arameos. Pero ese hombre, valiente guerrero, era leproso» (II Rs 5, 1).

Los arameos habían conseguido la «liberación del yugo de los asirios» y también vencieron los hebreos, cuando el impío Acab fue muerto (cf. I Rs 22, 29-38).

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San Eliseo, imagen en Antequera, España

En una incursión en las tierras de Israel, los sirios de allá trajeron una joven, que se tornó sierva de la mujer de Namán. Dijo ella a su señora que en Samaria había un Profeta el cual podría curar a su amo.

Namán contó el hecho a su Rey que le aconsejó ir a Samaria, y hasta le entregó una carta dirigida al monarca de Israel, Joram, en la cual pedía que curase a su jefe de ejército. Llevando 600 kilos de oro, 300 kilos de plata, diez mudas de ropa, Namán con autos y caballos se dirigió a Samaria, y entregó la carta a Joram. Al leerla, el monarca rasgó sus vestiduras y dijo: «¿Soy yo, por ventura, Dios para que el Rey de Aram me mande alguien para curarlo de lepra? Es claro que busca pretexto contra mí» (II Rs 5, 7).

Cuando Eliseo supo del gesto y de las palabras del Rey de Israel, mandó que le dijesen: «¿Por qué rasgaste tus vestiduras? Que Namán venga a mí, para que sepa que hay un profeta en Israel» (II Rs 5, 8).

Conversión de Namán

Entonces, Namán, con toda su comitiva, llegó delante de la casa de Eliseo, el cual mandó un mensajero para decirle que debería lavarse siete veces en el Río Jordán a fin de quedar curado.

El jefe militar llevaba a Eliseo ricos presentes, juzgando que este fuese como los sacerdotes paganos, ávidos de dinero. Pero el Profeta evita presentarse a Namán, «sea para probar su Fe, sea para humillar el orgullo de ese altivo sirio».

Irritado, Namán afirmó: «Yo pensaba que Eliseo saldría para recibirme e, invocando el nombre de su Dios, tocaría con su mano el lugar de la lepra, dejándome curado. ¿Será que los ríos de Damasco no son mejores que todas las aguas de Israel, para yo bañarme en ellas y quedar limpio?» Y partió indignado.

Pero sus siervos, con muy buen sentido, le dijeron: «Señor, si el Profeta te mandase hacer una cosa difícil, ¿no la habrías hecho? Entretanto, él apenas te recomendó lavarte en el Jordán que quedarías curado…» (cf. II Rs 5, 11-13).

Namán fue al Río Jordán y, después de haberse sumergido siete veces, «su carne se tornó semejante a la de un niñito, y él quedó purificado» (II Rs 5, 14). Y, pleno de alegría, volvió a la residencia de Eliseo que lo recibió personalmente. Entonces, el gran militar declaró: «Ahora estoy convencido de que no hay otro Dios en toda la Tierra, sino el que hay en Israel» (II Rs 5, 15).

Quiso él dar un presente al Profeta, que no lo aceptó; Namán insistió, pero Eliseo se mantuvo firme en la recusa. Entonces, él pidió autorización al Profeta para llevar cierta cantidad de tierra del lugar, explicando: «Tu siervo ya no ofrecerá holocausto o sacrificio a otros dioses, sino solamente al Señor» (II Rs 5, 17). Más importante que el restablecimiento de su cuerpo fue la cura de su alma, pues él se convirtió al verdadero y único Dios.

Pecado y castigo de Giezi

Namán embarcó de regreso para Aram, pero Giezi, el siervo de Eliseo, fue corriendo a su encuentro y, mintiendo, afirmó que el Profeta recibiera dos nuevos jóvenes discípulos; y por eso le pedía un saco de plata y dos mudas de ropa.

El militar le dio dos sacos cargados con dos talentos de plata, o sea, aproximadamente 60 kilos, y las mudas de ropa que eran vestiduras preciosas, de gala. Y ordenó que dos de sus siervos llevasen ese material al lugar en que Giezi residía. Así fue hecho.

Gieze se presentó a Eliseo, que le preguntó de dónde venía. Mintiendo nuevamente, el siervo respondió que no fuera a lugar alguno.

Entonces el Profeta le dijo: «¿Acaso no estaba mi espíritu presente cuando recibiste plata, vestiduras y otras cosas? La lepra de Namán se pegará a ti y a tu descendencia». Inmediatamente Gieze quedó leproso, tornándose blanco como la nieve. (cf. II Rs 5, 1-27).

Escribe San Juan Bosco: Giezi «fue expulsado para siempre del servicio y de la casa del Profeta. La mentira nos deshonra delante de Dios y delante de los hombres».

Él quiso servir a dos señores: Eliseo y el dinero. Pero Nuestro Señor nos advierte: «Nadie puede servir a dos señores. Pues va odiar a uno y amar al otro, o apegarse a uno y despreciar al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). Hay un refrán que dice: «El dinero es buen siervo y mal señor»; o sea, si usado con desprendimiento y de modo sapiencial, puede ayudarnos a caminar rumbo a la santidad, pero esclaviza a quien a él se apega.

Y Namán tuvo la gloria de ser citado elogiosamente por el Divino Maestro, cuando Él declaró en la sinagoga de Nazaret: «En el tiempo del profeta Eliseo, había muchos leprosos en Israel, pero ninguno de ellos fue curado, sino Namán, el sirio» (Lc 4, 27).

Que Nuestra Señora nos obtenga la grandeza de alma, la seriedad y el desapego de los bienes terrenos, a semejanza del Profeta Eliseo.

Por Paulo Francisco Martos

(in Noções de História Sagrada – 72)

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1 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, v.II , p. 578.
2 – Idem, ibidem, p. 579.

3 – História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p. 133.

 

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