{"id":171261,"date":"2024-04-24T13:32:34","date_gmt":"2024-04-24T18:32:34","guid":{"rendered":"https:\/\/es.gaudiumpress.org\/?p=171261"},"modified":"2024-04-24T13:32:34","modified_gmt":"2024-04-24T18:32:34","slug":"zuavos-pontificios-cruzados-del-s-xix","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/es.gaudiumpress.org\/content\/zuavos-pontificios-cruzados-del-s-xix\/","title":{"rendered":"Zuavos pontificios: Cruzados del S. XIX"},"content":{"rendered":"

La sorprendente historia de los zuavos pontificios, en pleno siglo del progreso, es un admirable ejemplo de amor por la Santa Iglesia llevado hasta el sacrificio de s\u00ed mismo.<\/em><\/p>\n

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Redacci\u00f3n (<\/strong>24\/04\/2024 13:16<\/strong>, <\/strong>Gaudium Press<\/strong><\/a>) <\/strong>\u00a0Hero\u00edsmo.<\/p>\n

Giovanni Mar\u00eda Mastai Ferretti fue elegido Papa el 16 de junio de 1846, adoptando el nombre de P\u00edo IX. En los primeros a\u00f1os de su reinado tuvo que afrontar graves revoluciones originadas por movimientos patri\u00f3ticos italianos, que atentaban contra su dominio sobre los Estados Pontificios.<\/p>\n

No obstante, como las revueltas iniciales no alcanzaron un \u00e9xito completo, los conspiradores decidieron esperar un tiempo hasta que se reavivaran los \u00e1nimos, lo que demor\u00f3 alrededor de diez a\u00f1os.<\/p>\n

Finalmente, V\u00edctor Manuel II, rey de Cerde\u00f1a-Piamonte, inici\u00f3 una pol\u00edtica de anexi\u00f3n de los peque\u00f1os estados de la pen\u00ednsula italiana, mediante la cual se erig\u00eda como una aut\u00e9ntica amenaza para los Estados Pontificios. A su servicio se encontraba Giuseppe Garibaldi, l\u00edder de los soldados revolucionarios \u2014llamados \u00abcamisas rojas\u00bb\u2014, que pretend\u00edan invadir los territorios del Papa.<\/p>\n

Nace el batall\u00f3n<\/strong><\/p>\n

Comprendiendo la gravedad real de los hechos y considerando el desinter\u00e9s de las potencias europeas en las cuestiones relativas a la Iglesia, P\u00edo IX le encarg\u00f3 a su ministro de las armas pontificales, Mons. M\u00e9rode \u2014sacerdote belga y antiguo oficial\u2014 que se ocupara de la defensa de los dominios eclesi\u00e1sticos. \u00c9ste decidi\u00f3 entonces citar al general Louis de La Morici\u00e8re, c\u00e9lebre h\u00e9roe de la guerra colonial de \u00c1frica, para que fuera el comandante general de las fuerzas pontificias, entre las que destacaba el nuevo regimiento de fusileros franco-belgas, conocidos como zuavos pontificios.1<\/p>\n

Con vistas a auxiliar a La Morici\u00e8re en sus funciones dentro de este batall\u00f3n de combatientes, fue convocado tambi\u00e9n Louis de Becdeli\u00e8vre, que se encarg\u00f3 de la formaci\u00f3n y la disciplina de sus integrantes, transformando a aquellos j\u00f3venes llenos de entusiasmo en verdaderos soldados. A pesar de su reducido n\u00famero, estaban dispuestos a enfrentar cualquier tormenta. Y no falt\u00f3 mucho para que \u00e9sta asomara en el horizonte\u2026<\/p>\n

Una vez concluida la conquista de Sicilia, Garibaldi march\u00f3 con sus tropas hacia N\u00e1poles, \u00faltimo basti\u00f3n ante los estados del Papa. La Morici\u00e8re decidi\u00f3 entonces que los zuavos, aun en gran desproporci\u00f3n num\u00e9rica, combatir\u00edan contra el ej\u00e9rcito italiano y concretar\u00edan el ideal \u2014hasta entonces s\u00f3lo te\u00f3rico\u2014 de luchar por la Iglesia: hab\u00eda llegado el momento tan deseado por sus hombres.<\/p>\n

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Castelfidardo: prueba de fidelidad<\/strong><\/p>\n

Como primero de los preparativos, Becdeli\u00e8vre aconseja que todos se confiesen y est\u00e9n listos para comparecer ante el supremo tribunal de Dios.<\/p>\n

Una vez en paz con el Se\u00f1or y abiertas ante ellos solamente las puertas de la victoria o las del Cielo, los zuavos se lanzan al combate. El 18 de septiembre de 1860, el general La Morici\u00e8re se dirige a Ancona, cerca de Castelfidardo, y da la batalla en campo abierto contra las tropas garibaldinas.<\/p>\n

Sin embargo, los designios divinos a menudo son contrarios a los de los hombres; en lugar de concederles a estos j\u00f3venes soldados un triunfo definitivo, la Providencia les exige algo mucho m\u00e1s arduo: fidelidad en medio del oprobio. Debido a la supremac\u00eda num\u00e9rica del ej\u00e9rcito enemigo, son derrotados.<\/p>\n

Al verse obligados a refugiarse en Loreto, los combatientes se retiran ante una imagen de la Virgen, a fin de obtener fuerzas para los sufrimientos venideros.<\/p>\n

Es f\u00e1cil concebir la decepci\u00f3n generalizada que el fracaso provoc\u00f3 en los c\u00edrculos cat\u00f3licos, aumentando el descontento de quienes eran contrarios a la formaci\u00f3n de esa fuerza militar.<\/p>\n

A pesar de todo, este sentimiento fue contrarrestado en otra parte de la opini\u00f3n p\u00fablica por cierta conmoci\u00f3n e incluso un brote de entusiasmo, por lo que se alistaron nuevos reclutas para incrementar el peque\u00f1o ej\u00e9rcito papal.<\/p>\n

Entre ellos, cabe mencionar el caso de Quer\u00e9, un joven campesino analfabeto \u2014de mala apariencia y dialecto ininteligible\u2014 que proced\u00eda de Breta\u00f1a y se present\u00f3 en Par\u00eds para alistarse en las filas pontificias. Adem\u00e1s de su insuficiente \u00abcurr\u00edculum\u00bb, el mancebo ten\u00eda un defecto en la constituci\u00f3n de su pie, que lo hac\u00eda impropio para la marcha. Aprovech\u00e1ndose de que hab\u00eda olvidado sus documentos, le negaron el ingreso en el escuadr\u00f3n. No obstante, el bret\u00f3n estaba tan decidido que pese a haber llegado a Par\u00eds a pie desde su aldea, volvi\u00f3 una vez m\u00e1s a su tierra natal y regres\u00f3 a la capital, esta vez portando la documentaci\u00f3n requerida. Ante tal muestra de decisi\u00f3n, no quedaba otra cosa sino aceptarlo.<\/p>\n

Otro soldado, en carta a su familia, expres\u00f3 la siguiente idea: \u00abA Dios y a su vicario no tengo que ofrecer ni fortuna, ni nacimiento, ni talentos, ni influencia alguna; s\u00f3lo tengo mi sangre y la doy\u00bb.2<\/p>\n

Pero mientras crec\u00eda el n\u00famero de soldados pontificios, alcanzando los seiscientos hombres en enero de 1861, V\u00edctor Manuel hac\u00eda su entrada triunfal en N\u00e1poles, la \u00faltima de su viaje hacia las tierras del Papa.<\/p>\n

Proficuo per\u00edodo de inacci\u00f3n<\/strong><\/p>\n

Pese a ello, tras la batalla de Castelfidardo hubo cierta calma en ambos bandos, lo que no imped\u00eda que se libraran muchos peque\u00f1os enfrentamientos.<\/p>\n

Para los zuavos, este per\u00edodo fue de gran beneficio tanto en la preparaci\u00f3n militar como en la espiritual, debido a su cercan\u00eda a P\u00edo IX, a quien prestaron juramento de lealtad en enero de 1861.<\/p>\n

En este momento de cierta inacci\u00f3n, dos hechos merecen especial atenci\u00f3n. El primero fue la llamada Convenci\u00f3n de Septiembre: un acuerdo firmado en 1864 entre V\u00edctor Manuel II y Napole\u00f3n III, que coordinaba la retirada de las tropas francesas del territorio italiano y la no agresi\u00f3n a las tierras papales. El segundo, en el mismo mes del a\u00f1o siguiente, fue la muerte de La Morici\u00e8re. Con esta p\u00e9rdida, P\u00edo IX se vio en la contingencia de ceder a las insistentes peticiones que le llegaban de todas partes para destituir a Mons. M\u00e9rode del cargo de ministro de las armas y de transferirlo al general alem\u00e1n Hermann Kanzler, quien, por cierto, demostr\u00f3 ser muy eficaz.<\/p>\n

El nuevo nombramiento, sumado a la extendida indignaci\u00f3n causada por la retirada de las tropas francesas, renov\u00f3 el fervor de los zuavos y de los cat\u00f3licos que, del mundo entero, acudieron a alistarse en las filas pontificias. Debido a esto, de un batall\u00f3n cuyo contingente, en 1865, no superaba los quinientos hombres, el ej\u00e9rcito creci\u00f3 en dos a\u00f1os a 2.289, de los cuales 872 eran holandeses, 659 franceses y 495 belgas.<\/p>\n

\u00abCoopero en la m\u00e1s sagrada de las misiones\u00bb<\/strong><\/p>\n

Se sent\u00eda en el palpitar de los corazones el surgimiento de una nueva fuerza, que bien podr\u00eda ser expresada en las palabras del bar\u00f3n Onffroy: \u00abQuisi\u00e9ramos ver la eclosi\u00f3n, en favor del digno sucesor de Pedro, del magn\u00edfico movimiento que se llev\u00f3 a cabo en tiempos de Godofredo de Bouillon y de San Luis rey, para la liberaci\u00f3n de los Santos Lugares\u00bb.3<\/p>\n

Verdaderas eran aquellas gracias de cruzada, que le confer\u00edan a los soldados un dinamismo y un coraje que superaban la simple naturaleza, como queda claro en la carta de uno de ellos a su familia: \u00abLa idea de que coopero en la m\u00e1s santa de las misiones, que cumplo la voluntad divina, me da una fuerza que no es natural\u00bb.4<\/p>\n

Afirmaciones como \u00e9stas son un testimonio de la acci\u00f3n de la gracia en las almas de los combatientes para las nuevas luchas que llegar\u00edan.<\/p>\n

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Mentana: la gran victoria<\/strong><\/p>\n

En el a\u00f1o 1867 se intensifica la actuaci\u00f3n del escuadr\u00f3n papal. En febrero, Garibaldi recorri\u00f3 el norte de Italia agrupando hombres para lanzarse sobre la Ciudad Eterna. Su sa\u00f1a anticat\u00f3lica era tan evidente que algunos fieles llegaron a considerarlo el anticristo.<\/p>\n

Debido a la reanudaci\u00f3n de las hostilidades, los zuavos tambi\u00e9n volvieron a la acci\u00f3n y combatieron a los garibaldinos en varias ocasiones: Bagnoregio, Montelibretti, Farnese, Monterotondo, entre otras. Gracias a Dios, en casi todos los enfrentamientos la victoria se inclin\u00f3 del lado de los defensores de la religi\u00f3n, en gran parte por su instrucci\u00f3n y su nuevo comandante.<\/p>\n

Sin embargo, era imposible mantener una vida en constante guerra. Para ello, fue necesario acabar el asunto de una vez por todas, a trav\u00e9s una gran batalla.<\/p>\n

Con el regreso del apoyo de Napole\u00f3n III al ej\u00e9rcito papal, surgi\u00f3 la oportunidad de constituir finalmente un ej\u00e9rcito razonable. Ahora ser\u00edan cinco mil hombres \u2014de los cuales cerca de dos mil quinientos zuavos\u2014 los que presentar\u00edan batalla a diez mil enemigos.<\/p>\n

Mentana fue el lugar donde, el 3 de noviembre, se enfrentaron ambos ej\u00e9rcitos. A pesar de la desproporci\u00f3n num\u00e9rica, cuando las dos banderas se encontraron, los zuavos avanzaron con tal \u00edmpetu que, \u00aben un instante, los garibaldinos fueron alcanzados, derribados a bayonetazos, rechazados y perseguidos, sin poder reagruparse\u00bb.5 Finalmente, los ej\u00e9rcitos papales los expulsaron de la ciudad a la que hab\u00edan huido, dejando un millar de muertos y heridos, adem\u00e1s de 1.398 prisioneros.<\/p>\n

La victoria fue rotunda. Al llegar a Roma, el batall\u00f3n entr\u00f3 aclamado a gritos por el pueblo: \u00ab\u00a1Viva P\u00edo IX! \u00a1Viva Francia! \u00a1Viva el Papa Rey! \u00a1Viva los zuavos! \u00a1Viva la tropa pontificia! \u00a1Viva los franceses!\u00bb.6<\/p>\n

La ca\u00edda de Roma y la disoluci\u00f3n de los zuavos<\/strong><\/p>\n

A la batalla de Mentana le sigui\u00f3 una \u00e9poca de calma de tres a\u00f1os, hasta que, en julio de 1870, comenz\u00f3 la guerra franco-prusiana, la cual oblig\u00f3 una nueva retirada del apoyo franc\u00e9s\u2026 La ocasi\u00f3n adecuada para que los revolucionarios italianos volvieran a tomar las armas contra Roma, pero esta vez con intenci\u00f3n de aplastarla\u2026 Sumaban sesenta mil hombres, divididos en tres frentes de ataque.<\/p>\n

Por su parte, el general Kanzler determin\u00f3 que el ej\u00e9rcito papal, compuesto de s\u00f3lo siete u ocho mil soldados, se limitar\u00eda a la defensa de la ciudad de Roma en cuatro puestos. Humanamente hablando era un enfrentamiento suicida y las tropas lo sab\u00edan.<\/p>\n

El 19 de septiembre, al enterarse de que los revolucionarios se hallaban a poco m\u00e1s de diecis\u00e9is kil\u00f3metros de la capital, P\u00edo IX convoc\u00f3 al ministro y le dijo: \u00abQueremos que la resistencia sea lo suficientemente limitada como para demostrar la realidad de una agresi\u00f3n y nada m\u00e1s\u00bb. Aturdido por la orden, Kanzler respondi\u00f3: \u00abSantidad, el ejercito entero quiere combatir y morir\u00bb. No obstante, el Papa insisti\u00f3: \u00abNos le pedimos que se rinda y no muera; que es un sacrificio m\u00e1s grande\u00bb.7<\/p>\n

Al d\u00eda siguiente, el Santo Padre le envi\u00f3 una carta al general reiterando su decisi\u00f3n: \u00abEn este momento en que toda Europa deplora numerosas v\u00edctimas, consecuencia de una guerra entre dos grandes naciones, que no se diga jam\u00e1s que el vicario de Jesucristo, aunque injustamente atacado, haya consentido en derramamiento de sangre alguno\u00bb.8 Se presentaba la m\u00e1s exigente coyuntura: comunicarles a los zuavos la orden de rendirse.<\/p>\n

La guerra acab\u00f3 con un duro sacrificio: la rendici\u00f3n de las tropas pontificias, que marcaron la historia como los cruzados, en defensa de la Santa Iglesia<\/p>\n

Y as\u00ed sucedi\u00f3. El 20 de septiembre, poco despu\u00e9s de iniciada la batalla, el terrible mensaje fue transmitido por los emisarios y la lucha termin\u00f3 con la rendici\u00f3n de los defensores del Papa. Quiz\u00e1 la mayor dificultad para estos h\u00e9roes fuera precisamente la de presenciar la entrada de sus adversarios, que los colmaron de un diluvio de insultos y agresiones, mientras la bandera blanca de la capitulaci\u00f3n era izada sobre la c\u00fapula de San Pedro.<\/p>\n

Tras haber recibido la bendici\u00f3n del Papa, todos regresaron a sus respectivas patrias. A la rendici\u00f3n le sigui\u00f3 la disoluci\u00f3n de los ej\u00e9rcitos pontificios.<\/p>\n

La guerra de los zuavos hab\u00eda terminado, pero coronada por el grand\u00edsimo honor de haber servido a la m\u00e1s alta de las misiones. Pasaron a la historia cuales cruzados, inolvidables baluartes de amor y de sacrificio por la Santa Iglesia Cat\u00f3lica Apost\u00f3lica Romana.<\/p>\n

(Texto extra\u00eddo de la Revista Arautos do Evangelho<\/em> n. 266, feb. 2024. Por Luiz Eduardo Trevisan).<\/p>\n

___<\/p>\n

Notas<\/p>\n

1 La corte romana s\u00f3lo elegir\u00eda oficialmente el nombre de zuavos poco despu\u00e9s de la batalla de Castelfidardo, de la que hablaremos m\u00e1s adelante. Sin embargo, la decisi\u00f3n no hizo m\u00e1s que sellar una costumbre existente, pues ya se le sol\u00eda llamar as\u00ed al batall\u00f3n, debido a su uniforme (cf. CERBELAUD-SALAGNAC, Georges. Les zouaves pontificaux. Paris: France-Empire, 1963, p. 60).<\/p>\n

2 GU\u00c9NEL, Jean. La derni\u00e8re guerre du Pape. Les zouaves pontificaux au secours du Saint-Si\u00e8ge: 1860-1870. Rennes: Presses Universitaires de Rennes, 1998, p. 45.<\/p>\n

3 \u00cddem, p. 86.<\/p>\n

4 DU CO\u00cbTLOSQUET, SJ, Charles. Th\u00e9odore Wibaux. Zouave pontifical et j\u00e9suite. Lille: Descl\u00e9e de Brouwer, 1890, p. 46.<\/p>\n

5 M\u00c9VIUS, David Ghislain Emile Gustave de. Histoire de l\u2019invasion des \u00c9tats Pontificaux en 1867. Paris: Victor Palm\u00e9, 1875, p. 337.<\/p>\n

6 CERBELAUD-SALAGNAC, op. cit., p. 175.<\/p>\n

7 GUENEL, op. cit., p. 141.<\/p>\n

8 \u00cddem, p. 142.<\/p>\n

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