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Redacción (Martes, 10-04-2012, Gaudium Press) Quia surrexit sicut dicit… Tal como había anunciado a los suyos (Mt 16, 21; 17,9; 17, 22; 20, 19; Jn 2, 19, 20 y 21; Mt 12, 40), Jesús resucitó. Ese supremo hecho ya había sido previsto por David (Sl 15, 10) y por Isaías (Is 11, 10).
San Pablo resaltará el valor de ese grandioso acontecimiento: «Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación, y también es vana vuestra fe» (1 Cor 15, 14). De ahí la importancia capital de la Pascua de la Resurrección, la magna fiesta de la Cristiandad, la más antigua, y centro de todas las otras, solemne, majestuosa e invadida de júbilo: «Haec est dies quam fecit Dominus. Exultemus et laetemur in ea» – ese es el día que el Señor hizo, sea para nosotros día de alegría y felicidad (Sl 117, 24).
En la liturgia, esa alegría es prolongada por la repetición de la palabra «aleluya», por el blanco de los paramentos y los cánticos de exultación. Con razón decía Tertuliano: «Sumad todas las solemnidades de las gentes y no llegaréis a nuestros cincuenta días de Pascua» (De idolatria, c 14).
En la Resurrección del Señor, además de contemplar el triunfo de Jesucristo, celebramos también nuestra futura victoria, siendo aplicables a nosotros las bellas palabras de San Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (1 Cor 15, 55).
Por Monsenhor João S. Clá Dias, EP
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