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En la puerta de la Cuaresma

Redacción (Miércoles, 17-02-2010, Gaudium Press) Reproducimos a continuación trechos de la homilía pronunciada por Benedicto XVI durante la misa que presidió en la basílica de Santa Sabina en Roma, en la tarde del Miércoles de Ceniza, el 21 de febrero de 2007:

Al recibir dentro de poco las cenizas sobre la cabeza, escucharemos una vez más una clara invitación a la conversión que puede expresarse en una fórmula doble: «Convertid-os y creed en el evangelio», o: «Acuérdate que eres polvo y en polvo haz de convertirte».

Precisamente debido a la riqueza de los símbolos y los textos bíblicos, el Miércoles de Ceniza es considerado la «puerta» de la Cuaresma. De hecho, la hodierna liturgia y los gestos que la distinguen forman un conjunto que anticipa de modo sintético la propia fisionomía de todo el período cuaresmal. En su tradición, la Iglesia no se limita a ofrecernos la temática litúrgica y espiritual del itinerario cuaresmal, sino que nos indica también los instrumentos ascéticos y prácticos para el recorrido fructífero.

Dilacerando el corazón y no las túnicas

«Arrepentíos de todo corazón ayunos, con lágrimas, con gemidos». (Joel 2,12). Los sufrimientos, las calamidades que afligían en aquel tiempo la tierra de Judá estimulan al autor sagrado a estimular al pueblo electo a la conversión, esto es, a volver con confianza filial al Señor dilacerando su corazón y no las túnicas. De hecho, recuerda el profeta, él «es clemente y compasivo, paciente y rico en misericordia y se compadece de la desgracia» (2, 13). La invitación que Joel dirige a sus oyentes también es válida para nosotros.

«Perdónanos Señor porque pecamos»

No dudemos en volver a descubrir la amistad de Dios perdida con el pecado; encontrando al Señor experimentamos la alegría de su perdón. Y así, casi respondiendo a las palabras del profeta, hicimos nuestra la invocación del refrán del Salmo 50: «Perdonadnos Señor, porque pecamos». Proclamando, el gran Salmo penitencial, apelamos a la misericordia divina; pedimos al Señor que el poder de su amor nos vuelva a dar la alegría de ser salvados. Con este espíritu, iniciamos el tiempo favorable de la Cuaresma, como nos recordó San Pablo: «Aquel que no había conocido el pecado, dice él, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nos convirtamos, en él, justicia de Dios» (2 Cor 5, 21), para dejarnos reconciliar con Dios en Cristo Jesús. El Apóstol se presenta como embajador de Cristo y muestra claramente como precisamente a través de Él, es ofrecida al pecador, esto es a cada uno de nosotros, la posibilidad de una reconciliación auténtica.

Cristo puede transformar la situación de pecado en gracia

Solo Cristo puede transformar cualquier situación de pecado en novedad de gracia. Por ello, asume un fuerte impacto espiritual la exhortación que Pablo dirige a los cristianos de Corinto: «En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios»; y además: «Éste es el tiempo favorable, es éste el día de la salvación» (5, 20; 6, 2). Mientras Joel hablaba del futuro día del Señor como un día de terrible juicio, San Pablo, refiriéndose a las palabras del profeta Isaías, habla de «momento favorable», de «día de la salvación». El futuro día del Señor se tornó el «hoy». El día terrible se transformó en la Cruz y en la Resurrección de Cristo, en el día de la salvación. Y este día es ahora, como nos dice el Canto al Evangelio: «Hoy no endurezcan sus corazones, sino escuchen la voz del Señor». El apelo a la conversión, a la penitencia resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en cada momento de la vida.

La liturgia del Miércoles de Ceniza indica así en la conversión del corazón a Dios la dimensión fundamental del tiempo cuaresmal. Esta es la llamada muy sugestiva que nos viene del tradicional rito de la imposición de las cenizas, que dentro de poco renovaremos. Rito que asume un doble significado: el primero relativo al cambio interior, a la conversión y la penitencia, mientras el segundo recuerda la precariedad de la condición humana, como es fácil comprender de las dos fórmulas diversas que acompañan el gesto.

Amados hermanos y hermanas, tenemos cuarenta días para profundizar esta extraordinaria experiencia ascética y espiritual. En el Evangelio (cf. Mt 6, 1-6.16-18), Jesús indica cuáles son los instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de caridad (la limosna), la oración y la penitencia (el ayuno). Son las tres prácticas fundamentales queridas también por la tradición hebraica, porque contribuyen para purificar al hombre ante los ojos de Dios.

Estos gestos exteriores, que deben ser realizados para agradar a Dios y no para obtener la aprobación y el consenso de los hombres, son por Él aceptados si expresan la determinación del corazón al servirlo, con simplicidad y generosidad. Esto nos recuerda también uno de los Prefacios cuaresmales donde, en relación al ayuno, leemos esta singular expresión: «ieiunio… mentem elevas: con el ayuno elevas el espíritu» (Prefacio IV).

El ayuno, al cual la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte, ciertamente no nace de motivaciones de orden física o estética, sino brota de la exigencia que el hombre tiene de una purificación interior que lo desintoxique de la polución del pecado y el mal; que lo eduque para aquellas renuncias saludables que liberan al creyente de la esclavitud del propio yo; que lo torne más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos. Por esta razón el ayuno y otras prácticas cuaresmales son considerados por la tradición cristiana «armas» espirituales para combatir el mal, las pasiones negativas y los vicios.

«Así como el soldado limpia las armas…»

En este sentido, me complace oír de nuevo con vosotros un breve comentario de San Juan Crisóstomo. «Como en el final del Invierno escribe él vuelve la estación del Verano y el navegante arrastra hacia el mar la nave, el soldado limpia las armas y entrena al caballo para la lucha, el agricultor afila la guadaña, el peregrino fortalecido se prepara para el largo viaje y el atleta depone las prendas de vestir y se prepara para las competiciones; así también nosotros, al inicio de este ayuno, casi al regreso de una Primavera espiritual forjamos las armas como los soldados, afilamos la guadaña como los agricultores, y como timoneros reorganizamos la nave de nuestro espíritu para enfrentar las olas de las pasiones. Como peregrinos retomamos el viaje rumbo al cielo y como atletas nos preparamos para la lucha con el despojamiento de todo» (Homilías al pueblo antioqueño, 3).

En el mensaje para la Cuaresma, invito a vivir estos cuarenta días de especial gracia como un tiempo «eucarístico». A partir de la fuente inagotable de amor que es la Eucaristía, en la cual Cristo renueva el sacrificio redentor de la Cruz, cada cristiano puede perseverar en el itinerario que hoy emprendemos solemnemente. Las obras de caridad (la limosna), la oración, el ayuno juntamente con cualquier otro esfuerzo sincero de conversión encuentran su significado más alto y valor en la Eucaristía, centro y ápice de la vida de la Iglesia y de la historia de salvación. «Este sacramento que recibimos, Oh Padre así rezamos al final de la Santa Misa nos ampare en el camino cuaresmal, santifique nuestro ayuno y lo torne eficaz para la cura de nuestro espíritu».

Pedimos a María que nos acompañe para que, al final de la Cuaresma, podamos contemplar al Señor resucitado, interiormente renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos. ¡Amén!»

Adaptación de la Homilía del Papa Benedicto XVI – Miércoles de Ceniza, 21 de Febrero de 2007 – Basílica de Santa Sabina en el Aventino.

 

 

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