Nunca debemos aceptar ningún pensamiento de desconfianza, tristeza o desánimo al ver cómo la paja ataca al trigo.
Redacción (11/11/2022 14:06, Gaudium Press) Al proponer la parábola del trigo y la cizaña como figura del Reino de los Cielos, Nuestro Señor Jesucristo ha querido llamar la atención de sus oyentes sobre esta gran verdad: siempre hay una lección más alta detrás de las realidades ordinarias de la vida.
Resaltemos aquí un detalle importante: en la parábola del trigo y la cizaña, la cizaña no creció espontáneamente, sino que fue sembrada por el enemigo “en medio del trigo”, que también fue arrojado a tierra por el dueño del campo. Hay, pues, toda una conjugación entre el diablo y sus seguidores, muy inferior, sin embargo, a la unión que se establece entre Dios y los elegidos. A estos les toca tomar en serio la alianza ofrecida por el Señor, para no ser devorados por la cizaña.
La escena creada por Jesús deshace cierta idea optimista sobre nuestra existencia en este mundo. Hay en la sociedad una mezcla entre la buena y la mala semilla que no se puede eliminar y muchas veces solo se hace notar cuando se cultivan ambas. Y tal es la cantidad de cizaña esparcida por el enemigo, que el bien se convierte en una pequeña porción en medio de ella.
Además, cada uno de nosotros lleva dentro semillas de cizaña, ya sean malas inclinaciones, tentaciones o incluso inseguridades y aflicciones que el diablo aprovecha para perturbarnos, y contra las cuales tenemos que oponer resistencia, no permitiéndonos que nos dominen.
El significado de la parábola de la mala hierba
Nuestro Señor, de regreso a casa, los discípulos le piden que les explique el significado de la parábola de la cizaña. Naturalmente, él les aclara, subrayando el destino final de las huestes que se enfrentan en el campo de este mundo: el Reino de Dios está compuesto por los hijos de la luz, que gozarán de una feliz eternidad, pero entre ellos están también los malos, que en los últimos tiempos serán echados al infierno con los demonios.
Jesús “siembra la buena semilla”: es Él quien llama a todos los hombres a beneficiarse de su Sangre redentora y a recorrer los caminos de la santidad, reservando para ellos gracias especiales, aunque ellos sean débiles, para permanecer fieles durante toda la vida.
Están, en cambio, los que “pertenecen al maligno”, es decir, los que han decidido seguir el camino del pecado y dar la espalda a la virtud. Quien así los desvía y los convierte en cizaña es el mismo Satanás.
Jesús subraya la necesidad de estar alerta ante el enemigo, que nunca se rinde para perdernos, y de lidiar con él de manera prudente, esperando el momento más oportuno para extirparlo.
Viviendo entre la cizaña sin estar de acuerdo con ellos ni dejarse influenciar, los buenos demuestran el poder de la vigilancia y la oración en la batalla contra las tentaciones y los ataques del enemigo.
En el momento de la cosecha, la cizaña se distingue fácilmente del trigo: primero se arranca la primera, destinada al fuego, y luego el segundo se recoge en el granero. La certeza del juicio infalible de Dios, que separará los buenos y los malos en el fin del mundo, otorgando a cada uno el premio o el castigo de sus méritos, nos anima a confiar. Mientras nos mantengamos en el camino del bien y tratemos de responder a la gracia, Él no permitirá que el mal nos sofoque y destruya.
Se forma así un cuadro en el que se destaca el papel esencial de la lucha por la santificación de los hijos de la luz. Una lucha guiada por la virtud de la prudencia, que indica el camino más corto y eficaz, todo hecho de sabiduría, para llegar al fin.
La lucha, nota característica del Reino
Explicada por Nuestro Señor en la parábola del trigo y la cizaña, la lucha es el signo de nuestro paso por la tierra. Quien comprende esta verdad vive lleno de alegría y no se inquieta cuando el mal se levanta con odio de destrucción, porque sabe que la vitalidad del bien proviene de Dios mismo. Por lo tanto, nunca debemos aceptar ningún pensamiento de desconfianza, tristeza o desánimo al ver cómo la cizaña ataca al trigo. Por el contrario, nos corresponde a nosotros mantener la convicción de nuestra superioridad como luchadores de Dios frente a los plantados por el enemigo.
Una gran ayuda para que no perdamos nunca esta esperanza, es no dejar que se desvanezcan de nuestro horizonte interior los acontecimientos que pondrán fin a la Historia de la humanidad. Vivimos en el tiempo y los pequeños episodios de la vida cotidiana nos impresionan, causándonos a veces aflicción, pero todo eso pasa.
En el día del Juicio pesará nuestro amor por Aquel que nos sembró y nuestra generosidad en devolverle la savia que infundió en nosotros y el cuidado que nos dedicó.
En los momentos más arduos de la lucha contra el mal, tengamos presente que nuestra oración siempre es escuchada por el Cielo. Dios puede tardar un tiempo en responder, pero nunca nos abandonará, especialmente cuando le pedimos que venza la cizaña que ha germinado dentro de nosotros. Recordemos que Él es Integridad y no rompe la alianza establecida con quienes confían en la omnipotencia de su perdón; Él es Bondad y continuamente quiere hacernos bien; Él es nuestro Redentor y nos ha prometido una resurrección gloriosa, dejándonos como prenda la “levadura” que ni siquiera los ángeles pueden recibir: la Eucaristía.
En definitiva, Dios nos concede misericordia, bondad y perdón infinito, siempre que reconozcamos nuestra pequeñez y sepamos alabarle, no sólo con nuestros labios, sino también con nuestras obras, luchando por su gloria en esta tierra.
Por Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP
(Texto extraído, con adaptaciones, de la Revista Arautos do Evangelho n. 223, julio de 2020).
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