viernes, 26 de abril de 2024
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Pináculo de piedra, auge de amor

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Aquel buen hombre construyó una catedral. Pero la Doctora de la Pequeña Vía llevó a cabo una obra incomparablemente más grandiosa.

Redacción (Viernes, 06-12-2-13, Gaudium Press)

¡Pam! ¡Pam! ¡Pam! – ¡El martillo! – pide alguien.
– ¡Cuidado con las piedras! – avisa otro.
Estamos en medio de una gran construcción. A las tantas, alguien resuelve inquirir a los obreros respecto al trabajo que realizan.
– ¿Qué haces?
– Como ves, estoy rompiendo piedras – responde el primero.
La misma pregunta es hecha a otro, que dice:
– Trabajo arduamente, levantando estas sólidas paredes de piedra, para ganar el sustento de mi familia.
Por último, la indagación es dirigida a un tercer trabajador:
– Y tú, ¿qué haces?
– ¡Para gloria del buen Dios y salvación de las almas, estoy construyendo una catedral!

A los ojos de los hombres esos tres obreros realizaban el mismo trabajo, pero los dos primeros tenían los ojos del alma dirigidos al piso, mientras el espíritu del tercero apuntaba al Cielo, como lo harían en breve las piedras que labraba con esmero para finalizar los puntos más altos de la catedral.

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Santa Teresita del Niño Jesús a los 22 años.

Con efecto, pareciendo desafiar la ley de la gravedad, los tan característicos pináculos de la arquitectura gótica nos dan la impresión de querer perforar el firmamento, asemejándose al alma que, estando todavía en la Tierra, vive en las cavilaciones del Cielo. Simbolizan esas agujas de piedra la oración de la Iglesia al Espíritu Santo: «¡Ut mentes nostras ad cælestia desideria erigas! – ¡De ahí en nuestras mentes el deseo de las cosas de lo alto!».

Ahora, almas hay que intentan vivir todo el tiempo buscando auges, como que «en la punta de los pies», proponiéndose metas osadas para las cuales apenas el Cielo es el límite.

Un ejemplo de esas almas pinaculares fue Santa Teresita del Niño Jesús. Habiendo ella abandonado todo para encerrarse en la clausura del Carmelo, se sentía todavía insatisfecha. «Siento en mí la vocación de guerrero, de sacerdote, de Apóstol, de doctor y de mártir» – clamaba esa alma inocente. «Siento la necesidad, el deseo de realizar por Ti, Jesús, todas las obras, las más heroicas… […] ¡Oh Jesús! ¡Mi amor, mi vida!… ¿Cómo conciliar estos contrastes? ¿Cómo realizar los deseos de mi pobre almita?…».

La Doctora de la Pequeña Vía comprendió que no era imposible alcanzar este auge. Bastaba un elemento: el amor. Su vida, que en las exterioridades nada parecía tener de extraordinario, se transformó en modelo para el mundo. Supo ella colocar en los mínimos actos de su existencia el impulso que inspiraba nuestro tercer trabajador, el cual sabía que cada martillada, cada pared levantada era, en verdad, un acto de amor a Dios. Y si aquel buen hombre colaboró para construir una catedral, Santa Teresita llevó a cabo una obra incomparablemente más grandiosa, la cual sobrepasó la elevación de las agujas de todas las catedrales de la Tierra.

Por: Fahima Spielmann

 

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