miércoles, 27 de noviembre de 2024
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El tirano japonés Hideyoshi, decretó la muerte de Paulo Miki y los mártires de Nagasaki

La evangelización en el Japón la había iniciado el gran San Francisco Javier, en 1549.

Paulo Miki

Redacción (05/02/2021 08:16, Gaudium Press) La evangelización del Japón la inicia San Francisco Javier, en 1549. Tras los jesuitas, llegaron los franciscanos.

El apostolado fue coronado con éxito. Se calcula que en menos de medio siglo ya habían 300 mil cristianos en ese Imperio, un número que seguía aumentando.

Había una guerra civil en el país, y esto propició que un señor feudal, llamado Hideyoshi, gobernase de manera autoritaria, con la intimidación de las armas.

Al principio no combatió el catolicismo. Pero poco a poco se dio cuenta que los cristianos se iban convirtiendo en obstáculo para alcanzar sus fines dictatoriales, y se llenó de odio contra la religión de Cristo.

Por esto, firma un decreto decretando la expulsión de los misioneros, en 1587. Pero los jesuitas usaron de prudencia, y se pudo continuar con la misión.

Un naufragio que precipitó otro naufragio

Sin embargo ocurrió un hecho que precipitó finalmente la persecución.

En el litoral japonés se hundió el galeón español San Felipe. Pasajeros y tripulación fueron rescatados, y hubo tiempo de retirar toda la carga, que estaba constituida fundamentalmente por ricos tejidos de seda.

El dictador Hideyoshi envió un agente para que valorase esas mercancías, agente que regresó con dos informaciones graves:

Una, que el alto valor de la mercancía podía aliviar las desgastadas arcas del gobernante. Y la otra, de la que no se asegura la autenticidad, de que el piloto de la nave le habría dicho que la predica de los misioneros precedía y preparaba una invasión militar de los europeos.

Ese era el pretexto que necesitaba Hideyoshi para desencadenar la persecución. Se apoderó de la carga, prendió a los misioneros franciscanos que venían en el galeón, y poco tiempo después cercó las casas de los misioneros en Osaka y Kyoto, este último que era el centro de apostolado de los franciscanos.

Ahí, en Kyoto, fueron hechos prisioneros el superior franciscano y numerosos frailes. En Osaka fueron encarcelados dos catequistas y un novicio jesuita, Paulo Miki, hombre de familia de alta alcurnia del Japón. Más tarde los dos otros catequistas serían oficialmente recibidos en la Compañía de Jesús.

Estos 24 prisioneros fueron reunidos en una plaza pública, y ahí les cortaron la oreja izquierda a cada uno de ellos, siendo transportados de esta manera – sangrantes – en pequeñas carrozas, para el escarnio de las gentes. Pero ocurrió que en el trayecto, las gentes los glorificaban y las carretas de carros de ignominia se convirtieron en vehículos de gloria. A estos 24, se les sumaron luego 2 que habían hecho el trayecto con ellos.

El 8 de enero de 1597 el tirano Hideyoshi firmó el decreto de condena a muerte de estos héroes de la fe. Entre estos mártires había un niño, Luis Ibaraki, al que le fue ofrecida la libertad si renegaba de la fe católica. “En esas condiciones, no vale la pena vivir”, fue la respuesta del acólito. El funcionario encargado de la ejecución, Hanzaburo, conocía y admiraba también a Paulo Miki. De él, Paulo Miki consiguió que les permitieran confesión y asistencia a Misa, pero el ejecutor luego entró en pánico por la reacción que podría tener Hideyoshi, y volvió atrás en su autorización.

El niño gritó «Paraíso»

Al final, los 26 cristianos fueron crucificados. Pero antes ocurrió algo que solo se explica por una especial efusión del Espíritu Santo. Los cristianos que estaban contemplando la escena, que era alrededor de 4.000, ¡pidieron para que ellos fueran también ser crucificados! ¡Los soldados tuvieron que alejarlos con violencia, para que conservaran la vida!

Los crucificados, unos cantaban el Te Deum, otros recitaban el Miserere. El Niño Luis Ibaraki gritó alto y firme “¡Paraíso, paraíso, Jesús, María!”, y en un instante todos acompañaron su cántico. Al final, como con Cristo, los soldados los atravesaron con lanzas, y murieron.

Todo esto ocurrió, en la mañana de 5 de febrero de 1597. Pío IX los canonizó el 8 de junio de 1862.

Con información de Arautos.org

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