martes, 19 de marzo de 2024
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El Imperio romano en el tiempo de Augusto

Redacción – (Sábado, 21-10-2017, Gaudium Press) – El cuarto imperio previsto por el Profeta Daniel, caracterizado por el hierro y el barro (cf. Dn 2, 31-33), se había instaurado; las 70 semanas de años, profetizadas por él (cf. Dn 9, 24), estaban por completarse. Esos eran, entre otras, las señales de que se aproximaba la venida del Mesías.

Haremos una reseña respecto a ese cuarto imperio, o sea, el romano, en la época del Emperador Octavio Augusto, durante la cual nació Jesús.

El latín, el Derecho, las estradas, los puentes, el arco romano

El latín era la lengua hablada por los romanos. «Si un idioma expresa el alma de un pueblo, eso ciertamente se puede decir del latín». Resuenan en él la fuerza y la dignidad, la gravedad y el carácter varonil, la simplicidad y la tendencia a la magnificencia, la música, la lógica; el latín se acomoda a la abstracción. Entretanto, él solo adquirió esa plenitud por obra de Cicerón, que lo modeló según los criterios griegos. El latín se tornó el idioma de la Iglesia, y con esto tuvo una importancia como ningún otro de la Antigüedad.

Otro campo en que Roma se destacó fue el Derecho.

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira afirmó que Dios otorgó a los judíos la Revelación, a los griegos la Filosofía y a los romanos el Derecho. «El Derecho elaborado por los romanos es el fundamento del Derecho de las naciones católicas.» Y Profesores de la Universidad Pontificia de Salamanca declaran: «La formación del Derecho canónico está marcada por el influjo del Derecho romano.»

Por los caminos del Imperio, fueron construidos estradas y puentes. Muchos de esos puentes aún existen. Por ejemplo, en Zaragoza, España, sobre el Río Ebro hay dos puentes: el moderno, metálico, y el romano hecho de piedras. En la estrada que a ellas conduce, se ve en las proximidades este aviso: «¡Vehículos pesados deben traficar por el puente romano!»

Tiene su belleza el arco romano, compuesto por «dos columnas que sustentan aquel semicírculo perfecto y armónico. Está allí la lógica de la civilización clásica, sin la presencia inmediata de lo sobrenatural, la pura lógica natural y terrena, rectamente desarrollada, en la fuerza y la coherencia de su trayectoria, en que el punto de partida es afín con el punto de llegada y estaquea en un solo triunfo».

Esos valores favorecieron la difusión de la Santa Iglesia, como lo certifica el Misal Romano de 1943, en cuya oración después de la Comunión se lee: «Oh Dios, que preparasteis el Imperio Romano para la predicación del Evangelio del Reino eterno…»

Lujuria, gula y circos

Pero en ese vasto Imperio había también gran degeneración moral. Citemos algunos ejemplos.

El poeta Ovidio escribió, entre otros, tres libros lujuriosos en los cuales «la obscenidad llega frecuentemente a lo repugnante»… El propio Emperador Augusto, disgustado con sus poemas lúbricos, lo desterró en 9 d. C.

La familia entró en profunda decadencia. En Grecia, el marido tenía sobre la mujer derecho de vida y muerte. En Roma, al contrario, emanciparon la mujer, «dejando la economía doméstica y los hijos a los cuidados de los esclavos […] La prostitución [y otros vicios nefandos] crecieron en medida espantosa». Se multiplicaron los adulterios y los divorcios, con la consecuente caída de la natalidad. En Roma se llegó hasta a proponer recompensas para las familias que tuviesen por lo menos tres hijos.

Y junto con la lujuria desenfrenada venía el vicio de la gula. Se realizaban banquetes, donde se provocaba vómitos para que los convidados pudiesen participar de un segundo y, a veces, tercer repasto en el mismo día.

Para esas almas embotadas, deseosas de sensaciones brutales, existían los juegos de gladiadores y las luchas de fieras, realizados en gigantescos circos. En el tiempo de Augusto, hubo un combate entre 420 panteras. En las batallas entre gladiadores, damas delicadas daban la señal con la mano para que un luchador, herido de muerte, recibiese el golpe fatal o fuese salvado. Y los espectadores, cuya mayoría era compuesta de esclavos, asistían a todo eso ebrios de sangre.

En Roma, en la época de Augusto, más de un tercio de la población era esclava. En Alejandría, tal vez dos tercios.

Iniquidades de los ídolos

El Imperio romano estaba infestado de ídolos, importados en gran parte de Grecia. Tales ídolos expresaban los más hediondos vicios y crímenes, entre los cuales el adulterio, la mentira, el robo, el asesinato, el egoísmo, la traición, la deshonra, el incesto, la fornicación, la pedofilia.

Afirma Monseñor João Clá: «La religión pagana ejercía […] un maléfico dominio sobre la sociedad, proponiendo, como ejemplos a ser imitados, las iniquidades de los dioses. De otro lado, la sociedad influenciaba la religión, de modo que los mitos reflejaban las costumbres entonces de moda.»

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En medio de todos esos horrores que se difundían por todo el Imperio, inclusive en Israel gobernado por el impío Herodes el Idumeo, había personas inconformes que brillaron por su santidad. En primer lugar la Virgen María y después el castísimo San José.

Aquí terminamos esa serie sobre el Antiguo Testamento; en las materias subsecuentes, estudiaremos el Nuevo.

Pidamos a Nuestra Señora la gracia de entender y amar a Nuestro Señor Jesucristo. Y, como consecuencia de esa intelección y ese amor, luchar por Él y por su Iglesia, hoy tan vilipendiada y traicionada.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 126)
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Bibliografía

WEISS, Johann Baptist. Historia Universal. Barcelona: La Educación. 1927. v. III.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A Igreja do Império romano. O elogio da Europa. In Revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano III, n. 33 (dezembro 2000).

AA. VV. Derecho canónico. El derecho del Pueblo de Dios. Madri: BAC, 2006, v. 32
DANIEL ROPS, Henri. L’Église des Apôtres et des martyrs. Paris: Fayard, 1957, v. I

CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. A Igreja é imaculada e indefectível. São Paulo, 19 abr.2010.

 

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