martes, 26 de noviembre de 2024
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San Elías, príncipe de los profetas, fuego de Dios, opera la primera resurrección de la Escritura

El Tesbita, que Dios manda para que la fe del pueblo no perezca. Se enfrenta al rey, a su mala mujer. Trae la sequía, pero también la lluvia. Un coloso.

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Redacción (20/07/2022 09:06, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra la memoria del profeta Elías, el que enfrentó al rey Acab y a su impía esposa tiria Jezabel. Vivió en el S. IX antes de Cristo y no se sabe bien si era de Tisbé de Galaat o de Tisbé de Neftalí, pero en todo caso su título era el Tesbita.

Era rey de Israel Ajab o Acab, que se le conoce con ambos nombres, monarca ya de vastos territorios bien organizados, y quien tiene la pésima idea de casarse con la princesa fenicia Jezabel, bajo cuya influencia se erigió un templo al dios pagano Baal, bajo modalidad fenicia. De acuerdo a lo dicho por el Apóstol Pablo, de que todos los dioses paganos son demonios, entonces el rey del pueblo elegido le había erigido una casa de oración a un demonio.

Jezabel corrompe a Israel

Pero esta siniestra mujer no contenta con eso, perseguía a los verdaderos profetas de Dios e introdujo a muchos sacerdotes paganos que iban corrompiendo las creencias y costumbres del pueblo israelita, de tal manera que se podía decir que se iba convirtiendo en un pueblo apóstata de la verdadera fe.

Es en ese cuadro sombrío, Dios no abandona a su pueblo y aparece un día el profeta Elías (cuyo nombre significa ‘Mi Dios es Yahvé’) ante Ajab, y le anuncia que Dios castigaría la apostasía del pueblo y del rey, y que vendría una larga sequía a sus tierras. Efectivamente, durante 36 meses no llueve en Israel y mueren pastos, ganados y hombres.

El profeta cumpliendo el designio divino, va a vivir a una cueva en la que hay una fuente de agua, sitio donde los cuervos le llevan pan por la mañana y carne en la tarde. Pero la fuente se seca y Dios le ordena que vaya a Sarepta, ciudad fenicia.

En Sarepta encuentra a una viuda a quien le pide que le traiga un poco de agua y un pan. La viuda le responde que solo le queda un poco de harina y aceite, con los que hará un pan para su hijo y ella y después moriría de hambre. Pero el profeta le responde: “Haced un pan para mí, y ya veréis que la harina no se le acabará en su artesa, ni el aceite en su vasija, hasta el día en que vuelva a llover sobre la tierra”. La mujer hizo lo ordenado por el Profeta y se cumplió el vaticinio de Elías, de que no le faltó el alimento, ni a ella ni a su hijo.

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Un día murió el hijo de esta viuda, que quedó desconsolada. Pero el profeta lo resucitó, haciendo que la viuda exclamase: “Ahora sé que eres un hombre de Dios y que en verdad Yahvé habla por tus labios”. Es la primera resurrección que registra la Escritura.

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Mientras tanto Ajab se afanaba por encontrar a aquel que le había profetizado la sequía, pero sin hallarlo. Pero un día el propio profeta va a buscarlo y Ajab lo culpa por el infortunio de Israel, a lo que responde el profeta: “No soy yo el azote de Israel, sino tú y la casa de tu padre, por haber abandonado a Yahvé y haber seguido a los Baales”; y le dice que convoque a sus sacerdotes de satanás para ver quien tiene más poder, si Baal o Yahvé.

Dios manifiesta su poder – Mueren los sacerdotes de Baal

Es entonces cuando se da ese gran encuentro entre el profeta del Señor y los profetas del demonio, en el monte Carmelo.

Los adoradores de Baal habían erigido un altar y habían colocado una víctima sobre él. El dios más poderoso debía consumir la víctima. Los sacerdotes de Baal durante todo el día gritaron, bailaron, se auto-flagelaron, pero su dios no se manifestaba. El Santo profeta incluso se burló de ellos, diciéndoles que debían gritar más alto, que probablemente no les alcanzaba a oír.

Cuando llegó el turno de San Elías, en un altar de Yahvé que ahí se encontraba y que él había reparado, preparó su sacrificio. Oró al Señor instándole que demostrara su poder, y entonces “cayó el fuego de Yahvé que devoró el holocausto y la leña y lamió el agua de las zanjas”. El pueblo enardecido y bajo la tutela de Elías, hizo justicia sobre los sacerdotes de Baal, y los degollaron a todos, 450. Esa misma tarde un aguacero atestiguaba que Dios el Señor terminaba la sequía.

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Pero la siniestra Jezabel al conocer lo ocurrido juró quitar la vida a Elías, lo que hizo que el Profeta huyera al Monte Sinaí, muy lejos de Israel y Judá.

Estando en ese monte Horeb, Dios lo fortaleció en su desánimo, y le dio tres misiones: Ungir a Jazael como rey de Siria, a Jehú como rey de Israel, y a San Eliseo como su sucesor.

Anuncio de desgracias a Ajab – Muerte de Jezabel

Un día, el malo rey Ajab empezó a codiciar una bella viña vecina de su palacio, la viña de Nabot, pero Nabot se negó a vendérsela. Jezabel, enterada, trama un complot contra Nabot y lo hace matar, quedando Ajab en posesión infame de esa propiedad. Entonces aparece de repente el profeta Elías, acusa al rey del asesinato, y le dice de parte de Dios que “en el mismo lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, lamerán también tu propia sangre”. También le anuncia que Dios extinguirá su descendencia y que a su inicua mujer Jezabel “los perros se la comerán en la muralla de Jezrel”, lo que ocurrió al pie de la letra. “A cualquier descendiente tuyo que muera en la ciudad, se lo comerán los perros y al que muera en el campo, se lo comerán las aves de rapiña”, también le anuncia a Ajab el Señor.

Al verse intimado así por el Profeta de Dios, Ajab tuvo miedo, hizo penitencia y ayuno, por lo que Dios le dijo a Elías que no le enviaría la desgracia que le había anunciado, pero que sus descendientes si la padecerían.

El hijo de Ajab, Ocozías, también adorador de Baal, recibió el mensaje castigador de Elías, e igualmente Jorán, rey de Judá, a quien el profeta advirtió que los de su casa serían castigados con una plaga y que él estaba destinado a muerte prematura.

Estando con su discípulo Eliseo, Elías fue arrebatado por un carro de fuego, no sin dejar a su discípulo sus dones y espíritu.

Con información de Catholic.net y la Enciclopedia Católica

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