martes, 16 de abril de 2024
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Así era Sor Isabel, la Santa que contempló en su corazón la Santísima Trinidad

Redacción (Martes, 18-10-2016, Gaudium Press) «¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio», así inicia la oración a la Santísima Trinidad que escribió Sor Isabel de la Trinidad y muy bien define a la religiosa, quien junto con otros seis santos, recibió el pasado domingo 16 de octubre el honor de los altares.

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Foto: Orden Carmelitas Descalzos.

Lo que identifica a esta religiosa carmelita, quien nació en Bourges, Francia, el 18 de julio de 1880, fue su especial unión y configuración con la Santísima Trinidad. Al Dios Uno y Trino que contempló en su corazón.

Desde pequeña se caracterizó por su temperamento apasionado, que muy pronto moldeó de los estados de cólera a la completa contemplación del amor de Dios. En su adolescencia, cuando contaba con 14 años, hizo votos de virginidad y a los 19, comenzó a experimentar sus primeras gracias místicas.

Su ingreso a la Orden del Carmelo ocurrió el 2 de enero de 1901. Cuando la santa contaba con 21 años de edad entró al convento carmelitado de Dijón, ciudad donde vivía con su familia. Allí se propuso ser «alabanza de gloria de la Santísima Trinidad», y crecer en el amor a los Tres.

En efecto así fue. Su configuración profunda en el amor de Dios Trinitario quedó consignado en varias de sus notas espirituales, cartas, elevaciones y retiros, que hoy son parte fundamental de la espiritualidad carmelitana.

De ella cuentan que en sus momentos de oración contemplativa, la santa elevaba su corazón y se perdía en el misterio Trinitario. Como está escirto en una de sus meditaciones: «La Trinidad: aquí está nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que jamás debemos salir (…) Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí eso todo se lluminó para mí».

Aunque sus vida fue corta, ya que murió cuado contaba con 26 años -falleció el 9 de noviembre de 1906-, su testimonio de santidad es innegable. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 25 de noviembre de 1984, durante la fiesta de Cristo Rey, y canonizada el pasado domingo 16 de octubre por el Papa Francisco.

Oración a la Santísima Trinidad por Santa Isabel de la Trinidad

¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.

Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.

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¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria amarte hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y te pido «ser revestida de Ti mismo»; identificar mi alma con todos los movimientos de la tuya, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti, a fin de que mi vida no sea sino un destello de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor.

¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio.

Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias.

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

De la redacción de Gaudium Press, con información de Carmelitas Descalzos.

 

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