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La pompa más sublime de la Historia

Redacción (Viernes, 26-01-2018, Gaudium Press) Después de la ceremonia de la Purificación de Nuestra Señora, la Sagrada Familia regresó a su casa en Belén. Algunos días después, hubo un acontecimiento que causó alegría a los buenos, pero dejó perturbados a los malos.

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Dios, Hombre y Rey

Acompañados de numeroso séquito, tres Reyes Magos de Oriente «llegaron a Jerusalén, preguntando: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Vimos su estrella en el Oriente y vinimos a adorarlo» (Mt 2, 1-2).

En aquella época, el Oriente la palabra «mago» significaba persona dotada de muchos conocimientos, sobre todo los relativos a la Astronomía y Medicina. Los Magos no buscaban un simple rey, sino aquel cuyo poder se extenderá mucho más allá de Judea, o sea, el Mesías. Por eso le traían oro, incienso y mirra (cf. Mt 2, 11). Con el incienso querían adorar a Dios, con la mirra, al Hombre y con el oro, al Rey.

«Vimos su estrella». Los Magos recibieron una revelación interior que les mostraba la relación entre esa estrella y el Mesías; eso los determinó a decidirse rápidamente por el largo viaje. Esa estrella era un Ángel, según Santo Tomás de Aquino.

Herodes y toda Jerusalén se perturbaron

«Al contrario de lo que se podría pensar, Herodes y toda Jerusalén se perturbaron con la noticia divulgada por esa caravana tan prestigiosa y noble (cf. Mt 2, 3). La opinión pública de la capital reaccionó con desconfianza y sospecha: ¿cómo podría haber nacido el Mesías sin que ellos lo supiesen? Dominados por un estado de espíritu nacionalista, todo ellos querían tenerlo bajo su control, siendo incapaces de admirar la acción de Dios por medio de aquellos extranjeros.

«Para los Magos la interrogación no fue menor: ¿no debía alegrarse por el adviento del Mesías el pueblo electo por Dios para recibirlo e introducirlo en el mundo? Fue una desagradable sorpresa para aquellos virtuosos Reyes percibir la inconcebible antipatía de los judíos ante la buena nueva del aparecimiento de su Rey.

«Herodes, disfrazando su odio, llamó a los Magos en secreto a fin de informarse con detalles sobre el surgimiento del astro (cf. Mt 2, 7). Como ignoraban sus pésimas intenciones, estos le contaron con entusiasmo las profecías que conocían sobre el futuro Rey y como despuntara su estrella en el firmamento, clara señal del cumplimiento próximo de las predicciones. Herodes, habiendo consultado a los príncipes de los sacerdotes y los escribas, los envió a Belén, ciudad anunciada por Miqueas como cuna del Mesías (cf. Mq 5, 1).
Además les pidió que retornasen a él para darle indicaciones precisas sobre el Niño pues, según decía, también quería adorarlo (cf. Mt 2, 8).

Mantos suntuosos, alfombras lindísimas, cortejo solemne

«Sorprendidos con la fría acogida del pueblo de Jerusalén, los Reyes se pusieron en camino a la Ciudad de David, con cierta perplejidad.
Ya al inicio del viaje, sin embargo, vieron nuevamente la estrella que refulgiera en el Oriente. Sus corazones se llenaron de profunda alegría: ¡ella no era mentira, estaba allí para guiarlos!

«Era una noche bellísima, que parecía prenunciar uno de los más grandiosos amaneceres de la Historia. Los Magos percibieron que el luminoso astro avanzaba en dirección a una región situada al sur de Belén. Lo siguieron hasta que, en medio a una campiña, avistaron una estancia pobre, pero digna; sobre ella posó la estrella.

«Nuestra Señora y San José, advertidos por los Ángeles de la visita que recibirían, habían suplicado a Dios por el buen éxito de aquel viaje y acompañaron el séquito en espíritu desde Jerusalén.» Y en la casa donde estaban, todos aguardaban, «a la luz de las candelas, a los generosos Reyes de Oriente.

«Los Magos, tomados por la gracia, descendieron de sus camellos y saludaron a San José, que los esperaba a la entrada, con la deferencia debida al más digno de los príncipes. Le pidieron permiso para hacer su ingreso en la habitación con todas las honras. Habiendo él consentido, vistieron suntuosos mantos sobre su ropaje majestuoso, el mejor que poseían, extendieron alfombras de lindísimos colores y formas, encendieron incensarios y organizaron un solemne cortejo.

«Entrando a la casa, encontraron al Niño con María, su Madre. Postrándose delante de Él, lo adoraron. Después, abriendo sus tesoros, le ofrecieron como regalos: oro, incienso y mirra» (Mt 2, 11).

Sentido profético y sobrenatural

«En esa noche brilló la gala más sublime de toda la Historia, nunca superada por las requintadas cortes cristianas que florecerían después.

«Los Magos permanecieron cierto tiempo inclinados, tocando el suelo con la frente, y llenos de temor reverencial. Nuestra Señora los saludó con tal bondad y ternura, que ellos se acercaron a Ella y al Niño arrebatados de admiración, júbilo y fervor. Esa fue la insuperable recompensa a su fidelidad. Una gracia interior invadió sus corazones y les mostró que aquel pequeñito era Dios… ¡qué paradoja! ¡Un bebé-Dios, todopoderoso! Con los ojos bañados en lágrimas, yendo más allá de aquel cuerpo infantil, en espíritu tomaron contacto con el propio Verbo. Y para completar el cuadro, junto a Él estaban María y José, como que transfigurados, a semejanza de dos serafines a extender sus alas sobre aquella escena de fábula.

«Los corazones de los Magos habían sido trabajados por la gracia a partir del instante en que se mantuvieron en vigilia a la espera del surgimiento de la estrella. Sobre todo, a ruegos de la Sagrada Familia, les fue siendo comunicado un sentido profético y sobrenatural que los preparaba, durante las largas noches de viaje, para estar con Jesús. […] En ellos relucía con fulgor la fe, que no se ardía en Jerusalén, donde Herodes y los judíos yacían en las tinieblas del egoísmo y el pecado.»

Después de algunos días de bendecida convivencia, un Ángel advirtió en sueños a los Magos que deberían retornar a sus tierras, sin pasar por Jerusalén (cf. Mt 2, 12). Ellos obedecieron con total prontitud, «pues ya habían discernido en la corta convivencia con Herodes su espíritu engañoso y tiránico, capaz de todas las violencias para conservar un trono que conquistara de modo injusto».

La memoria de los Santos Reyes es celebrada el 6 de enero, en la solemnidad de la Epifanía, palabra que significa manifestación divina. Y sus reliquias se veneran en la Catedral de Colonia, en Alemania.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 138)
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Cf. SAN LEÓN MAGNO. Homilías sobre la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo.
Hom.I, n.2. In: Homilías sobre el Año Litúrgico. Madrid: BAC, 1969, p.124.
Suma Teológica. III, q. 36, a. 7.
CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. São José: quem o conhece?… São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. Arautos do Evangelho. 2017, p. 256.258.263 passim.

 

 

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