Redacción (Martes, 13-10-2015, Gaudium Press) Las apariciones de la Virgen María en Fátima, Portugal, a tres humildes pastores – Lucía, Jacinta y Francisco -, comenzaron en mayo de 1917. En la primera aparición, de seis ocurridas, Lucía (la mayor de los postorcitos), al preguntarle: «¿De dónde es Vuestra Merced?», recibe una singular respuesta: «Soy del Cielo…después Os diré quién soy». En la tercera aparición, ante nueva pregunta, les afirma que en octubre, «les diré quién soy». Así fue que el 13 de octubre la Santísima Virgen les dice: «Soy la Señora del Rosario».
Estas palabras nos aproximan, en el pensamiento, a la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, que se conmemora en este mes de octubre, precisamente en el día 7.
Apropiado es el momento para hacer una recopilación rápida, dentro de lo posible en estas líneas, del histórico de este instrumento poderoso de devoción católica: el Santo Rosario; así como también de la importancia de la práctica de esta oración tan conocida.
Por el año 1208, Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Predicadores, comúnmente conocida como «dominicos», se encontraba agobiado por los males que difundía la herejía albigense, que en aquellos tiempos minaba la fe de los fieles. Suplicando a la Madre de Dios ayuda pues veía que no lograba avances en el combate a estos errores, la Virgen escucha su apelo. Luego de tres días y tres noches de incesantes ruegos, aparece para él, sosteniendo en su mano un rosario, y enseñándole a recitarlo.
En inefable diálogo, dice a Santo Domingo: «Mi querido Domingo, ¿sabes de qué medio se sirvió la Santísima Trinidad para reformar el mundo?», y este responde: «después de tu Hijo Jesucristo, fuiste tú misma el principal instrumento de nuestra salvación. A lo que Nuestra Señora responde: «Yo te digo, entonces, que el instrumento más importante fue la Salutación Angélica, el Avemaría, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Y por lo tanto, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi Rosario».
El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, el Beato Fray Alano de la Roche en el año 1475 puso por escrito – para revivir dicha devoción – las promesas referentes al santo Rosario, que le hiciera la Santísima Virgen años antes, en diversas apariciones. Promesas que reiteraban las dadas a Santo Domingo.
He aquí las más importantes, según el Beato Alano. Quien rece mi Rosario: recibirá cualquier gracia que me pida; tendrá mi especialísima protección; será para ellos escudo contra el infierno, destruirá el vicio, librará de los pecados, hará germinar las virtudes; los elevará deseando las cosas celestiales y eternas; no se verán oprimidos por la desgracia; se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna; los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos; los libraré bien pronto del Purgatorio; todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente; los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
El Rosario llegó a ser así, con el tiempo, una de las devociones más firmemente arraigadas en el pueblo cristiano, oración tan estimada por numerosísimos santos y promovida a lo largo de los siglos, por el Magisterio eclesiástico. Pero fue el papa San Pío V quien, en el día del aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la famosa batalla de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, instituye el día 7 de octubre como la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario, festejada hasta hoy por todos los creyentes.
Era una invitación a meditar los misterios de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, en compañía de la Virgen María, siempre asociada a Él, en Su Encarnación, Pasión, Muerte y Gloriosa Resurrección.
A lo largo del tiempo, los Santos Pontífices fomentaron el rezo del Santo Rosario. León XIII, que escribió sobre el tema en varias encíclicas, fue quien consagró el mes de octubre al Rosario e insertó en las Letanías a la Virgen el título de «Reina del Santísimo Rosario», por eso fue llamado «el Papa del Rosario».
San Juan Pablo II, considerando el Rosario como una catequesis de fe, publicó la conocida Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae», «El Rosario de la Virgen María». Afirmaba, con su particular forma de expresarse, que esta devoción lo había «acompañado en los momentos de alegría y en los momentos de tribulación», era su oración predilecta.
En tan bello documento papal encontramos la explicación, que ayudará también a aquellos que sean un poco objetantes del Santo Rosario: «aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología» pues, «en la sobriedad de sus partes concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio».
Un gran abismo se siente, en los días de hoy, entre el ideal de paz, y la realidad que nos toca vivir diariamente. Hemos llegado a solucionar, a través de la ciencia y de la técnica, casi todos los problemas que asolan al mundo moderno. Pero… no obtuvimos la paz. No tenemos tranquilidad. No logramos, lo que podremos llamar, una paz del alma. El desasosiego y los conflictos actuales nos atropellan.
Bien les decía en Fátima la Virgen María a los tres pastorcillos en 1917 – ¡casi 100 años atrás! -: «rezad el rosario todos los días, para alcanzar la paz en el mundo», que se encontraba en horrores de la Primera Guerra Mundial.
Esa paz que tantos buscamos, y pocos la encontramos, la conseguiremos – según nos invita San Juan Pablo II en su Carta Apostólica – promoviendo que las familias se conviertan en «auténticas escuelas de oración». Pues el rosario en familia, es garantía de paz en el mundo, al serlo de las familias.
Con firmeza consideraba San Juan Pablo II que veía a la familia «amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica», temiendo por el futuro de esta «irrenunciable institución, y con ella, del destino de toda la sociedad» (Rosarium V. Mariae, 6).
Podríamos resumir estas reflexiones con especial consejo: «para contrarrestar los efectos desoladores de la crisis actual», en el mes del Rosario, nada mejor que rezarlo en familia, para conseguir la paz, que tantos necesitamos.
(Artículo publicado en La Prensa Gráfica – 13 de octubre de 2015)
Por el P. Fernando Gioia, EP.
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