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El color rojo, ¿sigue siendo rojo cuando nadie lo mira?

Redacción (Viernes, 18-10-2013, Gaudium Press) Michel Pastoreau en su obra: Una historia simbólica de la Edad Media (Pastoreau 2004 385 ctd Beorlegui 2011) [1], formula una pregunta similar: ¿una prenda de vestir roja sigue siendo roja cuando nadie la mira? y se responde diciendo, que ningún teólogo ni hombre de ciencia hubiese propuesto este problema antes del siglo XVII (Id. 149). Más aún, en la Edad Media esta pregunta sería anacrónica porque «el color no se define como un fenómeno perceptivo sino como una sustancia, es decir, como una verdadera envoltura material que reviste a los cuerpos, ya sea como una fracción de luz (Id. 147)[2]».

El autor prosigue afirmando que para los pensadores de la Edad Media, en su mayoría hombres de Iglesia, el color no representaba un horizonte sensible, sino un problema filosófico – teológico: En los primeros siglos del cristianismo, son muchos los Padres que hablan del tema y, luego de ellos, lo hace la mayoría de los teólogos medievales. Mucho antes que los pintores, los tintoreros, o los heraldos de armas, son ellos los primeros ´especialistas´ del color. En sus plumas, este aparece con frecuencia, ya sea bajo la forma de metáfora, ya sea bajo la forma de atributo, ya sea, sobretodo, porque plantea un problema de fondo, vinculado con la física y la metafísica de la luz y, por ende, con la relación que el hombre de aquí abajo establece con lo divino. Para la teología medieval, en efecto la luz es la única parte del mundo sensible que es a su vez visible e inmaterial. Es visibilidad de lo inefable y, como tal, emanación de Dios (Pastoreau 2004 147).

La proporción, la integridad, y la claridad

1.pngEn la plenitud de la Edad Media, Santo Tomás de Aquino habla – retomando ideas difundidas antes que él por otros autores – que para que exista la belleza es necesario tres cosas: la proporción, la integridad, y la claridad o luminosidad. El estudio de la claritas o la «estética de la claritas» como la llama Umberto Eco, se deriva del hecho de que en numerosas civilizaciones identificaban a Dios como luz: «el Baal semítico, el Ra egipcio, el Ahudra iranio son todos ellos personificaciones del sol o la benéfica acción de la luz», que conducen a la «concepción de Bien como Sol» [3]. Santo Tomás de Aquino argumenta que la manifestación y la cognocibilidad de aquello que es perfecto se denominan claridad. El término «claridad» tiene que ver con «luz». (Super Sent., lib. 2, d. 13, a. 2co).

En el Escrito sobre las Sentencias, el Doctor Angélico, caracteriza la luz como una cualidad visible y por ende limitada a las cosas sensibles, sin embargo, dice que este término también se puede aplicar -por analogía- a las cosas no sensibles, esto es, las espirituales: «se llama luz en lo espiritual a aquello que se tiene para la manifestación intelectiva, así como se tiene la luz corporal para la manifestación sensitiva. No obstante, la manifestación se encuentra más verdaderamente en lo espiritual» (Cfr. Super Sent., lib. 2, d. 13, a. 2co).

Por otra parte Santo Tomás, refiriéndose a lo dicho por San Agustín, dice que la luz está más en las cosas espirituales que corporales, no por la noción propia de la luz sino según la noción de «manifestación». La «luz» expresa lo que en algún cuerpo es claro en acto e ilumina otros cuerpos como el sol y «claridad» lo que es recibido en el cuerpo -transparente o translucido- iluminado (Cfr. Super Sent., Lib. 2, d. 13, a. 3), como el aire, el agua, ciertas piedras y el vidrio. La diferencia entre la luz y la claridad es la misma que existe entre el calor y lo calentado por algo que está ardiendo; entre algo que es causa y el efecto. En conclusión podemos afirmar, junto con el Aquinate que: Dios es luz y las criaturas son «iluminados», gracias a esa «Luz» que viene de Dios.

El color: ¿Es Luz o Materia?

Con respecto al color, Michel Pastoreau formula una pregunta a propósito del color: ¿es luz o materia? El autor sostiene que para la Iglesia, lo que está en juego es importante. Si el color es una fracción de luz, participa ontológicamente de lo divino, puesto que Dios es luz. La ampliación del color sobre la tierra, significa el disminuir de las tinieblas, significa extender la luz y, por lo tanto, extender a Dios. La búsqueda del color y la búsqueda de la luz son indisociables (Pastoreau 2004 148). Por otra parte, continúa Pastoreau, si el color no es luz, entonces es materia y por lo tanto un envoltorio innecesario creado por el hombre que en último análisis entorpece la visión de Dios. Afirma, además que este problema constituyó una discusión, no sólo en el orden teológico, sino que también a nivel de la cultura y la vida cotidiana medieval (Id. 148). El autor argumenta que este dilema se remonta a los tiempos antiguos. En efecto, la Biblia casi no habla de los colores. También afirma que, algunos autores se refieren al color como algo que oculta otra cosa (celare), y por lo tanto disimula y engaña (Pastoreau 2004 149).

Esta opinión, recuerda Pastoreau, no fue compartida por los Padres de la Iglesia, por el contario, ellos glorificaron el color: «Los colores se llaman así porque nacen del calor (calore) del fuego o bien del sol» (De Sevilla ctd en Pastoreau 2004 150). También refiere que las primeras reacciones con vistas a restringir la presencia del color se originan a fines del siglo XI y comienzos del siglo XII, en especial con San Bernardo de Claraval (Cfr. Duby ctd en Pastoreau 2004 150), que en función de un ascetismo monacal no toleraba nada que tuviese color (Cfr. Pastoreau 2004 151-153), y en materia de imágenes la única que aceptaba era la del crucifijo (Id. 151). Sin embargo, comenta Pastoreau, casi a la par emerge la figura de Suger de Saint -Denis que al igual que los grandes Abades de Cluny piensa que «nada es demasiado bello para el servicio de Dios» (Id. 153) y que poniendo en práctica lo anterior convierte su abadía de Saint -Denis en un templo del color (Cfr. Bruyne 121).

Para el hombre medieval todo tenía un significado

A su vez, Umberto Eco, continua afirmando que el hombre de la Edad Media «cree firmemente que todas las cosas del universo tienen un significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito en las manos de Dios». Eco continúa diciendo que para el medieval todos los animales tienen un significado moral o místico, al igual que las piedras y todas las hierbas. El autor argumenta, siguiendo lo anterior, que a los colores también se les llegó a atribuir significados, ya fueran positivos o negativos, no en tanto los estudiosos ofrezcan opiniones, muchas veces, contradictorias respecto al significado de cada color. Eco afirma que lo anterior obedece a dos razones: la primera, dado el simbolismo medieval, una cosa puede tener dos significados (de ahí que el León simbolice, ora a Jesucristo, ora al demonio). La segunda, una vez que la Edad Media se prolongó por espacio de casi diez siglos, período muy largo donde ocurrieron cambios en los gustos y hasta la interpretación del significado de cada color (Ibid.). Por ejemplo, prosigue el autor, en los primeros siglos el color verde y azul eran considerados de poco valor, probablemente dice, debido a que no se conseguían tonalidades azules vivas y brillantes. A partir del siglo XII, el azul se convertirá en el color apreciado por su valor místico, predominando en los rosetones y vidrieras de las grandes catedrales, contribuyendo a filtrar la luz de forma «celestial» (Id. 123).

Por el Padre Pablo Beorlegui, EP.
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[1] El presente artículo es un extracto adaptado de la tesis doctoral «Los Dos Angélicos» (Cfr. Beorlegui 2011)
[2] Recién a partir del año 1780 algunos filósofos comenzaron a definir el color como una sensación, la sensación de una elemento coloreado por una luz que lo ilumina, recibida por el ojo y transmitida al cerebro; esa definición terminó por prevalecer sobre las demás en nuestra época contemporánea.
[3] Dionisio Areopagita en sus obras La jerarquía celeste y De los Nombres Divinos, representa a Dios como «Luz», «fuego», «fuente luminosa», Las mismas imágenes se encuentran en Juan Escoto Eriugena.

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