Redacción (Viernes, 22-01-2016, Gaudium Press) Era 14 de abril de 1433, Pascua de Resurrección. Gran parte del pueblo de Shiedam, en Holanda, se reunía ante la casa de una moribunda.
– ¿Qué está sucediendo? – preguntó un viajero.
– Es Ludovina. Hoy se completan treinta y ocho años de su martirio.
– ¿Ludovina? Yo ya oí ese nombre… Siempre creí que fuese una leyenda… Dicen que ella está sobreviviendo hace siete años solo con la Sagrada Comunión. No consigo creer…
– Mi querido señor, yo tampoco creía – respondió con aire grave un hombre que oía el diálogo. Hace doce años, tomé la decisión de acabar con la fama de santidad de esta mujer, que yo juzgaba ser una farsante. Pasé días y noches junto a su lecho de dolor, con la esperanza de confirmar mis sospechas. Entretanto, fue ella quien me confirmó en la fe: ahora no solo creo en el poder de la Eucaristía, como también confieso firmemente las virtudes heroicas de Ludovina.
– ¿Usted la reconoce entonces como una santa? ¿Puede explicarme, por favor, la razón de tan osada afirmación? – replicó el viajero.
– Hasta los quince años – comenzó el interlocutor – ella llevó la vida común de las muchachas de su edad. Sin embargo, sufrió una caída patinando en el hielo y, como consecuencia, su columna vertebral se rompió, transformando su vida enteramente: parálisis completa, ceguera, continuos vómitos, jaquecas, fiebres, nervios inflamados y un absceso dolorosísimo en el hombro izquierdo.
– ¡Mi Dios! ¡Es un verdadero purgatorio en vida! – exclamó asombrado el visitante.
El devoto continuó:
– Nosotros no hacemos idea de lo que es el Purgatorio. Ludovina tampoco lo sabía y se lamentaba continuamente por Dios haber permitido tan horrible martirio. Fue así hasta la noche en que Nuestro Señor se le apareció en sueño y le hizo una propuesta: «Como expiación de tus pecados, qué prefieres: ¿treinta y ocho horas en el Purgatorio o treinta y ocho años sufriendo como estas?» Y ella respondió sin titubear: «¡Señor, prefiero treinta y ocho horas en el Purgatorio!». En esa misma hora, Ludovina sintió que moría, y comenzó a padecer los atroces tormentos del lugar de purificación.
Sin embargo, viendo que las horas se agotaban y su padecimiento no terminaba, aprovechó el paso de un Ángel y le preguntó:
– ¿Por qué Nuestro Señor no cumplió el contrato hecho conmigo? Creo que ya pasaron tres mil y ochocientas horas…
El Ángel le respondió:
– ¿Crees que estás aquí hace tres mil y ochocientas horas? ¡No hace ni siquiera cinco minutos que moriste! ¡Tu cuerpo aún está caliente!
Aterrada, Ludovina imploró a Jesús: «¡Señor, prefiero pasar treinta y ocho años sufriendo como antes a estar un instante más en este lugar!» En ese momento, ella se despertó. A partir de entonces, nunca más se quejó de sus sufrimientos. Al contrario, amó tanto su cruz que pasó a repetir frecuentemente: «Señor, es tan seria vuestra justicia y yo la amo tanto que, si me bastase rezar una pequeña oración para estar curada, yo no la rezaría».
Impresionado, el viajero cayó de rodillas. La luz que se encontraba encendida en la casa se apagó en ese momento, anunciando al pueblo la partida de Ludovina a la eternidad. Y de los labios de aquel que hasta hace poco fuera un incrédulo, brotó este acto de fe: «¡Santa Ludovina, rogad por nosotros, para que aprendamos a amar nuestra cruz y, sobre todo, para crecer en el amor a Aquel que por nosotros todo sufrió!».
En el año 1890, el Papa León XIII oficializó el culto a Santa Ludovina, declarándola patrona de los patinadores y los enfermos.
Por la Hna. María José Vicmary Féliz Gómez
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