viernes, 29 de marzo de 2024
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Pugnacidad y contemplación

Redacción (Martes, 09-08-2016, Gaudium Press) El origen del Monasterio de Santa María de la Victoria, hito del gótico portugués cuatrocentista, remonta a una promesa hecha a la Santísima Virgen por Mons. João I, rey de Portugal, y su condestable San Nuno de Santa María Álvares Pereira. Luchaban ellos en Aljubarrota, en agosto de 1385, para afirmar ante Castilla y León la independencia del reino lusitano y, aunque sus guerreros se encontrasen en situación de inferioridad delante de la poderosa caballería rival, el combate finalizó en una brillante victoria.

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Fruto del voto hecho por ellos en aquella ocasión, surgió una de las más bellas, famosas y simbólicas edificaciones de la historia portuguesa, hoy conocida en todas las partes como Monasterio de la Batalla, en alusión a tan importante acontecimiento.

Visto en su conjunto, el predio parece condensar en sus muros robustos y macizos la pugnacidad de una generación de guerreros llenos de fe, sin temores y curtidos en mil pleitos heroicos. La austeridad de las formas es realzada por las dimensiones grandiosas y el tono dorado de las piedras gastadas por el tiempo. La fachada principal revela trazos tan marcados del espíritu militar que nos parece ver allí reflejada la personalidad de un caballero: equilibrio, decisión y combatividad…

El pórtico de entrada, entretanto, es más suave y flanqueado por sólidos contrafuertes de monumental altura, que manifiestan la propia contingencia, mientras conducen las miradas y el espíritu para lo alto. La fina tracería de sus arcos y columnas atrae al visitante para el interior del beligerante edificio, donde claustros y jardines desvendan el corazón contemplativo de la construcción, habitada durante siglos por religiosos dominicanos.

Hay, pues, en el Monasterio de la Batalla chispas de lucha reñida y aroma de piadosa contemplación, una robustez que armoniza lo indestructible con la delicadeza del ornato. Y esta conjunción de opuestos que se complementan en perfecta unidad nos invita a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, a enfrentarnos a las dificultades diarias, confiando en el auxilio de la gracia.

La historia del monasterio evoca, así, la esperanza en el socorro infalible de Aquella que es Madre de la Divina Gracia y que nos traerá la victoria. Los que luchan revestidos con la áurea armadura de la Fe y llenos con el ejercicio de las virtudes, después del combate alcanzarán la recompensa de los héroes: la palma del triunfo, la gloria eterna, el reino de la bienaventuranza. A estos se podrá decir: «todavía un poco de tiempo – sin duda, bien poco -, y lo que ha de venir vendrá y no tardará. Mi justo vivirá de la fe. Sin embargo, si él desfallece, mi corazón ya no se agradará de él. ¡Nosotros somos, absolutamente, de perder el ánimo para nuestra ruina. Somos de mantener la fe, para nuestra salvación!» (Hb 10, 37-39).

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio.

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