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Manifestación del poder de Dios

Redacción (Miércoles, 05-07-2017, Gaudium Press) En una de las batallas de Judas Macabeo contra los pueblos vecinos, los paganos estaban junto a una torrente. Y Judas con sus hombres, que se encontraban a una cierta distancia del otro lado, partieron a fin de atacarlos.

Atravesó la torrente en frente de todos, y los enemigos fueron aplastados

El general enemigo dijo a sus soldados que si Judas atravesase delante de todos el curso de agua, ellos, paganos, estarían vencidos. Si dudase y quedase acampado a las márgenes del torrente, los paganos los liquidarían. Apenas llegó al torrente, Judas lo «atravesó primero, al encuentro de los enemigos, y todo el pueblo lo siguió. Todos los gentiles fueron aplastados […] Los judíos tomaron la ciudad y pusieron fuego al templo, con todos los que estaban dentro» (I Mac 5, 43-44).

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Triunfo de Judas Macabeo, según Rubens

 

Continuando su caminata, Judas encontró una ciudad la cual cerró sus puertas, impidiendo que los judíos la atravesasen.

Judas pidió que las abriesen, pues se comprometía a no perjudicar a sus habitantes. Ellos se negaron. Entonces, bajo las órdenes de Macabeo, «los soldados tomaron posición y él comenzó el asalto a la ciudad, todo aquel día y toda la noche, hasta que ella cayó en sus manos. Él hizo pasar al filo de la espada toda la población masculina, arrasó las casas, tomó los despojos, y atravesó la ciudad pisando sobre los cuerpos de los muertos» (I Mac 5, 50-51).

Purgatorio y oraciones por los muertos

En determinada ocasión, Judas Macabeo mandó recoger los cuerpos de los que habían muerto en una batalla, a fin de que fuesen sepultados en las tumbas de sus antepasados.

Al ejecutarse ese piadoso trabajo, fueron encontrados bajo las ropas de los que habían sucumbido objetos consagrados a los ídolos. «Entonces quedó claro, para todos, que fue por eso que ellos murieron. Pero todos alabaron la manera de actuar del Señor, justo Juez, que torna manifiestas las cosas escondidas. Y se pusieron en oración, pidiendo que el pecado cometido fuese completamente cancelado» (II Mac 12, 40-42).

Se trataba de amuletos. «Se ve por ese hecho que la raíz entera de la idolatría no había desaparecido del seno del judaísmo, y que varios de aquellos que defendían la religión de sus padres -la única verdadera-, con el riesgo de sus vidas, estaban todavía impregnados del espíritu pagano».

Judas Macabeo, entonces, «mandó hacer el sacrificio expiatorio por los fallecidos, a fin de que fuesen absueltos de su pecado» (II Mac 12, 45).

«La Iglesia siempre vio rectamente en ese pasaje la prueba de la existencia del Purgatorio y de la utilidad de las oraciones por los muertos. Estos dos dogmas conexos no podrían estar en ese trecho más claramente afirmados.»

Antíoco Epífanes: todos sus miembros fueron fracturados

Mientras eso sucedía, Antíoco Epífanes hizo una incursión en Persia, pero tuvo estruendoso fracaso. Sabiendo de las derrotas que sus generales habían sufrido en Judea, quedó ebrio de odio y «ordenó al cochero que condujese el auto sin parar, mientras ya lo acompañaba el juzgamiento del Cielo».

«De hecho, él así hablaba, en su arrogancia: ‘¡Voy a hacer de Jerusalén un cementerio de judíos, apenas llegue allá!'» Peor, Él juzgaba que los judíos eran «indignos hasta de sepultura y merecedores, al contrario, de ser expuestos a las aves de rapiña y tirados, con sus hijos, a los animales carnívoros».

«Pero Aquel que todo ve, el Señor, Dios de Israel, lo hirió con una llaga incurable e invisible: mal Antíoco había terminado su imprecación, lo acometió un dolor insoportable en las entrañas y tormentos atroces en el vientre».

«Esto era plenamente justo, pues él había atormentado las entrañas de los otros con numerosas y rebuscadas torturas. Aún así, no desistía en nada de su arrogancia. Antes, lleno de soberbia y en su íntimo vomitando fuego contra los judíos, mandó además acelerar la marcha».

«De repente, cayó del carruaje que corría precipitadamente, tumbándose con violencia en el piso, y sufriendo fracturas en todos sus miembros. Y él que, poco antes, en su arrogancia de súper-hombre, creía que podía dar órdenes a las olas del mar y sería capaz de pesar en la balanza las altas montañas, yacía por tierra y tuvo que ser transportado en andas. Así daba muestra evidente, a todos, del poder de Dios» (II Mac 9, 4-8). O sea, él se consideraba un dios, y hasta incluso tomó ese título en las monedas que mandó acuñar».

De sus ojos salían gusanos

«Más aún: de los ojos de ese impío salían gusanos, y sus carnes se descomponían entre espasmos lancinantes, estando él todavía vivo. Y todo el ejército, por causa del mal olor, mal soportaba esa podredumbre» (II Mac 9, 9). Fue él cobijado por el «justo juicio de Dios». Esa misma enfermedad alcanzó al hediondo Herodes Agripa, que había mandado matar al Apóstol San Santiago Mayor; él «expiró carcomido por los gusanos» (At 12, 23).

En medio de esos tormentos, Antíoco llegó a hacer promesas de que restituiría los bienes robados del Templo, abrazaría el judaísmo etc., si fuese curado. Pero el Señor no lo atendió porque «su arrepentimiento era superficial y sin sinceridad».

«Este asesino y blasfemo, sufriendo dolores atroces, murió en las montañas en tierra extranjera. Su fin fue miserable, correspondiendo al modo como tratara a los otros» (II Mac 9, 28). El castigo de ese impío había sido previsto por los hermanos Macabeos, que fueron martirizados por orden de él (cf. II Mac 7, 14-41).

Pidamos a Nuestra Señora que nos obtenga la gracia de compenetrarnos de que Dios premia los buenos y castiga a los impíos, no solo después de la muerte, sino muchas veces en esta vida terrenal.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 117)
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Bibliografía

FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le second Livre des Machabées. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p. 874.

 

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