martes, 26 de noviembre de 2024
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La paz de Cristo divide

El Evangelio de este VI Domingo de Pascua nos señala dos formas de paz: la del mundo y la de Cristo. ¿Cuál seguiré?

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Redacción (23/05/2022 08:44, Gaudium Press) Tales son las riquezas presentes en los santos Evangelios, desde la narración de las grandes hazañas y milagros de Jesús hasta la descripción de sus más sencillos gestos, que tenemos la posibilidad de recorrer a través de las páginas narradas por los evangelistas, extrayendo siempre de ellas nuevas enseñanzas. Sin embargo, hay pasajes que para muchos pueden sonar como algo que perturba los oídos, pues parecen difíciles de entender. Entre estas están las palabras de nuestro Señor:

No penséis que he venido a traer paz a la tierra; No vine a traer paz, sino espada. Porque he venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra” (Mt 10, 34-35).

¿Cómo puede un Dios hecho todo de Misericordia y Bondad hablar palabras tan duras? ¿No sería mejor que él dijera: “Vine al mundo para traer paz y tranquilidad a los hombres. No habrá más guerras, malentendidos y desacuerdos. ¡La paz reinará para siempre!”

¿Qué es, entonces, la paz?

No vine a traer paz, sino…

El Evangelio de este VI Domingo de Pascua saca a la luz dos visualizaciones de la paz: una, predicada por el mundo; y otra, la paz de los justos.

Jesús dice:

La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27)

¿No es una contradicción? Anteriormente, Jesús había declarado que “no vino a traer paz a la tierra” y ahora afirma que lo hará. Sin embargo, continúa:

Pero yo no la doy como el mundo” (Jn 14,27)

Por tanto, hay una diferencia esencial entre la paz que el mundo predica y la paz anunciada por el Salvador. El mundo, con sus ilusiones y fantasías, la presenta envuelta en una supuesta tranquilidad, pero que está llena del desorden del pecado y toda clase de horrores. Ahora, la paz es la “tranquilidad del orden” [1] – según San Agustín. ¿Qué orden? El orden de una sociedad que vive orientada hacia Dios.

El mundo, con sus dictados, mantiene al hombre en un régimen que le da la impresión de que todo irá bien; al final, seremos exitosos en la vida, si vivimos de acuerdo a las costumbres y doctrinas predicadas por él (el mundo).

La historia, sin embargo, deja en claro que el mundo no trae la tan anunciada paz. Basta con mirar la situación mundial actual: guerras, crímenes y desastres económicos que sin duda conducirán a una escasez de alimentos realmente desastrosa. Que Dios nos ayude a ser coherentes con la realidad presente, cuando analicemos un poco la situación actual y veamos que el mundo no traerá la “tranquilidad” que promete.

El fruto de un desorden aún mayor se encuentra en el interior de las almas, cuando nos enfrentamos a la muerte. La perspectiva de una vida futura eterna hace pesar la conciencia ante los vicios y pecados del pasado, lo que a su vez indica que se pasó toda una existencia en busca de una “paz” que no trajo alegría, sino frustración…

Esto demuestra que los frutos de la preciosísima Sangre del Divino Redentor, por malicia humana, fueron rechazados por estas pobres criaturas, que escogieron abrazar los falsos goces de este mundo.

Por el contrario, el justo que dirige su vida según los mandamientos de Dios podrá escuchar las dulces palabras de Jesús:

Si alguno me ama, mi palabra guardará, y mi Padre le amará, y vendremos, y haremos morada con él” (Jn 14,23).

Esta es la paz y la verdad (verdadero orden), causa de división entre el bien y el mal. Entre los dos, sus vidas difieren enormemente en significado: uno, desean la gloria de Dios; otro, el propio placer perverso y vil. He aquí la explicación de las palabras del Divino Maestro que dice: “Vine a traer la espada, división”. La paz de Cristo divide, porque no es según el mundo.

El mundo sólo tendrá paz cuando sepa reconocer a Dios como el fin último de su vida. Este, pues, será el momento de cantar con el salmista:

¡Que las naciones te glorifiquen, oh Señor, que todas las naciones te glorifiquen!” (Sal 66,4).

Por Guillermo Motta

[1] “Pax omnium rerum, tranquilitas ordinis — la paz es la tranquilidad del orden”. (Cf. SANTO AGOSTINHO. De Civitate Dei. L.XIX, c.13, n.1. En: Obras. Madrid: BAC, 1958, v.XVI-XVII, p. 1398).

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