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El origen de los sacramentales

Redacción (Lunes, 14-08-2017, Gaudium Press) El conceptuado canonista Luigi Chiappetta (1994: 1086) no duda en afirmar que «los sacramentales remontan a los primeros tiempos de la Iglesia; los más antiguos (la señal de la Cruz y el agua bendita) a los apóstoles».

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Uno de los mayores argumentos que presentan los detractores de los sacramentales es alegar el desconocimiento de su origen. Entretanto, dice Gaume (1873: 20) que «si se habla del origen histórico, los sacramentales remontan a los tiempos apostólicos, e incluso más allá».

Efectivamente, se encuentran diversos documentos que testimonian la existencia de muchos de ellos – como son la oración del Padre Nuestro y diversas bendiciones – ya en los primeros tiempos del Cristianismo.

El propio Papa Pío IX (1866: 1 apud GAUME, 1873: XIII), en carta al autor de la citación arriba, hablaba con su Autoridad Apostólica de la «venerada antigüedad» de algunos de ellos.

El conceptuado canonista Luigi Chiappetta (1994: 1086, traducción nuestra) no duda en afirmar que «los sacramentales remontan a los primeros tiempos de la Iglesia; los más antiguos (la señal de la Cruz y el agua bendita) a los apóstoles. Los exorcismos fueron instituidos por el propio Cristo», lo que de hecho nos es atestiguado por la Sagrada Escritura.

Más aún, como señala Abad (2000: 494, traducción nuestra) ya «en el Antiguo Testamento, las bendiciones ocupaban un lugar muy destacado en la vida y el culto de Israel y eran expresión de un vínculo espiritual del hombre con Dios».

También es preciso señalar que ya anteriormente a Nuestro Señor y fuera de la religión judaica:

«Las religiones no cristianas llamaban misterio o sacramento […] a todo aquello que unía o relacionaba a los mortales con la divinidad […]. Este concepto lo acogió el cristianismo y, en un principio, le dio un significado vastísimo: sacramento era todo cuanto entraba, de un modo u otro en el plan divino de la salvación y tenía un sentido oculto y una virtud transcendente». (MARTÍN, 2002: 1166, traducción nuestra).

Tal fue lo que sucedió, por ejemplo, con el agua bendita que según recuerda Martimort (1992: 223) «es un agua lustral, como la que usaban las religiones paganas, destinada a ser derramada sobre los lugares, pero santificada por una oración de la Iglesia con el fin de exorcizar y purificar […]. Con el agua se mezclaba sal, quizá para imitar el gesto de Eliseo»; entroncando de este modo su origen con el Antiguo Testamento en el cual ya existían ciertos ritos, a manera de los sacramentales.

Por el Padre Ignacio Montojo Magro, EP

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