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La Virgen del Rosario

Redacción (Martes 15-10-2013, Gaudium Press) Por especial designio de la infinita misericordia de Dios, María Santísima reveló al gran Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos, un medio fácil y seguro de salvación: el santo Rosario.

Siempre que los hombres lo utilizan todo florece en la Iglesia: en la tierra empieza a reinar la paz, las familias viven en concordia y los corazones se encienden de amor a Dios y al prójimo. Cuando lo olvidan las desgracias se multiplican, se implanta la discordia en los hogares, el caos se establece en el mundo…

El Avemaría, base del Nuevo Testamento

Santo Domingo vivió en una época de grandes tribulaciones para la Iglesia.

La terrible herejía de los albigenses se había esparcido por el sur de Francia y amenazaba a toda Europa. La profunda corrupción moral que de ella provenía atentaba contra los fundamentos de la propia sociedad temporal.

Por medio de ardorosas predicaciones, Santo Domingo intentó durante años traer de vuelta al seno de la Iglesia a aquellos infelices que se habían desviado de la verdad. Pero sus elocuentes e inflamadas palabras no lograban llegar a esos corazones empedernidos y entregados a los vicios.

El Santo intensificó sus oraciones…

Aumentó sus penitencias… Fundó un instituto religioso para acoger a los convertidos… Poco y nada le valieron sus esfuerzos. Las conversiones eran pocas y de efímera duración.

¿Qué hacer? Un día, decidido a arrancarle a Dios las gracias superabundantes para mover esas almas a la conversión, Fray Domingo se internó en un bosque cercano a Toulouse y se entregó a la oración y la penitencia, dispuesto a no salir de ahí sin obtener del Cielo una respuesta favorable.

Luego de tres días y tres noches de incesantes súplicas, cuando las fuerzas físicas ya casi lo abandonaban, se le apareció la Virgen María diciendo con inefable suavidad: – Mi querido Domingo, ¿sabes de qué medio se sirvió la Santísima Trinidad para reformar el mundo? – Señora, lo sabes mejor que yo, porque después de tu Hijo Jesucristo, fuiste tú misma el principal instrumento de nuestra salvación.

– Yo te digo, entonces, que el instrumento más importante fue la Salutación Angélica, el Avemaría, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Y por lo tanto, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi Rosario.

Rayos y truenos para reforzar la predicación

Con ánimo renovado, el ferviente fundador de los Dominicos se dirigió de inmediato a la Catedral de Toulouse, para hacer una prédica. No bien cruzó el umbral del templo, las campanas empezaron a repicar por obra de los ángeles, para reunir a los habitantes de la ciudad.

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Por el especial designio de la infinita misericordia de
Dios, María Santísima reveló al gran Santo Domingo
de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos,
un medio fácil y seguro para nuestra salvación:
el santo Rosario

 

Tan luego comenzó a hablar, nubes espesas cubrieron el cielo y se desató una terrible tempestad, con truenos y relámpagos, agravada por un pavoroso temblor de tierra.

El temor de los asistentes aumentó cuando una imagen de la Virgen, situada en un vistoso lugar, levantó los brazos tres veces para pedir la venganza de Dios contra ellos, si no se convertían e imploraban su protección.

El santo Predicador rogó la misericordia de Dios y la tempestad cesó, permitiéndole hablar con toda calma sobre las maravillas del Rosario.

Los habitantes de Toulouse se arrepintieron de sus pecados, abandonaron el error y comenzaron a rezarlo. En consecuencia, grande fue el cambio en las costumbres de esa ciudad.

A partir de entonces, Santo Domingo se dedicó a predicar esta devoción, invitando a sus oyentes a rezarlo con fervor todos los días. Así, obtuvo que la misericordia de la Santísima Virgen cubriera las almas y las transformara profundamente.

María fue así la verdadera vencedora de los errores de los albigenses.

Un sermón escrito por la Santísima Virgen

El Beato Alano describe una aparición de Santo Domingo, de la cual relata el siguiente episodio: Él se encontraba rezando el Rosario en la Catedral de Notre Dame de París, preparándose para hacer un sermón sobre San Juan Evangelista. Entonces se le apareció la Santísima Virgen y le entregó un pergamino, diciéndole: «Domingo, por bueno que sea el sermón que decidiste predicar, aquí traigo otro mejor».

Muy contento leyó el pergamino, agradeció de todo corazón a María y se dirigió al púlpito para comenzar la prédica. Tenía frente a sí a los profesores y alumnos de la Universidad de París, además de un gran número de personas de importancia.

Sobre el Apóstol San Juan afirmó únicamente que había merecido ser elegido como guardián de la Reina del Cielo. Enseguida añadió: «Señores y maestros ilustres, están ustedes acostumbrados a escuchar sermones elegantes y sabios, pero no quiero yo dirigirles las doctas palabras de la sabiduría humana, sino mostrarles el Espíritu de Dios y su virtud».

Y entonces Santo Domingo se puso a explicar el Avemaría, tal como le había enseñado la Virgen, conmoviendo profundamente aquel auditorio de hombres cultos.

El Beato Alano de la Roche

Las mismas gracias concedidas por Dios a través de la recitación del Rosario se encargaron de propagarlo por todas partes, haciendo más querida esta devoción para los fieles cristianos. Mientras fue practicada, la piedad florecía en las Órdenes religiosas y en el mundo católico.

3.jpgPero cien años después de haber sido divulgada por Santo Domingo, casi había caído ya en el olvido. Como consecuencia, se multiplicaron los males sobre la Cristiandad: la peste negra devastó Europa, diezmando un tercio de la población, surgieron nuevas herejías, la Guerra de los Cien Años esparció desórdenes por todos lados, y el Gran Cisma de Occidente dividió a la Iglesia por un largo período.

Para contener el mal y, sobre todo, preparar a la Iglesia para enfrentar los embates futuros, suscitó Dios al Beato Alano de la Roche O.P., con la misión de restaurar el antiguo fervor por el Rosario.

Un día en que celebraba Misa, en 1460, le preguntó Nuestro Señor: «¿Por qué me crucificas de nuevo? Y no sólo me crucificas por tus culpas, sino también porque sabes cuán necesario es predicar el Rosario y así desviar a muchas almas del pecado. Si no lo haces, eres el culpable de las faltas que cometan».

A partir de entonces, el Beato Alano se volvió un infatigable difusor de esta devoción, con la que convirtió a un gran número de almas.

Factor decisivo de grandes victorias

Sobre todo cuando llegaron momentos de grandes peligros y pruebas para la Iglesia, el Rosario tuvo un papel decisivo, propició la perseverancia de los católicos en la fe y levantó una barrera contra el mal.

Al ver a Europa amenazada por los ejércitos del imperio otomano, que avanzaban por mar y tierra, devastando todo y persiguiendo a los cristianos, el Papa San Pío V mandó rezar el Rosario en toda la Cristiandad, implorando la protección de la Santísima Virgen. Al mismo tiempo, con el auxilio de España y de Venecia, reunió una escuadra en el Mar Mediterráneo para defender a los países católicos.

El 7 de octubre de 1571, la flota católica encontró a la poderosa escuadra otomana en el golfo de Lepanto. Y a pesar de la superioridad numérica del adversario, los cristianos salieron triunfantes, apartando definitivamente el riesgo de una invasión. Antes de trabar el combate, todos los soldados y marineros católicos rezaron el Rosario con gran devoción.

La victoria, que parecía casi imposible, se debió a la protección de la Virgen Santísima, que según el testimonio de los propios musulmanes, se apareció durante la batalla infundiéndoles un gran terror.

Para conmemorar la victoria del Príncipe Eugenio de Saboya sobre el ejército otomano, debida también a la eficacia del Rosario, el Papa Clemente XI ordenó que la fiesta de Nuestra Señora del Rosario se celebrara universalmente.

San Luis Grignion de Montfort

4.jpgLa Iglesia aún sería sacudida por grandes tempestades. Queriendo fortalecer a sus hijos y prepararlos para soportar las grandes pruebas futuras, Dios suscitó un alma de fuego con la misión de volver a encender la llama de la devoción al Rosario, que una vez más había caído en el olvido. San Luis Grignion de Montfort, el gran doctor de la devoción a la Madre de Dios, ejerció su misión profética un siglo antes de la Revolución Francesa. Las regiones que dieron oídos a su predicación fueron las que mejor resistieron los errores de su época y conservaron íntegra la fe.

Fátima, 1917: «Soy la Señora del Rosario»

Ya en el siglo XX, cuando la Primera Guerra Mundial estaba en pleno auge, la Santísima Virgen vino en persona para recordar a los hombres que la solución a sus males estaba al alcance de sus manos, en las cuentas del Rosario: «Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz y el fin de la guerra» , les repitió maternalmente a los tres pastorcitos en Fátima. En la última aparición, octubre de 1917, la Virgen María dijo quién era: «Soy la Señora del Rosario» . Y para corroborar la autenticidad de las apariciones y la importancia del Rosario, obró un milagro de grandeza nunca vista, presenciado por la multitud de 70.000 personas que estaban en el lugar: al mediodía, el sol giró en el cielo pareciendo precipitarse sobre la tierra, retomando después su posición habitual en el firmamento.

Milagros de tamaña magnitud los encontramos sólo en el Antiguo Testamento. Pero ni siquiera así el mundo prestó oídos a la Madre de Dios. Y nunca se abatieron sobre la Tierra tantas desgracias, nunca hubo tantas guerras, nunca la descomposición moral llegó tan bajo.

No obstante, el medio de obtener la paz para el mundo, para las familias, para los corazones, sigue al alcance de nuestras manos en las cuentas benditas del Rosario, que María Santísima llevaba pendiente de su brazo cuando se apareció en Fátima.

Se salvó porque llevaba el Rosario a la cintura

No es posible expresar cuánto estima la Virgen al Rosario por encima de todas las otras devociones, y cuán generosa es para recompensar a los que trabajan por difundirlo.

5.jpgSan Luis de Montfort cuenta el caso de Alfonso XI, Rey de León, al que la Virgen protegió particularmente, por el simple hecho de llevar ostensivamente el Rosario a la cintura, como forma de incentivar esta devoción entre sus cortesanos.

Algún tiempo después el rey estaba a las puertas de la muerte, acometido por una grave enfermedad. Fue transportado en espíritu al tribunal de Dios, donde los demonios lo acusaron de todos sus crímenes. Y cuando iba a ser condenado a las penas eternas, se presentó en su defensa la Santísima Virgen frente a Jesús.

En uno de los platillos de la balanza fueron puestos los pecados del Rey. En el otro, Ella colocó el gran Rosario que él llevaba en su honor, junto a los rosarios que, gracias a su ejemplo, habían rezado otras personas. Y juntos pesaban más que todas las faltas que había cometido.

Después, María mirando con misericordia al Rey, le dijo: «Conseguí de mi Hijo, como recompensa al pequeño servicio que me hiciste llevando el Rosario a la cintura, que tu vida se prolongue unos años más. Empléalos bien y haz penitencia».

Volviendo en sí, el rey exclamó: «¡Oh, Bendito Rosario de la Santísima Virgen, gracias al cual me vi libre de la condenación eterna!» Y recobrando la salud, lo rezó todos los días hasta el fin de su vida.

La Palabra del Papa, portavoz de Jesús

«El Rosario nos transporta místicamente al lado de María (…) para que Ella nos eduque y nos moldee hasta que Cristo esté plenamente formado en nosotros» – enseña el Papa Juan Pablo II. Y añade: «Nunca como en el Rosario, el camino de Cristo y el de María se muestran tan profundamente unidos. María sólo vive en Cristo y en función de Cristo».

Recordemos sus inspiradas palabras en la Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariæ»: «¡El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación.

A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. «Hago mías con gusto las palabras conmovedoras del Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario, con las que termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario:

«Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás! » Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo Amén.»

¡No deje nunca de rezarlo!

Acatando fielmente esa exhortación del Papa, nunca deje de rezar el Rosario con el pretexto de tener muchas distracciones involuntarias, o falta de interés por rezarlo, o mucho cansancio, o falta de tiempo, o cualquier otro motivo. Para rezarlo bien no es necesario tener consolaciones ni lograr una aplicación continua de la imaginación, o un simple gusto. Bastan la fe pura y la buena intención.

¡Mire cuántos beneficios nos proporciona la recitación del Rosario!

• Nos eleva al conocimiento perfecto de Jesucristo.
• Purifica nuestras almas del pecado.
• Nos lleva a la victoria sobre todos nuestros enemigos.
• Nos facilita la práctica de las virtudes.
• Nos inflama el amor de Jesucristo.
• Nos enriquece de gracias y méritos.
• Nos proporciona los medios para pagar todas nuestras deudas con Dios y con los hombres.

A todo lo cual agrega San Luis de Montfort: «Aunque te encuentres al borde del abismo o con un pie en el infierno, aunque estés endurecido y obstinado como un demonio, tarde o temprano te convertirás y te salvarás con tal que reces devotamente todos los días el santo Rosario, para conocer la verdad y obtener la contrición y el perdón de tus pecados».

(Revista Heraldos del Evangelio, Oct/2004, n. 15, p. 34 a 38)

 

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