Redacción (Miércoles, 11-09-2013,, Gaudium Press) Las celebraciones litúrgicas, en especial la de la Eucaristía, constituyen el cerne de la experiencia de lo transcendente. Ellas engloban elementos humanos y divinos en una síntesis de belleza que nos eleva a Dios.
Algo curioso ocurre cuando reflexionamos sobre los episodios de la vida de Nuestro Señor relatados en los Evangelios. A medida que la narración se desdobla, ellos comienzan a germinar en nuestro espíritu y acabamos por percibir experimentalmente cómo todo cuanto Cristo hizo en la Tierra, hace dos milenios, transciende la frontera del tiempo.
En efecto, el Verbo Encarnado no predicaba apenas para las multitudes que se aglutinaban en torno suyo en las aldeas de Judea. Las verdades sobrenaturales contenidas en sus adorables enseñanzas se presentan actualmente a nosotros mucho más claras de lo que fueron para sus conterráneos. Así sucede, por ejemplo, cuando leemos en la Sagrada Escritura: «Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jo 10, 10) o «Yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Ahora, es uno de los elementos esenciales de la divina didáctica de Jesús servirse de las realidades visibles para elevarnos a las invisibles. Apuntando para los lirios del campo, Él incitó a los cristianos de todas las eras a reflexionar sobre la providencia amorosa de Dios. Se sentó junto a un pozo y habló de agua viva… Partió el pan y aludió al alimento del alma…
Esa reversibilidad entre la esfera temporal y la espiritual forma parte de la vida cotidiana de la Iglesia. Es en ella que los ritos del culto divino, especialmente la Celebración Eucarística, encuentran su sentido y fundamento.
Armoniosa sucesión de palabras y signos
Analicemos, en esa perspectiva, lo que sucede al entrar en una iglesia para participar de la Santa Misa.
Luego en la entrada, sumergimos la mano en el agua bendita, hacemos la Señal de la Cruz y doblamos la rodilla, dirigidos al tabernáculo. A seguir, nos acomodamos en un banco mientras el órgano inunda con sus melodiosos acordes el recinto sagrado y una luz suave fluye a través de los vitrales.
En cierto momento, al toque de una pequeña campana, inicia la celebración. Un cortejo se dirige al presbiterio, precedido por la cruz acompañada de dos velas encendidas, un turíbulo y una naveta. Al final, avanzan solemnes los diáconos y el sacerdote, revestidos de paramentos que refuerzan el significado de la ceremonia que se realizará, suben los escalones del presbiterio y, llegando al altar, se inclinan para besarlo.
Y así, en la armoniosa sucesión de palabras y signos dictada por las sagradas rubricas, la Celebración Eucarística se desarrolla hasta el momento ápice de la Consagración. Entonces, actuando en nombre del único y verdadero Sacerdote, el celebrante pronuncia sobre el pan y el vino la fórmula enseñada por Cristo y, en seguida, levanta alto el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, tan presente allí como cuando caminó por las estradas de Galilea o derramó su Sangre en el Calvario.
Los símbolos como puente entre lo espiritual y lo corporal
El uso de signos materiales en la Liturgia permite crear un sólido puente entre lo corporal y lo espiritual, lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.
Nuestro espíritu, enseña Santo Tomás, «para unirse con Dios, necesita ser conducido por las cosas sensibles, porque ‘las cosas invisibles de Dios son conocidas por intermedio de las criaturas’ (Rm 1, 20)».1 Y, en el mismo sentido, el Pseudo-Dionísio afirma: «Los seres celestes, debido a su naturaleza intelectual, van a Dios directamente. Nosotros, al contrario, nos elevamos hasta donde podemos en la contemplación de lo divino por medio de imágenes sensibles». 2
Luego, concluye el Doctor Angélico, «el culto divino precisa usar de cosas corpóreas para que, por ellas, que son como señales, la mente humana despierte para actos espirituales, mediante los cuales nos unimos con Dios». 3
Ellas no son un fin, sino un medio para tornar accesible lo que es transcendente e invitar a los fieles a una actitud de admiración, entrega y gratitud. Es por eso que se ha afirmado que es a partir del ‘homo simbolicus’ que se visualiza el ‘homo religiosus’. 4
Riqueza de aspectos de la Celebración Eucarística
Pero el lenguaje simbólico, al alimentar con amplitud el intelecto por medio de todos los sentidos, principalmente de la vista y del oído, no solo pone al hombre en contacto con lo Absoluto, sino que hace eso de modo atrayente. Porque, enseña el Papa Benedicto XVI, «la Liturgia, por su naturaleza, posee una tal variedad de niveles de comunicación, que le permiten cautivar al ser humano en su totalidad». 5
Ahora, siendo la celebración litúrgica del Sacramento de la Eucaristía el punto alto del culto cristiano, los ritos que la componen son síntesis y ápice de la expresión religiosa en sus más diversos aspectos. La conjugación de todos ellos produce una experiencia al mismo tiempo artística y mística que nos invita a considerar el desarrollo de la Santa Misa en su dupla dimensión estética y transcendente.
Cristo como centro de la Liturgia
Una primera reflexión nos lleva a considerar más de cerca el centro en torno al cual se articulan ese conjunto de palabras, silencios, gestos y símbolos que componen una Celebración Eucarística. ¿Cuál es su esencia? ¿Qué ellos representan?
La respuesta nos la da el Catecismo al afirmar: «Por la Liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continua en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra Redención». 6
Afirma el Concilio Vaticano II: «Con razón se considera la Liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Cristo. En ella, las señales sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación de los hombres; en ella, el Cuerpo Místico de Jesucristo – cabeza y miembros – presta a Dios el culto público integral. Por tanto, cualquier celebración litúrgica es, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo que es la Iglesia, acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no es igualada por ninguna otra acción de la Iglesia». 7
Una comunidad reunida para un banquete
Ahora, «además de ser obra de Cristo, la Liturgia es también una acción de su Iglesia. Ella realiza y manifiesta la Iglesia como señal visible de la comunión entre Dios y los hombres por medio de Cristo. Empeña a los fieles en la vida nueva de la comunidad, implica una participación consciente, activa y fructífera de todos». 8
En ese sentido podemos afirmar que la Celebración Eucarística es una oración social. El hombre precisa del apoyo de sus semejantes, y la reunión e interacción de una comunidad de fieles es, en sí misma, una señal sensible de la relación invisible existente entre ellos como un cuerpo místico.
Cristo está presente en la comunidad en virtud de su promesa: «Cuando dos o tres estuvieren reunidos en mi nombre, entonces estaré en medio de ellos» (Mt 18, 20). La Verdadera unidad, pues, solo es alcanzada con relación a un principio más elevado: «Solamente […] cuando el hombre tiene un relacionamiento correcto con Dios es que todos sus otros relacionamientos -con sus semejantes y su conducta con el resto de la creación- pueden estar en buen orden». 9
La unión que tiene lugar entre Dios y el alma en el Sacrificio Eucarístico es espiritual, pero también física, ya que el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. El sacrificio es expresado por señales tangibles, como una comida. La propia estructura de la Eucaristía emerge de su institución por Cristo en la última Cena, con su orden: «Haced esto es memoria mía». (Lc 22, 19)
Compartir una comida fortalece la unidad y la armonía entre los participantes. En efecto, la palabra latina ‘convivium’ significa comida, banquete. La Celebración Eucarística es por excelencia el ‘sacrum convivium’ en el cual los fieles comparten el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tornándose uno en Él.
Por la Hermana Mónica Erin MacDonald, EP
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1 SÃO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, II-II, q.81, a.7, resp.
2 DIONÍSIO AREOPAGITA. De ecclesiastica hierarchia .c.1, 2.
3 SÃO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., II-II, q.81, a.7, resp.
4 Cf. RIES, Julien. Tratado de antropología de lo sagrado. Madrid: Trotta, 2005, p.9-14.
5 BENTO XVI. Sacramentum caritatis, n.40.
6 CIC 1069.
7 CONCÍLIO VATICANO II. Sacrosanctum concilium, n.7.
8 CIC 1071.
9 RATZINGER, Joseph. The Spirit of the Liturgy. San Francisco: Ignatius, 2000, p.21. «.
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