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La Virgen Milagrosa convierte a un condenado a muerte: la increíble historia de Claude Newman

Redacción (Miércoles, 28-11-2018, Gaudium Press) La fantástica historia de Alfonso María Ratisbonne es muy recordada por estos días en que la Iglesia festeja la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa y a Santa Catalina Labouré. Abogado, banquero, ateo, había empezado a usar una medalla milagrosa por la insistencia empedernida de su amigo Teodoro de Bussiére. Pero un día entrando a la iglesia romana de Sant’Andrea delle Fratte ve a una dama celestial, la Virgen Milagrosa y su vida da un vuelco total. Se convierte a la Fe romana, se ordena sacerdote, funda una comunidad religiosa.

Pero tal vez menos conocida es una historia que tiene rasgos muy similares, la del condenado a muerte en los EE.UU. Claude Newman. Pasemos a los hechos, que hoy por hoy siguen siendo objeto de investigación.

Claude nace en una familia pobre de Arkansas en 1923. Criado por su abuela, ve cuando tenía 16 años que para su desgracia la abuela se casa con un hombre maltratador, Sid Cook. Cook y la abuela se separan pero ciertamente amargado por el resentimiento, al tener 19 años Claude espera al maltratador Sid en su casa, le dispara, lo mata, le roba y huye, para después ser detenido, y luego condenado a morir en la silla eléctrica, en Mississippi.

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La pena de muerte se debería ejecutar primero el 14 de mayo de 1943, pero es aplazada para el 20 de enero de 1944.

Claude comparte celda con cuatro prisioneros. Uno de ellos portaba una medalla que comenzó a llamar la atención de Claude: era la medalla milagrosa. La obtiene, se la cuelga.

Esa noche alguien le toca la muñeca y lo despierta, para entonces ver «la mujer más guapa que ha creado Dios», según el relato de su confesor, el P. Robert O’Leary.

Comienza entonces el proceso de conversión de Claude. Así lo conoció el P. O’Leary. Tanto Claude como sus compañeros de celda pidieron formación católica.

Pero había que comenzar de cero. Poco por no decir nada conocía Claude de la fe, pero es que ni siquiera sabía leer y escribir. Entretanto el trabajo de catequesis comenzó, por parte del P. O’Leary, y también de dos religiosas que ayudaban en esa labor.

Un día había que hablar de la confesión. Cuál no sería la sorpresa de los catequistas, al escuchar la excelente explicación que sobre ese sacramento de redención dio Claude: «Eh, yo eso me lo sé. Nuestra Señora me dijo que cuando nos confesamos no nos arrodillamos ante un sacerdote, sino que nos arrodillamos ante la Cruz de su Hijo. Y que si de verdad nos duele haber pecado y confesamos nuestros pecados, la sangre que su Hijo vertió desciende sobre nosotros y nos lava, librándonos de todos los pecados». Pero hubo más.

7.jpgPara confirmar que esos conocimientos los había adquirido de forma extraordinaria, Claude le reveló al Padre O’Leary un secreto, algo que incluso él había olvidado:

«Ella me dijo que si usted dudaba de mi palabra o se mostraba dubitativo, yo debía recordarle que usted, cuando estaba en Holanda en 1940, le hizo un voto que todavía no ha cumplido». Comentó el sacerdote que Claude le detalló el voto, que era que el sacerdote se había comprometido con la Virgen a erigir una iglesia en honor a su Inmaculada Concepción, lo que fue después realidad en Clarksdale, Mississippi, en 1947.

También la Virgen había instruido a Claude en la hostia sacrosanta:

«Nuestra Señora me dijo que en la comunión yo sólo veré lo que parece ser un trozo de pan. Pero me contó que en realidad eso es verdadera y realmente su Hijo, y que Él estaría conmigo como estuvo con ella antes de nacer en Belén. Me dijo que debía dedicar mi tiempo, como ella hizo durante su vida, a estar con Él, amándole y adorándole, dándole gracias, alabándole y pidiéndole bendiciones».

Preparado por un cuidadoso catecismo que venía a completar la instrucción recibida por la propia Madre de Dios, Claude y compañeros recibirían el bautismo el 16 de enero de 1944. Cuatro días después sería ejecutado.

Al preguntársele cuál era su último pedido, Claude respondió ya como hombre de fe firme: «Mis amigos, y los carceleros, estáis conmovidos. Pero no lo entendéis. No voy a morir, sólo este cuerpo morirá. Voy a estar con Nuestra Señora. De modo que me gustaría hacer una fiesta. ¿Daría usted permiso al Padre O´Leary para traer pasteles y helado y autorizaría que los prisioneros de la segunda planta vinieran a la sala principal para que todos podamos estar juntos y celebrarlo?» Y así se hizo una fiesta católica.

Pero antes de la ejecución llegó un aplazamiento de la sentencia, decretado por el gobernador del Estado, aplazamiento que primero movió a Claude a la tristeza.

«¡No lo entendéis! ¡Si hubiérais visto el rostro de Nuestra Señora y mirado a sus ojos, no querríais quedar en este mundo otro día más. ¿Qué he hecho yo de malo en estas últimas semanas para que Dios me niegue dejar este mundo?»

Entretanto, alguna razón habría que tener el cielo para haber querido postergar el encuentro de Claude con la corte celestial. ¿Cuál sería? Ahh ya, la conversión de un preso, alguien que odiaba a Claude, alguien que había matado a un policía y que también estaba condenado a muerte, James Hughes.

«Quizá Nuestra Señora quiere que tú ofrezcas este sacrificio de tener que esperar dos semanas a estar con ella por la conversión de Hughes. ¿Por qué no le ofreces a Dios cada momento en que permanecerás separado de tu Madre del Cielo por la conversión de este prisionero, para que no esté separado de Dios por toda la eternidad?», le dijo el P. O’Leary a Claude. Claude pues hizo verbal el ofrecimiento de sus sacrificios, en beneficio del alma de Hughes.

Claude finalmente cumplió su sentencia a muerte el 4 de febrero de 1944. Todos, estaban sorprendido con la serenidad y la alegría de este prisionero camino al cadalso. Pero sobre todo estaban sorprendidos quienes no conocían de cerca su historia. Una historia que siguió con la conversión de Hughes, quien murió también en la silla eléctrica tres meses después de Claude, confesando «al Señor Jesucristo hoy aquí ante el hombre. Que él tenga piedad de mi alma, en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo».

Con información de Cari Filii

 

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