Redacción (Lunes, 27-01-2014, Gaudium Press)
Un nuevo impulso a la unificación de la música sacra
Una tradición medieval relativa a San Gregorio también muestra describe la multisecular creencia de que el canto gregoriano le fue divinamente inspirado y explica el motivo de que él sea representado, muchas veces, con una paloma al oído, y transcribiendo una música que le está siendo dictada.
«Fue mientras consideraba la fascinación ejercida por la música profana que Gregorio fue llevado a preguntarse si él no podría, como David, consagrar la música al servicio de Dios. Una noche, tuvo una visión en la cual la Iglesia le aparecía bajo la forma de una musa, escribiendo sus melodías y reuniendo a sus hijos bajo los pliegues de su manto. Sobre este manto estaba escrito el arte de la música, con todas las formas de sus tonos, notas, neumas, y varios compases y armonías. Él rezó para que Dios le diese el poder de recopilar todo lo que había visto. Al despertar, una paloma apareció y le dictó las composiciones musicales con las cuales él enriqueció la Iglesia». 6
San Gregorio usó este especial don artístico para proporcionar un complemento decisivo al trabajo de otros que lo antecedieron en la música litúrgica – notablemente San Ambrosio 7 -, dando una armonía final y unificada al canto de la Iglesia en Roma, e impulsando su implementación universal en toda la Europa Occidental, causa que sería llevada adelante por grandes hombres después de él, en particular Carlomagno.
El asunto música siempre fue importante para la Iglesia. Toda la Edad Media -así como el mundo antiguo antes de ella- fue marcada por un gran interés por la comprensión de la influencia de ese arte sobre el alma. El canto gregoriano, que alcanzó su auge alrededor del siglo XIII, representa el fruto de un largo proceso de explicitación y de mejoramiento.
«Canticum novum» en la Iglesia
Desde los tiempos antiguos, el pueblo alababa la divinidad con cánticos. En verdad, observa el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, el alma humana «busca la música para expresar sus más altos anhelos, sus más altos deseos, sus más altas expresiones». 8 Santa Hildegarda de Bingen reconoce esta inclinación, afirmando que, en estado de perfección original, Adán en el Paraíso, antes de la caída, cantaba en vez de hablar, y en su voz «había el sonido de todas las armonías y suavidades de todo el arte musical». 9
Era natural que con el establecimiento del Cristianismo un nuevo cántico viniese a caracterizar el culto litúrgico de la Iglesia. Los primeros patrocinadores de la salmodia y de la himnología cristianas no miraban sino al Hombre-Dios como el inspirador de este ‘canticum novum’, pues, después de la Última Cena, «el propio Señor, un profesor en las palabras y maestro en los hechos, […] salió del Monte de los Olivos con los discípulos, después de cantar un himno». 10
Cuando se dio la firma del Edicto de Milán, por el Emperador Constantino, fue permitido que el culto público de los cristianos floreciese y los fieles encontraron en el canto una bella manera de expresar e inspirar el amor a Dios, la contrición, las súplicas, ayudando al alma a alabar al Creador.
Contribuciones de tres mundos antiguos -la teoría musical griega, la lengua y las reglas de la métrica literaria romanas y los libros sagrados de los judíos- se unieron para desarrollar un arte sacro enteramente nuevo, visando ayudar a los textos sagrados a inspirar los corazones de aquellos que los oían.
Un enlace entre el mundo de los sentidos y del espíritu
Durante los primeros siglos del Cristianismo, los Padres de la Iglesia vieron en la música y, sobre todo, en el canto, un enlace entre el mundo de los sentidos y el del espíritu que podría ayudar al hombre en el proceso de transcendencia espiritual. A ese respecto, las palabras de San Juan Crisóstomo son significativas: «Nada despierta tanto el alma, dándole alas, dejándola libre de la tierra, liberándola de la prisión del cuerpo, enseñándola a amar la sabiduría y rechazar todas las cosas de esta vida, como la melodía concordante y el cántico sacro». 11
Misteriosa era, sin embargo, la cuestión de cómo la palabra cantada obtenía mayor entrada en el alma que la palabra hablada. San Agustín observa: «siento que nuestro espíritu se mueve más religiosa y ardientemente a la llama de la piedad con aquellas letras sacras, cuando así son cantadas, que si no fuesen cantadas de este modo»; reflexionando más sobre este misterio, no es capaz de explicarlo enteramente: «todos los afectos de nuestro espíritu, cada uno según su diversidad, tienen en la voz y en el canto sus propias medidas, no sabiendo yo cual es la oculta afinidad con esas melodías que los despierta». 12
La perspectiva medieval de la música es también manifestada por Boecio: «la música es de tal forma parte de nuestra naturaleza que nosotros no podemos pasar sin ella, aunque queramos». 13 Para él, los oídos son vistos como una vereda directa hacia el alma, la cual es altamente susceptible a las influencias de la música. 14
Representación de Santa Cecilia, en Jalisco, México |
Parte de la eficacia de la música en la conquista del acceso al alma fue atribuida a su innata cualidad de agradar. Ella eleva la expresividad de las palabras en el cántico, tornándolas de más fácil recordación al oyente. San Nicetas llamaba la música sacra de «remedio, suficientemente poderoso en la cura de las heridas del pecado, aunque dulce lo suficiente al paladar, por su virtud. Por eso, cuando un salmo es cantado, es dulce al oído. Penetra en el alma porque es agradable. Es fácilmente retenido, si es repetido con frecuencia». 15
Es todavía San Agustín quien testimonia haber sentido, en sí, tales beneficios, refiriéndose a la música de la Iglesia como una de las más poderosas influencias para su conversión. Sus palabras una vez más subrayan cómo el alma es iluminada por lo que captan los oídos: «¡Cuanto lloré oyendo vuestros himnos, vuestros cánticos, los acentos suaves de las armonías que resonaban en vuestra Iglesia! ¡Qué emoción me causaban! Fluían en mi oído, destilando la verdad en mi corazón». 16
Antes de la difusión de los libros, cuando la fe literalmente venía a través del oído (cf. Rm 10, 17), los cánticos eran también importantes instrumentos didácticos de doctrina. San Atanasio, en el Oriente, por ejemplo, y San Hilario de Poitiers, en el Occidente, fortalecieron a las poblaciones, contra los males del arrianismo, escribiendo himnos los cuales refutaban sus errores. De este modo, las verdades de la Fe eran fácil y afectuosamente asimiladas, alcanzando un público mucho mayor que las palabras escritas, porque, como resalta la historiadora Régine Pernoud, «en aquel tiempo, si no todos aprendían a leer, todos aprendían a cantar». 17
Defensor del valor pedagógico del arte sacro, San Gregorio Magno así escribió para disuadir las actividades iconoclastas de uno de sus obispos: «Lo que la Escritura es para los letrados, las imágenes son para los ignorantes; […] ellas son para el pueblo su lectura». 18 Sin embargo, en tierras donde apenas comenzaban a experimentar la Civilización Cristiana, el esplendor de los vitrales y otras artes visuales tardarían en aparecer. Discernió él, entonces, que estaban las melodías del canto gregoriano preparadas para fluir sobre las almas de sus oyentes con toda su grandeza, ejerciendo el mismo tipo de influencia educativa que las otras artes.
Por la Hna. Kyla Mary Anne MacDonald, EP
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6 DONAHOE, Daniel Joseph. Early Christian Hymns: Translations of the Verses of the most notable Latin writers of the Early and Middle Ages. New York: Grafton, 1908, p.88.
7 Se atribuye a San Ambrosio la primera sistematización de la música de la Iglesia. La tradición también atribuye la adición de los otros cuatro modos a San Gregorio, y en estos ocho modos o escalas fue compuesta toda la música gregoriana de la Iglesia (Cf. TERRY, Richard R. Catholic Church Music. London: Greening, 1907, p.54).
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Palestra. São Paulo, 13 jun. 1982.
9 SANTA HILDEGARDA DE BINGEN. Epistolarum Liber. Ep. XLVII: ML 197, 220.
10 SAN NICETAS DE REMESIANA. Opusculum de psalmodiae bono. Op.II, c.3: ML 68, 373.
11 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Expositio in Psalmos. In Psalmum XLI, n.1: MG 55, 156.
12 SAN AGUSTÍN. Confessionum. L.X, c.33, n.49: ML 32, 799-800.
13 BOÉCIO. De Musica. L.I, c.1: ML 63, 1171.
14 Cf. Idem, 1169.
15 SAN NICETAS DE REMESIANA, op.cit., c.1, 372.
16 SAN AGUSTÍN, op.cit., L.9, c.6, n.14, 769.
17 PERNOUD, Régine. Pour en finir avec le Moyen Age. Paris: De Seuil, 1977, p.54.
18 SAN GREGORIO I. Registri Epistolarum. L.XI, Epist.XIII: ML 77, 1128.
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