Esta vez la joven campesina – Juana de Arco – había vuelto sola.
Redacción (02/09/2020 09:07, Gaudium Press) Esta vez la joven campesina – Juana de Arco – había vuelto sola. La primera vez la había acompañado el tío. Ahora regresaba otra vez a pie y a paso rápido pidiendo que alguien la condujera hasta el castillo del señor Baudricourt de nuevo. Las voces seguían acosándola aunque con dulzura y cariño: ¡Salva a Francia!
Como la primera vez que llegó al pueblo, Juana pidió posada en la herrería de Royer donde este y su mujer la acogieron con respetuoso silencio escuchando con atención todo lo que decía: había que salvar a Orleáns y coronar rey al Delfín en Reims.
Había una profecía, de que una Virgen salvaría a Francia
El menudo pueblo aldeano se reunía allí para oírle y nadie se reía ni se burlaba, asentando convencido de que él no podía quedar bajo el dominio inglés y Dios los ayudaría porque existía una profecía de que una virgen salvaría a Francia. No la estaban viendo como una iluminada, medio desequilibrada, de las que con cierta frecuencia aparecían por ahí en las aldeas y campos, haciendo extrañas profecías que no se cumplían, o se cumplían a medias en una mezcla de superstición y religiosidad mal entendida, de lo que había mucho en la Edad Media.
Allá en lo alto, en el castillo no se creía a la humilde campesina, pero ahora uno de sus feudatarios de más confianza la venía escuchando en la herrería y estaba asombrado. Ella hablaba con tal firmeza y seguridad, con palabras tan inspiradas y conmovedoras, que hacía derramar lágrimas a los asistentes. El cura la oía complacido y no entendía de donde esta jovencita analfabeta sacaba tanta elocuencia.
El entusiasmo del pueblo la terminó llevando hasta el Delfín
Doncella virgen, casta, tierna de apenas dieciséis años, pobremente vestida y oliendo a establo y barbecho, un poco alta y de cabellos castaños, rostro angelical y serio, no podía estar mintiendo. Sobre todo cuando dijo que le debían creer que ella prefería quedarse en la granja con sus padres y no lanzarse en esa aventura. Únicamente solicitaba que alguien la acompañara hasta Chinón y la ayudara a llegar hasta el Delfín. Necesita una escolta y alguien influyente para tal misión.
Por fin el señor Baudricourt resolvió enviarla con seis de sus hombres de confianza. De la herrería de Royer había salido el clamor popular, la convicción certera, el deseo de luchar por Francia y la amenaza de sedición si la doncella no era escuchada. Los hombres del pueblo querían ir ya a la guerra, las mujeres los acompañarían llevando las provisiones, llevarían incluso sus animales, las herramientas se volverían armas. Baudricourt entendió ahora el mensaje del Cielo y se atemorizó.
De allá abajo, del fondo de una aldea pobre, en una dura herrería sin adornos, surgió la voz de apoyo que acompañaría a la virgen guerrera, a la campesina acorazada en una gesta que todavía hoy asombra.
A veces los que están muy alto no alcanzan a escuchar porque solamente oyen la adulación o el grito amañado de una oposición artificialmente creada para llevar adelante un juego político. Y este era propiamente el caso del heredero al trono de Francia: los que le informaban algo, le informaban lo que le convenía a sus propios intereses. Era la manipulación de la información al antojo y criterio de mezquindades. Pero el pueblo conservaba todavía el buen sentido religioso de la verdad arraigada en sus más profundas convicciones cristianas, y de la herrería del buen herrero Royer y su humilde esposa, nació la resolución de reconquistar Francia a cualquier precio.
Vox populi-Vox Dei, el joven delfín de Francia entendió por una gracia de Dios que ir a contrapelo de lo que el pueblo sentía y quería, era el hundimiento definitivo de la Dulce Francia. La doncella era la expresión de lo que se anidaba en lo más profundo de la opinión del menudo pueblo de Dios sin pastores ni dirigentes hacía mucho tiempo. La historia trae frecuentemente este tipo de sorpresas acompañadas de una bendición, una gracia y un alma dispuesta a inmolarse…
Por Antonio Borda
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