lunes, 25 de noviembre de 2024
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El camino más seguro al cielo

Sólo los humildes encuentran la llave del verdadero éxito para sus vidas y tienen abiertas ante ellos las puertas de la eternidad feliz.

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Nuestra Señora de la Humildad

Redacción (09/11/2022 10:05, Gaudium Press) Las enseñanzas del Divino Maestro, en palabras y gestos, nos muestran el camino de la inocencia y la humildad como vía privilegiada para acceder al Paraíso Celestial. Sin embargo, hacernos como niños, en todo sin pretensiones y serviciales, puede parecer un ideal cándido y fácil, pero no lo es.

El enraizado orgullo – El mundanismo

El orgullo tiene tal dinamismo y está tan arraigado en el corazón humano que sólo la gracia de Dios puede desarraigarlo. ¿Y qué hay de la tendencia a adaptar nuestra manera de pensar a la opinión mundana prevaleciente? Se hace necesario, por tanto, orar con insistencia y tenacidad, rogando a María Santísima su poderosa intercesión para librarnos de las malas inclinaciones que nos esclavizan a nuestros propios caprichos y a las locuras de este mundo.

Además, una virtud importante, escasa en los ambientes católicos actuales, se presenta como el antídoto de la mediocridad y, en consecuencia, del orgullo. Se trata de la esperanza.

Los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo estaban bajo el influjo de cierto ateísmo práctico, que se respiraba entre los judíos de la época a causa de los efluvios malignos difundidos por los saduceos y fariseos. La expectativa de la Redención había sido falseada por una imagen terrenal y política del futuro Mesías, que no correspondía a los verdaderos deseos de Israel.

El sufrimiento antes de conquistar el cielo

En primer lugar, el pueblo elegido necesitaba una salvación espiritual que lo limpiara de sus pecados y le abriera las puertas a una vida infinita, celestial y angelical. Pero las élites rechazaron esta visión, sedientas como estaban de poder y gozo. No poseían, por tanto, la indispensable virtud de la esperanza.

Para romper esta influencia, en primer lugar Nuestro Señor revela a los Apóstoles su Pasión, Muerte y Resurrección. Pasar por el crisol del dolor, el fracaso y el drama antes de conquistar la gloria del Cielo fue un camino demasiado arduo e inadecuado para ellos. Los Apóstoles fueron incapaces de abrazar el grandioso horizonte que Nuestro Señor quiso desvelar ante sus ojos, y menos aún el odio mortal que sus enemigos tenían, a causa de ese horizonte.

De hecho, la nueva doctrina dotada de potencia que proclamaba el Hijo de Dios, estaba llena de esperanza en la vida eterna y exigía la renuncia a los intereses personales, así como una entrega sin pretensiones que debía llegar hasta el martirio. Tal perspectiva idealista y sobrenatural deshace los objetivos demasiado terrenales y ambiciosos de los fariseos y escribas, que se habían fabricado un falso mito de la felicidad y tenían una sed insaciable de prestigio y ganancias. Por lo tanto, su odio sería implacable y cruel contra el Mesías.

Una nueva escuela: la humildad

Sin embargo, tímidos y tediosos, los apóstoles guardan silencio. Entonces el Divino Maestro les habla de la humildad, exhortándolos a hacerse pequeños como el niño a quien él había abrazado.

Si hubieran abierto su corazón a la perspectiva de la eternidad, habrían sido más humildes y generosos, porque para ganar un premio tan sublime como el Cielo, cualquier sacrificio o renuncia parece pequeño. Tanto más cuanto que Nuestro Señor había prometido a los que se humillaran ser exaltados a los tronos de los Ángeles.

Es difícil ser humilde si no se vive con intensidad y alegría la esperanza de la gloria definitiva. En cambio, sólo los humildes encuentran la llave del verdadero éxito para sus vidas y tienen abiertas ante ellos las puertas de la eternidad feliz.

Que la Santísima Virgen María, abismo de humildad y Madre de la Esperanza, nos asista y guíe para que, viviendo más para el Cielo que para esta tierra, seamos mansos y humildes de corazón como su Hijo. Así, habiendo vencido las trampas del diablo y sus secuaces, podremos alcanzar, victoriosos, la meta elevada que se nos propone: el Cielo.

Por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP

(Texto extraído, con adaptaciones, de la Revista Heraldos del Evangelio n. 237, septiembre de 2021).

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