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La contrición perfecta: Una gracia siempre a nuestro alcance – II Parte

Redacción (Jueves, 09-06-2011, Gaudium Press)

Ejemplos de verdadera contrición

Veamos un bellísimo ejemplo de contrición perfecta, sacado del Evangelio.

En el patio de la casa del sumo sacerdote Caifás, San Pedro negó tres veces a Jesús. En seguida, salió y «lloró amargamente» (Mt 26, 75).

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Vitral de la negación de San Pedro

en Lourdes, Francia – Foto: Diego R. Lizcano

 

¿Por qué lloró San Pedro? Si fuese por el hecho de pasar vergüenza delante de los otros Apóstoles, sería un dolor meramente natural, no existiría verdadera contrición. Si fuese por miedo de ser excluido del Reino de Cristo, él tendría una contrición auténtica, pero imperfecta.

Él lloró, sin embargo, por un motivo muy elevado, como dice el Padre von den Driesch: «Pedro se arrepiente y llora, antes que nada, porque ofendió a su amado Maestro, tan bueno, tan santo, tan digno de ser amado […]. Tiene, pues, verdadera y perfecta contrición».

Los Evangelios nos narran un magnífico ejemplo más de contrición perfecta: el de la pecadora que se postra a los pies de Jesús, los baña con sus lágrimas, los seca con sus cabellos, los besa y, por último, los unge con perfumes. Y el Divino Maestro declara que «sus numerosos pecados le fueron perdonados, porque ella mucho amó» (Lc 7, 47).

Contrición perfecta y confesión

Que por la contrición perfecta el pecador obtiene el perdón de sus pecados incluso antes de confesarse, es doctrina afirmada en el Concilio de Trento (14ª sesión, cap. 4).

Entretanto, advierte el mismo Concilio, ella no dispensa al pecador de la necesidad de acusarse de todos sus pecados mortales en el Sacramento de la Confesión y de recibir la absolución del ministro de Dios. De modo que en el propio acto de contrición perfecta debe estar incluido el propósito de confesarse. [2]

¿Cuánto tiempo después? Es por lo menos muy aconsejable confesarse apenas sea posible.

«¡Pero es tan difícil tener contrición perfecta!» – podrá alguien pensar.

¡Puro engaño! Para darnos esta gracia, Dios exige de nosotros una actitud bien a nuestro alcance: la desea realmente y la pide con insistencia. El Padre Johann von den Driesch sugiere, entre otras, esta corta oración: «Señor, dadme la gracia del perfecto arrepentimiento, de la perfecta contrición de mis pecados». A quien así pide, con buena voluntad y de corazón sincero, Dios no dejará de atender.

Efectos de la contrición perfecta

Son maravillosos los efectos y beneficios que la contrición perfecta nos obtiene.

A quien es pecador, ella perdona inmediatamente los pecados cometidos, devolviéndole la gracia santificante por la cual él vuelve a ser hijo de Dios, librándolo de las penas del infierno y restituyéndole los méritos perdidos.

Se diría, entonces, que la contrición perfecta beneficia solo a quien cometió pecado mortal. No es verdad, pues ella robustece el estado de gracia en aquellos que no lo perdieron. Cada acto de contrición perfecta aumenta el grado de la gracia santificante en nuestra alma, ¡tornándola más hermosa a los ojos de Dios!

* * *

He aquí, lector, un inmenso don que Dios dejó a nuestro alcance. Sepamos aprovechar bien esta dádiva celestial, buscando hacer diariamente muchos actos de contrición perfecta. Pues, más allá de los beneficios enumerados arriba, quien se habitúa a hacerlos con frecuencia los repetirá, por así decir, instintivamente en la hora de la muerte. Por tanto, una práctica benéfica también en los casos de pecados veniales, o incluso referente a las imperfecciones.

¡Sepamos aprovechar la inmensa bondad del Creador que nos da esta misericordiosa oportunidad de presentarnos delante de Él enteramente limpios de pecado!

Por Lucas Garcia

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[2] Cf. DENZINGER – HÜNERMANN, n. 1677.

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