miércoles, 27 de noviembre de 2024
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"Convertíos y creed en el Evangelio"

Redacción (Viernes, 20-02-2015, Gaudium Press) Adecuar nuestros pensamientos, deseos, acciones y sentimientos conforme a Nuestro Señor Jesucristo es el único medio de corresponder dignamente al amor que Dios manifiesta por cada uno de nosotros

Evangelio:

En aquel tiempo, el Espíritu lo empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 12-15).

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Monte de la Tentación, Jericó, Israel

I – Un amor llevado a un límite extremo

Es insondable el amor del Creador con relación a cada uno de nosotros en particular. Por eso, en algunas ocasiones nos confunde la consideración de todos los beneficios que recibimos de Él.

Pudiendo sencillamente permanecer en su plena y eterna felicidad, quiso crear el universo, con el objetivo de manifestar su infinita bondad: «Dios lo hizo por bondad. No necesitaba nada de lo que hizo», 1 enseña San Agustín.

A todos los hombres y mujeres, Él les dio el ser, escogiendo uno a uno entre las infinitas criaturas racionales que podría crear. Por otra parte, nos ha redimido del pecado, nos sustenta y favorece con sus dones, en las circunstancias más diversas. Pero, sobre todo, nos da la oportunidad de participar de su vida divina ya en esta Tierra, como primicia de la felicidad sin fin que nos está reservada en el Cielo, en inefable convivencia con la Santísima Trinidad.

Dios hace una alianza con los hombres

En contrapartida a tanta bondad, se repite invariablemente una constante en el comportamiento de los hombres: en determinado momento, se desvían del camino trazado por el Creador; entonces la Providencia interviene para evitar que se pierdan, proporcionándoles los medios necesarios para su salvación. Así, cuando Adán y Eva cometieron el primer pecado, Dios los castigó con la expulsión del Paraíso, pero al mismo tiempo hizo una alianza con el género humano, prometiéndole la Redención y el restablecimiento del estado de gracia perdido.2

Sin embargo, los hombres no tardaron mucho en recaer en el pecado. Poco después de que nuestros primeros padres empezaran a poblar el orbe con su descendencia, el Señor constató «que la maldad del hombre crecía sobre la Tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal» (Gn 6, 5). Entonces, arrepentido de haber creado al género humano, el Señor lo habría extirpado de la faz de la Tierra por completo si Noé no hubiera hallado gracia ante Él (cf. Gn 6, 8).

De este modo, según narra la primera lectura de este domingo (Gn 9, 8-15), concluido el terrible castigo del Diluvio, Dios bendijo a Noé y a sus hijos y estableció con ellos y con su descendencia una alianza que «permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones hasta la proclamación universal del Evangelio».3

Esta alianza se renovaría más tarde con Abraham, en quien «serán benditas todas las familias de la Tierra» (Gn 12, 3); a través de la Ley de Moisés, en el Sinaí (cf. Ex 19, 5-6); o con la promesa mesiánica hecha a David (cf. 2 S 7, 16), por citar sólo algunos de los principales episodios de la historia de la Salvación.

Cristo, auge de la historia de la Salvación

Los siglos fueron pasando y la humanidad alcanzó un auge de decadencia que marcó simultáneamente el fin del Antiguo Testamento y la «plenitud del tiempo» de la que nos habla el Apóstol (Ga 4, 4). Jesús cumple de manera superabundante las promesas hechas a los patriarcas y profetas, asumiendo la humana naturaleza sin dejar de ser Dios. Así pues, culmina con una perfección toda divina la historia de la Salvación.

La Encarnación del Verbo es un misterio que sobrepasa por completo nuestra capacidad intelectiva. Para tratar de comprenderlo hasta cierto punto, imaginemos que un ángel nos propone que asumamos la naturaleza de una lombriz, sin dejar la condición humana, con la misión de salvar de la muerte a todas las lombrices del mundo. ¿Cuál sería nuestra respuesta?

Ahora bien, la diferencia entre un hombre y una lombriz es insondablemente menor que la existente entre Dios y las criaturas racionales. En el primer caso existe una desproporción enorme; en el segundo, no se puede hablar ni siquiera de desproporción, porque la distancia es infinita. No obstante, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad asumió la naturaleza humana para salvarnos, manifestando por nosotros un amor extraordinario, más allá de toda medida.

De una «locura» de amor nace la Santa Iglesia

En lo alto del Calvario la bondad y la misericordia del Verbo Encarnado por los pecadores son llevadas, por decirlo así, hasta la locura (cf. 1 Co 1, 18). Y San Pedro nos recuerda, en la segunda lectura de este domingo que: «Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a que se construyera el arca» (1 P 3, 18-20a).

En la alianza establecida por Dios con la humanidad después del Diluvio, prometió que no castigaría más a la Tierra con agua (cf. 9, 11). Ahora, bien se podría decir que la historia de la Salvación culmina en un «diluvio de sangre», de acuerdo con la expresiva formulación de San Luis María Grignion de Montfort.4 Porque, como si no bastase la flagelación, la coronación de espinas y todos los demás sufrimientos camino del Calvario, permitió que estando ya crucificado una lanza le atravesase su sagrado pecho.

En ese instante se vertieron las últimas gotas de sangre y linfa que aún quedaban en su Sacratísimo Corazón. Nacía así el Cuerpo Místico del que Cristo era la Cabeza. «En el Calvario completa su inmolación, y da a luz, en medio de las torturas físicas y morales más horribles, a la Iglesia que tan laboriosamente había preparado e instituido. […] Por lo tanto, la Iglesia, de acuerdo con la doctrina de los Padres, es la que sale del costado abierto del Salvador y la que, por decirlo así, es alumbrada por Él».5

En este mismo sentido San Juan Crisóstomo comenta: «Símbolos del Bautismo y de los misterios son aquella sangre y aquella agua. De una y otra nace la Iglesia, ‘por el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo’ (Tt 3, 5), por el Bautismo y por los misterios».6 Y el Concilio Vaticano II afirma que son el comienzo y el crecimiento de la Iglesia «simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado»,7 y que «del costado de Cristo dormido en la Cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera».8

II – El prólogo de la predicación de la Buena Nueva

El Evangelio de este primer domingo de Cuaresma nos remonta al momento en el que Jesús se disponía a iniciar la misión de predicar la Buena Nueva. Al salir de las aguas del Jordán, tras ser bautizado por Juan, el Cielo se abrió, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma y se oyó una voz que venía de lo Alto: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3, 22).

Comenta Benedicto XVI que en ese instante fue dada como una investidura del encargo mesiánico del Hijo del Hombre. Le fueron conferidas allí, para la Historia y ante Israel, la dignidad real y la sacerdotal. A partir de ese momento la vida de Jesús estaría subordinada a la misión para la que se había encarnado.9

El recogimiento precede a la acción

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En aquel tiempo, 12 el Espíritu lo empujó al desierto.

Después del Bautismo, la primera disposición del Espíritu Santo fue la de conducir a Jesús al desierto, donde permaneció cuarenta días en régimen de penitencia, aislamiento y oración.

De este modo, el divino Maestro nos muestra que antes de lanzarnos a santas y grandes empresas, es indispensable que nos preparemos mediante la oración y la contemplación, ya que la vida interior es el alma de toda acción misionera. Si el mismo Dios humanado nos dio ese sublime ejemplo, ¿qué lección deben sacar de éste todos los que, en nuestros días, consagran su vida al apostolado?

Fuerzas superabundantes para los que iban a seguirle

13a Se quedó en el desierto cuarenta días,…

El primero de los sinópticos especifica que Jesús ayunó «cuarenta días con sus cuarenta noches» (cf. Mt 4, 2). Sin embargo, no vayamos a pensar que ese ayuno fue «el ayuno judaico habitual renovado por cuarenta días consecutivos: el ayuno judaico obligaba hasta el atardecer, pero al caer la noche tomaban alimentos, […] mientras que el ayuno de Jesús no se interrumpió durante los cuarenta días y las cuarenta noches».10

En este período el Redentor quiso contemplar el panorama completo de su misión y cómo la Santa Iglesia habría de mantener los efectos de la Redención hasta los últimos tiempos por medio de los Sacramentos.

Un mero acto de la voluntad divina hubiera sido suficiente para la fundación de la Iglesia. Pero, a lo largo de su peregrinación terrena, el Hijo del Hombre quería conquistar fuerzas superabundantes para todos los que habrían de seguirle hasta el fin de los tiempos. Por eso no comió ni bebió nada durante esos cuarenta días. Vivió sustentado por la acción angélica y por una fuerza sobrenatural que no le impedía, no obstante, sentir hambre y sed. Así pues, se pone de manifiesto una vez más hasta qué extremos de amor estaba dispuesto a llegar para nuestra salvación.

La Cabeza obtiene la victoria para todo el Cuerpo

13a …siendo tentado por Satanás;

Cristo era Dios y como tal no fue al desierto con el objetivo de prepararse en la soledad para la lucha que estaba por llegar, sino para empezarla. Lejos de buscar refugio contra el mal, iniciaba su vida pública enfrentando y venciendo los ataques del enemigo.

Sin embargo, el demonio no tenía aún conciencia de la divinidad de Jesús. Juzgando que era pasible de pecar, quiso por todos los medios inducirle a cometer diversas faltas. ¿Habrá tentado al Hijo de Dios durante los cuarenta días y cuarenta noches, como parece deducirse de ese versículo de San Marcos y es la opinión de San Beda? ¿O habrá esperado hasta el final del ayuno para tentarle, como afirma Santo Tomás?

El problema no nos parece especialmente relevante ante el hecho de que el divino Maestro haya querido asumir sobre sí nuestras tentaciones para vencerlas.11 Con la derrota infligida al demonio en el desierto, Cristo -Cabeza del Cuerpo Místico- obtuvo la victoria para todos sus miembros, conforme lo afirma San Gregorio Magno: «No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, Él que había venido para ser muerto; para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, lo mismo que aniquiló nuestra muerte con la propia».12

«No nos dejes caer en la tentación»

Ahora bien, Santo Tomás piensa que no fue esa la única razón por la que Cristo quiso ser tentado; añade tres más: para que nadie, por muy santo que sea, se tenga por seguro e inmune a la tentación; para enseñarnos el modo de vencer las tentaciones; y para infundir en nosotros la confianza en su misericordia.13

Por eso, el Doctor Angélico nos dice: «Sobre este punto conviene notar que Cristo nos enseñó a pedir no que no seamos tentados, sino que no caigamos en la tentación. Porque si el hombre vence la tentación, merece premio».14 Dios permite que el demonio actúe, deja que las malas inclinaciones de nuestra naturaleza caída nos atormenten, para que de esta manera podamos obtener méritos.

A este respecto, observa el P. Royo Marín: «Son innumerables las ventajas de la tentación vencida con la gracia y ayuda de Dios. Porque humilla a Satanás, hace resplandecer la gloria de Dios, purifica nuestra alma llenándonos de humildad, arrepentimiento y confianza en el auxilio divino; nos obliga a estar siempre vigilantes y alerta, a desconfiar de nosotros mismos, esperándolo todo de Dios; a mortificar nuestros gustos y caprichos; excita a la oración; aumenta nuestra experiencia, y nos hace más circunspectos y cautos en la lucha contra nuestros enemigos».15

Del mismo modo que no se puede premiar a un corredor que ni siquiera se ha levantado de la cama, o a un intelectual que no escribió ni disertó sobre nada, en la vida espiritual pasa lo mismo: para recibir la recompensa en la eternidad tenemos que ser probados en esta vida.

Nada alegra más a nuestro enemigo que el desánimo

Por lo tanto, la tentación no nos debe entristecer, ya que representa la hora del heroísmo y de la alegría: es el momento de mostrar nuestro amor a Dios. ¡Cristo nos dio el ejemplo! En esos cuarenta días de oraciones y padecimientos en el desierto, conquistó las gracias necesarias para nuestra perseverancia, incluso las gracias específicas para que hagamos bien los ejercicios cuaresmales, preparatorios para la Pascua. Y aunque sucumbamos ante alguna tentación, Él nos da las fuerzas para levantarnos y continuar en el camino de la santificación.

Así pues, cuando llegue la tentación, no podemos tolerar desánimo alguno, porque el que resiste y el que ya ha vencido es Cristo, la Cabeza del Cuerpo Místico del cual somos miembros.

Cuando el demonio nos tienta, tiene por objetivo primordial quitarnos el ánimo, porque si lo consigue nos atrapará entre sus garras. El ánimo, por el contrario, nos mantiene en las manos de Dios y de la Santísima Virgen.

«Lo que alegra al enemigo no son tanto nuestras faltas como el abatimiento y la pérdida de confianza en la misericordia divina que nos producen».16 Por eso, San Francisco de Sales nos advierte: «La desconfianza que tenéis en vos misma es buena, siempre que sirva de base a vuestra confianza en Dios; pero si os llevase al desánimo, a la inquietud, a la pena y a la melancolía, os suplico que la arrojéis de vos como la mayor de las tentaciones, y nunca permitáis que vuestro espíritu discuta o replique a favor de la inquietud o del abatimiento del corazón al que os sentís inclinada».17

Las fieras del desierto y los animales del Paraíso

13b vivía con las fieras…

Basándose en los Padres de la Iglesia, comentaristas como Fillion o Maldonado, o incluso el mismo Santo Tomás, consideran que San Marcos hizo esa afirmación para subrayar, con la vivacidad propia del discípulo de San Pedro, el carácter salvaje de la región donde Jesús se retiró, y acentuar la completa soledad en la que Él pasó esos cuarenta días y cuarenta noches.18 San Juan Crisóstomo comenta que San Marcos habría dicho esto «para mostrar cuál era el desierto. No había en él camino para los hombres, y estaba lleno de animales feroces».19 Aunque estas palabras también pueden ser analizadas en un sentido más profundo.

En aquel tiempo, no faltaban en las inmediaciones del Jordán hienas, chacales, leopardos o jabalíes, según informa, entre otros, el mencionado Fillion.20 Ahora bien, si en el Paraíso todos los animales obedecían enteramente a Adán, en aquel desierto se abalanzaban sobre los hombres, atemorizándolos y obligándoles a huir.

¿Habría querido el divino Maestro soportar esa flaqueza más de la humanidad caída? Si quiso experimentar el temor provocado por la presencia de las fieras, es seguro que lo venció de manera grandiosa, obteniéndonos así más fuerzas aún para superar las adversidades, dramas y complicaciones que la vida nos presenta.

Servido como Dios por ministerio angélico

13c … los ángeles lo servían.

La presencia de los ángeles también es misteriosa y llena de significado.

¿Se habrían alejado de su Señor hasta el final de las tentaciones, como lleva a creer el relato de los otros sinópticos? ¿O habrían permanecido sirviéndole y sustentando su vida terrena durante esos cuarenta días y cuarenta noches en las que no comió ni bebió nada?

Nada nos impide, en nuestra opinión, imaginar a la Corte Celestial descendiendo hasta el desierto y regresando al Cielo durante ese período, a fin de asistir a la naturaleza humana de su Creador. Al contrario, a eso invita el comentario de San Beda, reproducido por Santo Tomás en la Catena Áurea: «Es de considerar también que Cristo mora entre las fieras como hombre, y que es servido por ministerio angélico como Dios».21

«Convertíos y creed en el Evangelio»

14 Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; 15 decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Tras esta sublime preparación, en el reloj de la Historia, todo estaba listo para la aparición del Salvador en el escenario de la vida pública de Israel. Concluido su retiro, y vencidas las tentaciones, se entregará ardorosamente al cumplimiento de su misión. Tan sólo faltaba la señal que la Sabiduría divina había dispuesto para el comienzo de la predicación de la Buena Nueva: la prisión de Juan el Bautista.

Con ésta se inicia el ocaso del Antiguo Testamento. Pero sin dar tiempo a que la noche llegue, raya la aurora de una nueva era, más radiante, iluminada por el verdadero Sol de la Salvación. «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Con estas palabras abre el divino Maestro su predicación, evocando los términos en los que el Precursor había anunciado su llegada (cf. Mt 3, 1-2).

En la Liturgia de este domingo la Iglesia quiere transmitirnos un mensaje: Dios nos ama y desea perdonarnos. Está dispuesto a reconciliarse con nosotros, a hacer con nosotros una alianza inquebrantable. Pero es necesario reavivar la fe y cambiar de vida, como nos exhorta Jesús: «Convertíos y creed en el Evangelio».

III – ¿Cómo corresponder a ese amor?

Con respecto a esta conversión, es menester que nos resguardemos de un peligroso error.

En nuestra vida espiritual, muchas veces nos falta la compenetración de la necesidad de que tenemos que ser santos. A menudo lo que tratamos de ser es sencillamente correctos, olvidándonos del pedido del Concilio Vaticano II tantas veces repetido: «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: ‘Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ (Mt 5, 48)».22

«En gravísimo error están -enseña San Alfonso Mª. de Ligorio- quienes sostienen que Dios no exige que todos seamos santos, ya que San Pablo afirma: ‘Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación’ (1 Ts 4, 3). Dios quiere que todos seamos santos, y cada uno según su estado, el religioso como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el mercader como mercader, el soldado como soldado, y así de los demás estados y condiciones».23

Progresar en el amor y en el conocimiento

Para el cumplimiento de esta obligación, la Iglesia nos orienta maternalmente a través de la Liturgia de este domingo. La Oración del día ya nos indica en cierto modo el camino: «Concédenos, Dios todopoderoso, que las prácticas anuales propias de la Cuaresma, nos ayuden a progresar en el conocimiento de Cristo y a llevar una vida más cristiana».

En efecto, necesitamos «progresar en el conocimiento de Cristo», porque siendo Dios y Hombre verdadero es el arquetipo de todo el universo, conforme lo afirma San Pablo: «En Él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles» (Col 1, 16).

¿Pero basta con conocer? No. Bien dice San Juan de la Cruz: «En la tarde seréis examinados por el amor».24 La más profunda comprensión de la doctrina nos debe servir, sobre todo, para aumentar en nosotros la caridad, de forma que al conocer mejor la adorable Persona de Jesús, tengamos mayores posibilidades de «corresponder a su amor».

Dios espera nuestra conversión

Sin embargo, no obtendremos nada de eso sin el auxilio de la gracia. El hombre por sí mismo no tiene fuerzas para adecuar establemente sus pensamientos, deseos, acciones y sentimiento conforme a Jesús. Para que sea efectiva la conversión a la que el Señor nos invita mediante la Liturgia de este domingo, es indispensable que juntemos las manos para rezar y decir, con el profeta: «Conviérteme y yo me convertiré, porque tú, Señor, eres mi Dios» (Jr 31, 18b).

El deseo nuestro de cambiar de vida en este período de penitencia cuaresmal debe estar, por lo tanto, impregnado de mucha confianza. El triunfo de Cristo en el desierto obtuvo gracias superabundantes para que todo su Cuerpo Místico venciera las tentaciones del demonio. Nuestra fortaleza está en Jesús y, mientras no nos separemos de la Cabeza, Satanás no podrá nada contra nosotros.

Pero, si al hacer examen de conciencia, encontramos una falta aquí, otra allá, no desesperemos. «Porque también Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios» (I Pd 3, 18). Conquistó la victoria sobre nuestras faltas de una vez por todas. Basta que reconozcamos nuestra miseria y pidamos perdón.

¿Cómo retribuir tanta bondad?

Roguemos ardientemente a María Santísima la gracia de una auténtica conversión, es decir, la comprensión entusiasmada y admirativa del inefable amor de su divino Hijo por cada uno de nosotros, para que nos conduzca a seguir una vida santa, camino del Cielo.

Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, E.P.

______________

1 SAN AGUSTÍN. Enarrationes in Psalmos. Ps. 134, c. 10.

2 Cf. CONCILIO VATICANO II. Dei Verbum, núm. 3.

3 CIC núm. 58.

4 SAN LUIS GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge. 2ª ed. Tours: Alfred Mame, 1931, p. 58.

5 TANQUEREY, Adolphe. La vie de Jésus dans l’Église. Tournai: Desclée, 1933, pp. 59-61.

6 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Las Catequesis Bautismales. 2ª ed. Madrid: Ciudad Nueva, 2007, pp. 149-150.

7 CONCILIO VATICANO II. Lumen gentium, núm. 3.

8 Ídem, Sacrosanctum concilium, núm. 5.

9 Cf. BENEDICTO XVI. Jesus de Nazaré – Do Batismo no Jordão à Transfiguração. São Paulo: Planeta, 2007, p. 37. Sobre este mismo episodio afirma el Doctor Angélico: «Cuando llegó a la edad perfecta, en la que debía enseñar, hacer milagros y atraer a los hombres hacia sí, entonces debió ser dada a conocer su divinidad por el testimonio del Padre, a fin de que su doctrina se hiciese más creíble. (SANTO Tomás de Aquino. Suma Teológica, III, q. 39, a. 8, ad. 3).

10 RICCIOTTI, Giuseppe. Vita di Gesù Cristo. 14ª ed. Città Vaticano: Tipografia Poliglotta Vaticana, 1941, p. 313.

11 Véase, a este respecto, SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., III, q. 41, a. 1.

12 SAN GREGORIO MAGNO. In Evang. l. 1, homil. 16 ML 761135, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit.,III, q. 41, a. 1, resp.

13 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit.,III, q. 41 a. 1, resp.

14 SANTO TOMÁS DE AQUINO. In Orationem Dominicam, art. 6.

15 ROYO MARÍN, OP, Antonio. Nada te turbe, nada te espante. 3ª ed. Madrid: Palabra, 1982, pp. 56-57.

16 TISSOT, Joseph. A arte de aproveitar as próprias faltas. São Paulo: Quadrante, 1925, pp. 38-39.

17 SAN FRANCISCO DE SALES. Oeuvres Complètes. Lettres spirituelles. 2ª ed. París: Louis Vivès, 1862, t. XI, pp. 425-426.

18 FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. París: Letouzey et Ané, 1912, t. VII, p. 195. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los cuatro Evangelios – San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, v. II, 1951, p. 41. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, III, q. 41, a. 3, ad. 2.

19 SAN JUAN CRISÓSTOMO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Áurea – Expositio in Marcum. c. 1, l. 5.

20 Cf. FILLION, op. cit., ibídem.

21 SAN BEDA, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Áurea – Expositio in Marcum. c. 1, l. 5.

22 CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium, núm. 40.

23 FSAN ALFONSO MARÍA DE LIGÓRIO. Obras Ascéticas. Madrid: BAC, 1952, v. I, p. 392.

24 SAN JUAN DE LA CRUZ. Vida y obras de San Juan de la Cruz. Madrid: BAC, 1950, p. 1.288.

 

 

 

 

 

 

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