martes, 23 de abril de 2024
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El demonio que se quería vengar de la Santa Madre Laura Montoya

Redacción (Jueves, 21-07-2016, Gaudium Press) Sigue un texto tomado de la autobiografía la Santa Madre Laura Montoya, religiosa fundadora colombiana, canonizada el 12 de mayo de 2013.

Lo de preparar las niñas para los sacramentos corría de mi cuenta, y me esmeraba en hacerlo tan bien como me era posible. Había existido en Medellín un colegio de carácter un poco libre y casi todas las alumnas de él se pasaron a nuestro colegio.

Eran, por supuesto las que peor se manejaban en todo sentido y esperábamos con ansia, la época del retiro anual que se les daba a las alumnas, para ver si se componían.

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En ejercicios, Leonor me las entregó porque decía no poder entenderse con ellas. Les hice una serie de explicaciones sobre la confesión y ellas manifestaron suprema repulsión por este sacramento. Mayor cuidado tuve en conmoverlas. Ya en los días de la confesión me hablaron claro: Me dijeron que no se confesaban, que mas bien se saldrían del colegio.

Emprendimos una cruzada de oraciones pidiendo la conversión de estas pobres niñas. Cuando ya casi desesperaba de conseguirlo, me llamaron en secreto y me dijeron:

Nosotras no nos confesamos porque lo hemos hecho siempre sacrílegamente y como ahora usted nos ha hecho ver la gravedad de la comunión sacrílega, no lo haremos más; pero tampoco somos capaces de confesar las faltas que venimos callando hace mucho tiempo; en consecuencia nos saldremos del colegio.

Que sentencia aquella, padre mío, imposible declararme vencida. Me puse a llorar por tal desgracia y ellas como me querían mucho me compañaron en el llanto mucho rato. Al fin, una muy resuelta me dijo que había cometido un pecado muy grande en materia de pureza por la mala vigilancia de aquel colegio y con la mayor confianza, me dijo el pecado. Yo solo le dije que no me dijera más, que yo pediría permiso para oírselo, si era necesario; pero que antes de tener la licencia, no me dijera nada. Hablé con el confesor y me ordenó oírle cuanto quisieran decirme y que les abriera los caminos para salir de estado tan lamentable. Eran ochos las culpables. Al oírlas les infundí confianza en Dios de quien tenían miedo y les ofrecí decirle yo misma a un confesor desconocido, la falta, de modo que ellas, ya no tuvieran que explicarle nada. Consintieron en ello y me fui a un sacerdote amigo con quien quedó arreglado que se las llevaría del modo más prudente, para que no fueran conocidas por él. Aquellas pobres niñas se confesaron bañadas en lágrimas y fue una conversión cierta.

1.jpgLa noche del día en que se confesaron puse las internas a estudiar en el dormitorio, para yo acostarme un momento, pues estaba rendida de cansancio. Mi cama estaba cubierta por un toldillo que no llegaba al suelo y desde ella, podía vigilar el estudio perfectamente. Tan pronto como me recosté, oí, pero no con los oídos materiales, sino de otro modo, que oír era entender. No se como puede ser esto. Pero oí que el demonio venía y que decía: Voy a vengarme de esta advenediza que me ha arrebatado lo que yo poseía con justos derechos. Como este oír era entender, yo comprendí que la advenediza era yo y que lo poseído por el demonio, eran las pobres niñas que se habían confesado. Esto pasaba sin dejar de oír el estudio de las niñas que lo hacían esa noche en historia natural.

Me senté a esperar al demonio y muy pronto vi llegar, por debajo del toldillo un animal parecido a un perro o lobo con cascos de mula y unos cuernos negros muy retorcidos. Entró y si abrir la boca me repitió las mismas palabras, que oí del mismo modo y agregó que se vengaría de mi, metiéndole una tentación a mi hermano, con una sirvienta que se hallaba muy dentro del interior de la casa, que era muy grande. Entonces no sabia yo, que entre hombre y mujer hubiera tentaciones, ni de que clase serían; por eso no me alarmé mucho. Pero el demonio me dijo después, que tumbaría el colegio porque no lo resistía y que lo haría levantando una calumnia contra mi.

Entonces quise darle con el Cristo que tenía a la mano y lo alcé para ello, pero me pareció hacerle mucho honor y me levanté, lo cogí de los cuernos, que eran fríos, muy fríos y lo torcí, como haciéndole formar un remolino. Lo estregué contra el suelo y le dije que saliera que él no tenia que meterse en lo que era mío y que no haría más que lo que Dios le permitiera.

Mientras lo estregaba contra el suelo, le dije que le quedaban muy mal las zancas de mula y que no le tenía miedo, que hiciera lo que quisiera, pero que yo contaba con Dios. Aquel animal producía contra el suelo un ruido como de cuero que se arrastra y creí que las muchachas que estudiaban se habían percibido de él, pero el estudio continuaba lo mismo que antes.

El animal salió por entre las dos hileras de estudiantes y yo salí detrás, preguntándoles a las niñas si no habían visto pasar un perro; pero me contestaron que no y seguí hasta el cuarto del zaguán en donde encontré a mi hermano dormido. Regué mucha agua bendita y me fui a hacer lo mismo en el cuarto de la sirvienta. Volví a la cama y como noté que las niñas no se habían dado cuenta de nada, me callé. Comprendí si, con mucha claridad, que el demonio me tenia miedo y que iba a molestar mucho a cuantos dependieran de mi, por causa mía; pero que a mi, no me arremetería más.

Cosa rara, Padre mío, no se me ocurrió referir aquello a nadie. Fue como si nada hubiera pasado. Solo un año después le conté a Carmelita, como si fuera la cosa más común del mundo; solo cuando ella se mostró asustada, vi que aquello era raro.

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Las niñas siguieron una vida muy buena y cristiana y el colegio entró en era de progreso. Nada indicaba que la venganza del diablo fuera a cumplirse. Viendo esto un día le dije al confesor, que también era director del colegio, que yo esperaba que el colegio se caería por una calumnia a mi. Eso no lo creo, me contestó. Y como jamás le hablé de lo del diablo, la cosa no siguió. Verdaderamente nadie podía augurar el desastre del colegio, porque el diablo no tenía por que darse prisa y además, apenas se comenzaba y debía dejarlo crecer para que su triunfo tuviera alguna resonancia al tiempo que Dios le señale, él aparecerá

 

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