jueves, 28 de marzo de 2024
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Papa en la Audiencia General: la debilidad del hombre es el lugar del encuentro con Jesús

Ciudad del Vaticano (Miércoles, 08-08-2018, Gaudium Press) En la Audiencia General del día de hoy, realizada en la Sala Pablo VI, el Pontífice continuó con el tema de la idolatría, la de otrora y la actual, fundado en esta ocasión en el relato del Éxodo de la fabricación del becerro de oro.

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La escena de este becerro se da en la caminata en el desierto del pueblo elegido rumbo a la Tierra Prometida. ¿Qué simboliza el desierto?

«El desierto -afirma el Pontífice- es el lugar en el que reinan la precariedad y la falta de seguridad», nada hay. «Faltan el agua, la comida y el amparo». Y ésta -expresa el Papa- «es una imagen de la vida humana, cuya condición es incierta y no posee garantías inviolables». En medio de la incerteza de la vida, ¿a quén recurrir?

A veces el hombre busca una religión ‘casera’: «Si Dios no se deja ver, nos hacemos un dios a medida», una religión de ídolos. Entretanto, el ídolo es sólo un pretexto: «Entendemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse en el centro de la realidad, en adoración de la obra de las propias manos, dice el Papa». Siempre, y en todos los tiempos, la tentación es centrarse en uno mismo, aunque el ídolo tenga varios ropajes.

«Estos son los grandes ídolos: el éxito, el poder y el dinero ¡Son las tentaciones de siempre!», afirma Francisco. «Esto es el becerro de oro: el símbolo de todos los deseos que dan la ilusión de libertad y que, en cambio, esclavizan, porque el ídolo siempre esclaviza». «La gran obra de Dios -dice el Papa- es quitar la idolatría de nuestros corazones».

Todo parte de no buscar a Dios

«Todo nace de la incapacidad de confiar sobre todo en Dios, de poner nuestra seguridad en Él, de dejar que Él sea el que dé verdadera profundidad a los deseos de nuestros corazones». Sin embargo, el referirnos a Dios «nos hace fuertes en la debilidad, en la incerteza y también en la precariedad». Sin Dios caemos fácilmente en la idolatría.

No obstante, para ir a Dios hay un requisito previo, que es el reconocimiento de la propia debilidad, pues admitir «la propia debilidad no es la desgracia de la vida humana, sino la condición para abrirse a quien es verdaderamente fuerte»:

«La salvación de Dios entra por la puerta de la debilidad» aseguró el Papa, resaltando que es «por su propia insuficiencia que el hombre se abre a la paternidad de Dios». Y añadió: «La libertad del hombre nace en el dejar que el verdadero Dios sea el único Señor. Esto nos permite aceptar nuestra propia fragilidad y rechazar los ídolos de nuestros corazones».

Jesús es quien viene «a revelarnos la paternidad de Dios; en Cristo nuestra fragilidad ya no es una maldición, sino un lugar de encuentro con el Padre y la fuente de nuevas fuerzas desde lo alto», dijo el Pontífice.

Con información de Vatican News

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