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Salesiano por excelencia

Redacción (Viernes, 22-01-2016, Gaudium Press) ¡Don Bosco! La chiquillada que jugaba en el gran patio, interrumpió la algarabía y salió corriendo a su encuentro como era ya costumbre entre los niños cada vez que lo veían llegar. Estaba arribando al Oratorio ya muy enfermo, viejo y cansado. Cuatro meses después moriría de físico agotamiento, de lo que mueren los santos. Entre los niños estaba uno de 12 años que asistía al Oratorio: Luigi Variara Bussa, un italianito típico, vivaz, cantarín y buen amigo. Bastó una mirada del santo para nunca olvidarlo y detonarle en el alma su vocación religiosa. Había nacido en 1875 y cuando el papá lo envió al oratorio diciéndole que fuera juicioso para ser un buen sacerdote, le respondió que no estaba pensando hacerse ser cura. Sin embargo lo fue en Colombia, donde lo ordenaron en 1898, año de guerra civil y envidias diabólicas entre los colombianos.

1.jpgCuatro años atrás, el hoy Beato Luis Variara había llegado con 18 años de edad como novicio-misionero al mayor Lazareto del país donde le florecieron sus mejores y más bellas cualidades de pertinaz, creativo y aguerrido hombre de misión, en un caserío caluroso y seco, de tierras fértiles a la orilla de un fresco y caudaloso río, en las que estaban más o menos confinados los leprosos de Colombia por disposición del Gobierno, consenso de la sociedad y resignada aceptación de los enfermos que se fueron al destierro sin el menor rencor: el pueblito «Agua de Dios» llegó a tener moneda propia, pasaporte, retenes en sus carreteras de acceso, control de ingreso y salida de mercadurías y productos, como también una estricta prohibición a sus habitantes de dejar la jurisdicción.

Una atmosfera de tristeza y reclusión flotaba en el lugar, pero este valiente joven salesiano lo cambió todo sin cambiar él, confinándose voluntaria y alegremente entre los leprosos. El propio beato contaba que al despedirse en Italia de Don Rua -el sucesor de Don Bosco- le dijo bromeando: «Variara, no me varíes por allá».

Bien tenía que ser un joven italiano hijo de San Juan Bosco, para darle una nota renovada al lugar. El beato había organizado una banda musical y coros, grupo de teatro, estimuló la realización de ferias y fiestas patronales, fundó una orden religiosa femenina con las jóvenes del lugar para ayudarle en su apostolado misionero, algunas de ellas sanas y otras con la enfermedad a cuestas pero todas asumidas por el entusiasmo de una vocación que todavía hoy subsiste gracias a Dios con el bello nombre de Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Dejó su santidad sembrada a falta de riqueza y bienes terrenales.

Tuvo que abandonar su trabajo y fue a morir agobiado con irreversible enfermedad renal, a los 48 años de edad, en la ciudad de Cúcuta bien al norte de Colombia, frontera con Venezuela.

Beatificado en abril de 2012 por San Juan Pablo II, de Luigi Variara Bussa se espera que bien pronto hará un milagro ojalá en Colombia para llegar a los altares, pues se trata de esos típicos misioneros extranjeros de las multinacionales del alma que no van a los países a sacar sino a dejar, que entregaron su vida a los menos favorecidos de la nación sin pedir absolutamente nada a cambio. Mientras sus restos reposen en Agua de Dios, a poco más de cien kilómetros de Bogotá, toda la nación puede contar con un generoso intercesor en el Cielo, donde realmente está el poder que rige al universo entero.

Por Antonio Borda

 

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