Cuando recorremos las gloriosas vidas de los Santos Latinoamericanos, no podemos dejar de observar la belleza de la diversidad de estos pueblos.
Redacción (20/06/2022 10:53, Gaudium Press) Cuando recorremos las gloriosas vidas de los Santos Latinoamericanos, no podemos dejar de observar la belleza de la diversidad de pueblos y razas que se amalgaman en el continente Americano.
Desde las heladas tierras del Norte de Canadá hasta las inhóspitas latitudes de la Patagonia, notamos una estela de luz compuesta de incontables almas santas provenientes de todas las razas, jalonando el firmamento de la iglesia con páginas gloriosas de virtud y heroísmo.
Entre ellas se destaca la figura de un santo, muy querido por todos los que conocemos su vida: San Martín de Porres.
Hijo de un noble y una esclava
San Martín nació en Lima (Perú) en 1579, hijo de un noble español, Juan de Porres, y Ana Velázquez, una antigua esclava de color, natural de Panamá. Ya desde niño, el pequeño Martín se preocupaba por el sufrimiento de la gente, especialmente por los enfermos y los pobres.
Así, en la idea de aliviar los padecimientos y las necesidades de sus semejantes, además del oficio de barbero, adquirió algunos conocimientos de medicina. A los quince años – nos informa un artículo de Aciprensa – pidió ser admitido como “donado”, es decir, como miembro de la orden tercera de los dominicanos, en el convento que la Orden de Santo Domingo poseía en la Ciudad de Lima.
Una vez en el convento, trabajó como enfermero, atendiendo a cualquiera que se presentase a su enfermería. No conforme con aliviar sus dolores utilizando la medicina, también intercedió ante la Divina Providencia para que se realizaran numerosos milagros, consiguiendo varias curaciones.
Siempre representado con una escoba en sus santas manos, gesto de su humildad y alegre donación en favor de sus hermanos de cualquier raza, San Martín de Porres murió en 1639, fue canonizado por San Juan XXIII en 1962.
Pero el reconocimiento de sus virtudes no paró por ahí. La Iglesia lo ha nombrado “Santo Patrono de la Justicia Social” y “Patrón Universal de la Paz.”
En las manos trabajadoras e incansables de este santo varón, no podemos dejar de ver los designios de la Divina Providencia, santificando a sus hijos que, a ejemplo del Buen Pastor, pasaron por esta vida haciendo el bien. San Martín de Porres, ese Santo de la alegría, también nos recuerda que ante los ojos de Dios, no existen diferencias en el color de la piel, ni en los orígenes humildes. Muy por el contrario, su elevadísima santidad es un testimonio de la rica y siempre bienvenida diversidad racial latinoamericana, que hace del Continente, uno de los más ricos valores de la Iglesia Universal y de la humanidad.
Por Gustavo Kralj
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