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Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor ni te entristezcas con su reprehensión

Redacción (Jueves, 13-07-2017, Gaudium Press) ¿De qué manera debemos aceptar las reprehensiones que recibimos para que éstas nos santifiquen? Discurramos un poco acerca de este tema tan decisivo para nuestra salvación eterna.

Posiblemente, la mayor dificultad del hombre concebido en pecado original se presenta cuando siente en sí una fuerte y agradable atracción opuesta al deber, acompañada de una especie de ceguera por donde la persona no discierne claramente el mal encerrado en aquello que la seduce.

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El Señor también corrigió a la Samaritana

Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, Clermont Ferrand, Francia

Ahora, puesto en ese estado de atracción, no hay nada que el hombre más deteste que oír hablar de virtud, de obediencia a los Mandamientos y castigos.1 Entretanto, aunque al hombre no le guste ser desviado de aquel camino al cual su concupiscencia lo condujo, debe escuchar estas paternales palabras que Dios le dirige: «Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te espantes de que él te reprehenda, porque el Señor castiga aquel a quien ama, y pune al hijo a quien mucho estima» (Pr 3,11,12). Es una verdadera prueba del amor que Dios nos tiene el hecho de que nos reprehenda, pues dice la Escritura: «Aquel que guarda la vara quiere mal a su hijo; pero el que lo ama lo corrige continuamente» (Pr 13,24). ¿Qué sería de nosotros si no tuviésemos una mano afectuosa que nos impide caer en el abismo?

El Rey David siendo reprehendido por el profeta Natán

Una de las maneras de hacer trasparecer el amor del superior hacia el súbdito es corregirle y amonestarlo por sus faltas para que pueda enmendarse. El superior que ama verdaderamente a su hijo espiritual le desea el bien, actuando como verdadero padre. 2
San Juan Clímaco compara, con mucha unción, la crueldad de alguien que retira el pan de las manos de un niño hambriento, con la de aquel que tiene obligación de corregir y no lo hace. Este último causa daño no solo a su prójimo sino también a sí mismo. Se verá, por esa omisión, privado de los méritos y beneficios del cumplimiento de ese deber y acabará por escandalizar a los que constatan su negligencia. 3

Pero, nos cabe preguntar: ¿Quién tiene el deber de corregir? Santo Tomás nos responde: Esta obligación es de todos para con todos, 4 pero se intensifica cuando Dios pone a nuestro cuidado ciertas almas.

El propio Salvador nos dejó esta enseñanza: «Si tu hermano tiene pecado contra ti, ve y repréndelo entre ti y él solamente; si te oye, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18, 15). Santo Tomás afirma que corregir al prójimo, desde que se presuma que será bien aceptado, constituye una verdadera obligación, ligada a la virtud de la caridad. 5 Por eso, la corrección fraterna es una de las mayores obras de misericordia que podemos practicar en relación al prójimo. 6 Nuestro Señor no está solamente aconsejándonos, sino que está dándonos un mandato: «repréndelo». Él deja claro que todos tienen esta obligación moral: «Lo que os mando es que os améis unos a otros». (Jn 15, 17)

Entretanto, en el cumplimiento de este fundamental deber no podemos dejar que penetre en nuestras almas cualquier hilo de orgullo, pues debemos ejercerlo por amor a Dios. Claramente nos lo dice Monseñor João Clá Dias: «Evidentemente, en la aplicación de este precepto, no se debe actuar con alguna pasión, por menor que sea. La exención de ánimo es fundamental. Toda caridad deberá ser empleada en la delicadísima tarea de la reconciliación». 7

Con todo, en muchas ocasiones a pesar de la corrección ser oída con resentimiento, pues afecta al amor propio, la consciencia de aquel que supo reprehender correctamente queda en paz por la tranquilidad del bien realizado. Quien amonesta al prójimo, no por el exagerado gusto de corregir – que es la más vil de las vanidades -, sino con el verdadero deseo de incentivar el progreso espiritual, ese sí es quien ama a su hermano. 8

Para mostrar mejor esta actitud, Monseñor João la ejemplifica diciendo que en la vida de todos los días, no es difícil ocurrir que salgamos de casa distraídamente con algún desaliño en nuestra presentación: medias de colores diferentes, ropa mal colocada, etc. Basta que, por caridad, alguien nos advierta, para nosotros manifestarnos llenos de gratitud; si, al contrario, nadie nos avisase, quedaríamos resentidos. Ahora, con más razón debemos agradecer a quien nos amonesta por nuestra falta de virtud, sobre todo en aquello que pueda venir a constituir escándalo. 9

«Quien posee la Sabiduría, cuando correctamente reprehendido, se torna agradecido sin jamás guardar cualquier resentimiento. Al contrario, quien se lamenta por ser amonestado, no posee la sabiduría, pues en la reprehensión es que se muestra el valor del hombre.» 10

Recordemos, entretanto, de que el acto de virtud de llegar a amar a aquel que nos reprehende solo puede ser fruto de una gracia. Sepamos pues, abrir nuestro corazón para toda y cualquier reprehensión venida de Dios a través de aquellos que nos muestran, de una u otra manera, nuestros defectos. De esta manera alcanzaremos la finalidad para la cual fuimos creados: ver a Dios cara a cara.

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1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Alma feita de harmonias. In: Dr. Plinio. São Paulo: Ano X, n. 114, set. 2007, p. 8.
2 RODRIGUEZ, Alonso. Ejercicio de Perfección y virtudes cristianas. Madrid: Testimonio, [s.d]. p. 1636.
3 CLA DIAS, João Scognamiglio. A correção fraterna, uma opção ou um dever? In: Arautos do Evangelho. São Paulo. n. 81, set. 2008. p. 11. 40p. cit. q.33, a.2.
4 S. Th. II-JI, q.33, a.3.
5 Loc. cit.
6 ROYO MARIN, Antonio. Espiritualidad de los seglares. Madrid: BAC, 1967. p. 335.
7 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Op. cit. p. 11.
8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Quem encontra um amigo fiel, descobre um tesouro! – II In. Dr. Plinio. São Paulo: Ano XIII, n. 149, ago. 2010, P. 22.
9 CLA DIAS, João Scognamiglio. Op. cit. p. 12.
10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Op. cit. p. 22.

 

 

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