martes, 23 de abril de 2024
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Autoritarismo populista y patriarcado cristiano

Redacción (Martes, 05-06-2018, Gaudium Press) Destruirle su mentalidad feudal a cualquier nación del mundo no ha sido tarea fácil para el liberalismo ideológico. Ha costado muchas guerras, mucho dolor, mucha sangre. Desde la revolución francesa a nuestros días, ya se perdió la cuenta de los conflictos que la ha tocado vivir a la humanidad en distintos cuadrantes del planeta, para que le impongan la ideología de una plebe envenenada de igualitarismo y grosería sobre las aristocracias. El fenómeno llegó incluso al mundo oriental desde la propia Europa liberal.

El feudalismo es un tipo de organización social, política y económica orgánica y natural, inherente al ser humano. Nace del patriarcado que no es la prepotencia masculina respecto a la mujer, como habitualmente se ha satanizado aquella palabra. Alguien tendrá que responder algún día, por haber desprestigiado esa institución natural, o dejarla enfermar y morir despreocupadamente sin asistirla espiritualmente, permitiendo que se fuera borrando de la mente humana la imagen de un Dios paternal y protector.

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Patriarca San José con el niño

Tuvieron que haber llegado el siglo XX y el actual, para intentar cambiar la naturaleza humana y pretender que la protección del patriarca se puede reemplazar por un coordinador rotativo, temporal y por turnos con elección popular o aquiescencia de la familia. Ese está siendo el tremendo error de la sociedad contemporánea que nos está llevado al caos social, la inseguridad y la violencia, apenas medio controlables hoy día por cámaras ocultas en las calles y en todos los establecimientos públicos, y que ya se están usando también en los hogares. O simplemente por miedo a la ley, el cual también se va acabando poco a poco a través de esa forma delictiva asesina que ya no le teme a nada, ni a la propia muerte suicida, como sucede con esas matanzas colectivas o kamikazes en Estados Unidos, o en Europa, o en cualquier lugar del mundo.

Sabido es también que en la selección de agentes del orden para la fuerza pública en algunos países hoy día, se está aplicando un test de corte psicoanalítico freudiano, para detectar personalidades con don de mando y liderazgo y así descartarles su ingreso en las academias de formación militar o policiva. Es una forma de acabar con el buen sentido de la autoridad, que no consiste en caudillismo brutal y despectivo sino en todo lo contrario, es decir en lo que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo (Mt 20, 25-28). La autoridad no nace de la inteligencia, la vitalidad, la buena salud o la belleza, sino de la virtud y la vocación de servir. La práctica eximia de esta con espíritu de abnegación y disposición al sacrificio, es el ejemplo que arrastra y genera respeto, consideración y aprecio. Si a la virtud se le suman otras cualidades, mucho mejor, pero lo cierto y comprobadamente efectivo es que esa nobleza de quien se inmola por servir termina liderando mansamente al resto de la sociedad. Al menos en una sociedad donde la caridad fraterna y cristiana sea la característica esencial del diario convivir.

Decía alguna vez el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que lo contrario de un desequilibrio no es otro desequilibrio sino el equilibrio. Esto para profetizar que instaurado un régimen autogestionario y sin autoridad, el liberalismo llevaría a la sociedad a tal estado de autodestrucción clamorosa, que la única manera de intentar recuperar algo parecido al orden, sería mediante un caudillismo déspota y violento, pero eso sería para preparar la tiranía de una prefigura del anticristo del que Hitler, Stalin y los populistas latinoamericanos, son apenas una muestra; y la opinión pública amedrentada se vería en la obligación de aceptarlo a cambio de la supervivencia aunque sea precaria y paupérrima como sucede en Cuba. Borrada la noción del verdadero equilibrio patriarcal en las nuevas generaciones, no quedaría otra salida a la humanidad que aguantar el látigo de una opresión brutal, como probablemente existe en los infiernos.

Por Antonio Borda

 

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