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El insuperable ejemplo de Cristo

Redacción (Viernes, 25-10-2013, Gaudium Press) La Iglesia nos enseña que sin la gracia, la cual nos es dada más especialmente por medio de los Sacramentos, el cumplimiento de la Ley se torna muy difícil. El hombre puede cumplir varios mandamientos, pero lo hará solo por cierto tiempo y no en su integridad. «Yo soy la vid; vosotros, los ramos. Quien permanece en Mí y Yo en él, ese dará mucho fruto; porque sin Mí nada podéis hacer» (Jn 15,5).

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Con efecto, la naturaleza humana, después del pecado, quedó debilitada y no consigue, sin la gracia, moverse establemente en dirección al bien.

Además de la gracia, la naturaleza humana necesita de ejemplos. Es muy conocida la frase: «Las palabras mueven, los ejemplos arrastran». Esa regla, que se aplica a los varios campos de actividades del hombre, se muestra aún más verdadera en lo referente a la vida sobrenatural. Una persona instruida en la doctrina puede hasta quedar convencida, mas no arrebatada. Lo que arrebata es el ejemplo, y ese fue dado a los hombres de manera insuperable por el propio Cristo.

Es en torno de esas consideraciones que se sitúan las amonestaciones de San Pablo a los judíos de su tiempo, siempre tendientes a mirar la letra y no el espíritu. La Ley de sí no salva, dice él:

Pues la Ley nada llevó a la perfección. Apenas fue portadora de una esperanza mejor que nos lleva a Dios (Hb 7, 19).

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La Ley, por ser apenas la sombra de los bienes futuros, no su expresión real, es de todo impotente para perfeccionar aquellos que asisten a los sacrificios que se renuevan indefinidamente cada año (Hb 10, 1).

Esa lección de San Pablo -el Apóstol de las Gentes-, dirigiéndose a su propio pueblo, vale para todos los tiempos de la Historia de la Salvación, y debemos retenerla también, cuando pensamos en la evangelización. Así procedieron aquellos doctores y confesores, sacerdotes y mártires, aquellas vírgenes y mujeres fuertes que se entregaron al apostolado desde los albores de la vida de la Iglesia: supieron, ellos y ellas, ser eficaces no solo por la enseñanza de la doctrina, de la Ley, sino especialmente por la oración y por el ejemplo.

Por Monseñor João S. Clá Dias, EP

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