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Un Dios, una Fe

Redacción (Viernes, 24-02-2017, Gaudium Press) De Jesucristo y de los Apóstoles, recibió la Iglesia su doctrina.

Los siguientes son Extractos de la Encíclica Mirari vos, del Papa Gregorio XVI:

* * * * *

Es verdaderamente con profundo dolor y con el alma oprimida por la tristeza que nos dirigimos a vosotros, a quienes vemos llenos de angustia a la vista de los peligros a los cuales está expuesta en estos tiempos la Religión por vosotros tan amada. Podríamos con toda razón decir que esta es la hora del poder de las tinieblas para aventar como el trigo los hijos electos (cf. Lc 22, 53).

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Gregorio XVI por Francesco Podesti

Pinocateca Cívica, Ancona, Italia

Debemos levantar la voz

De hecho, «la tierra fue profanada por sus habitantes, porque transgredieron las leyes, violaron las reglas y rompieron la alianza eterna» (Is 24, 5). Nos referimos, venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros propios ojos y todos lamentamos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia desenfrenada, de una ciencia desvergonzada, de un ilimitado desenfreno. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del culto divino, tan poderosa y necesaria, es censurada, profanada y escarnecida.

Se corrompe así la santa doctrina y se esparcen atrevidamente por todas partes errores de todo género. Las sagradas leyes, los derechos, las instituciones, las santas enseñanzas: nada está a salvo de los ataques de las lenguas inicuas. […]

Debemos, pues, elevar la voz y hacer todos los esfuerzos para que el jabalí salvaje no destruya la viña ni los lobos rapaces devasten el rebaño. Nos compete conducir las ovejas apenas a pastizales saludables, sin cualquier sombra de peligro. Dios no permita, queridísimos Hermanos, que en medio a tan grandes males y graves peligros, los pastores traicionen su deber y, amedrentados, abandonen sus ovejas; o se entreguen a un indolente reposo, sin preocuparse con la situación de su grey. […]

Se pretende rebajar la Iglesia a cosa humana

Reprobable sería, en verdad, y contrario a la veneración con la cual deben ser recibidas las leyes de la Iglesia, condenar, por un caprichoso impulso de libertad de opinión, la disciplina sancionada por ella – que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, los derechos de la Iglesia y de sus ministros -, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural, o presentarla como defectiva y dependiente del poder civil.

Siendo cierto, conforme nos atestiguan los Padres del Concilio de Trento, que de Jesucristo y de sus Apóstoles la Iglesia recibió su doctrina, y que el Espíritu Santo nunca cesa de sugerirle toda la verdad, es completamente absurdo, además de injurioso en alto grado, pretender que sea necesaria cierta restauración y regeneración para reconducirla a su primitiva incolumidad, dándole nuevo vigor, como si posible fuese siquiera pensar que la Iglesia está sujeta a defectos, a la ignorancia o cualquier otra imperfección.

Pretenden con eso los innovadores lanzar los fundamentos de una institución humana moderna y realizar así aquello que San Cipriano tanto detestaba: rebajar la Iglesia, de institución divina, a cosa humana. […]

Causa rubor hablar de tan torpes intentos

Queremos también estimular vuestro gran celo por la Religión contra la vergonzosa liga que, en ¬perjuicio del celibato clerical, crece a cada día, porque a los falsos filósofos de nuestro siglo se juntaron algunos eclesiásticos que – olvidando la dignidad de su estado, y arrastrados por el ansia de placeres – llevaron el libertinaje al punto de en algunos lugares atreverse a pedir pública y repetidamente a los gobernantes la abolición de esta norma disciplinaria.

Nos causa rubor hablar largamente de tan torpes intentos. Confiando en vuestra piedad, os recomendamos todo empeño en – conforme prescriben los sagrados cánones – guardar, reivindicar y defender, en su integridad e inviolabilidad, esa tan importante ley atacada de todos los lados por los libertinos.

El valor del Matrimonio

Reclama también toda nuestra solicitud aquella unión santa de los cristianos llamada por el Apóstol de gran Sacramento en Cristo y en la Iglesia (cf. Ef 5, 32; Hb 13, 4), para evitar que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad o la indisolubilidad del vínculo conyugal. Ya os recordó esto insistentemente en sus cartas, nuestro Predecesor Pío VIII, de feliz memoria.

Con todo, aumentan sin parar los ataques de los adversarios. Se debe, pues, enseñar a todos que el Matrimonio, una vez legítimamente contraído, no puede disolverse; por voluntad de Dios, los esposos unidos por el Matrimonio forman una sociedad perpetua con vínculos tan estrechos que solo se extinguen con la muerte.

No se olviden los fieles de que el Matrimonio es una cosa sagrada, y por esto está bajo la jurisdicción de la Esposa de Cristo; tengan en vista las leyes dictadas por la Iglesia a este respecto; le presten una obediencia santa y escrupulosa, pues del cumplimiento de esas leyes dependen la eficacia, la fuerza y la justicia de la unión conyugal.

No admitan de forma alguna cualquier cosa contraria a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios, y ponderen bien el inevitable fracaso de las uniones contraídas contra la disciplina de la Iglesia, o sin implorar la protección divina, o únicamente por ligereza, cuando los esposos no piensan en el Sacramento y en los misterios por él simbolizados.

Quien no está con Cristo, está contra Cristo

Otra causa de muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo, o sea, la perversa teoría esparcida por todas partes, gracias a los embustes de los impíos, según la cual se puede conseguir la vida eterna en cualquier religión, desde que la persona tenga rectitud y honradez en las costumbres.

En materia de tal modo clara y evidente, podréis fácilmente extirpar de vuestra grey tan execrable error. Si, como dice el Apóstol, «hay un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo» (Ef 4, 5), aquellos que juzgan poder llegar por cualquier ruta al puerto de la salvación entiendan que, según la sentencia del Salvador, están contra Cristo, pues no están con Cristo, y esparcen miserablemente, pues no recogen con Cristo (cf. Lc 11, 23); por eso, con certeza perecerán eternamente aquellos que no tengan la Fe Católica y no la conserven íntegra y sin mancha.

Oigan a San Jerónimo que nos relata cómo, estando la Iglesia dividida por el cisma en tres partidos, respondía siempre con integridad de alma cuando alguien buscaba atraerlo a su causa: «Estoy con quien permanece unido a la Cátedra de Pedro». Y no se ilusionen con el pretexto de estar bautizados, pues a esto responde San Agustín: «El ramo separado de la vid conserva su forma; ¿pero de qué le sirve esta si él ya no vive de la raíz?». […]

María aplasta todas las herejías

Y para que todo eso se realice propicia y felizmente, elevemos nuestros ojos y nuestras manos suplicantes a la Santísima Virgen María. Solamente Ella aplasta todas las herejías. Ella es nuestra mayor confianza, e incluso toda la razón de nuestra esperanza. Que Ella, con su poderosa intercesión, obtenga el más feliz éxito para nuestros deseos, consejos y actuación en esta situación de tan grave peligro para el pueblo cristiano.

Papa Gregorio XVI

(Extractos de la Encíclica Mirari vos, 15/8/1832)

 

 

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