Aunque estudió con jesuitas, se hizo franciscano. Un día construyó una casa de retiros para religiosos, para que ellos se predicaran a sí mismos.
Redacción (26/11/2022 10:10, Gaudium Press) San Leonardo de Puerto Mauricio (o de Porto Maurizio), nace ahí, en Puerto Mauricio – Italia, en 1676.
Su padre, Domingo Casanova, capitán de marina, murió cuando Leonardo era muy niño.
Aunque estudió con los jesuitas en el Colegio Romano, entró a los franciscanos.
Fue uno de los mayores predicadores de su país de todos los tiempos.
Superior del monasterio de Florencia, era exigente en el cumplimiento de la regla de vida comunitaria. Ese monasterio brilló por el fervor.
Fue el gran propulsor del rezo del Viacrucis, que siempre recomendó. Cuando visitaba parroquias para predicar, siempre dejaba en ellas instalado el Viacrucis, lo que hizo en 571 parroquias. Él fue quien erigió un Viacrucis en el Coliseo de Roma, el lugar donde más hubo imitadores del martirio de Cristo. También fue esforzado en propagar la devoción al Corazón de Jesús y al Corazón de María.
Los frutos después de sus predicaciones eran más que visibles. Decía uno de los párrocos visitados: “Bendita sea la hora en que se me ocurrió llamar al Padre Leonardo a predicar en mi parroquia. Sólo Dios sabe el gran bien que ha hecho aquí. Su predicación llega al fondo de los corazones. Desde que él está predicando no dan abasto todos los confesores de la región para confesar los pecadores arrepentidos”.
Uno de los temas preferidos de San Leonardo era la Pasión de Cristo, punto culminante de la Vida del Señor aquí en la Tierra, ante el cual todos los dramas palidecen, y las cosas adquieren su debida proporción. Al final de un sermón suyo sobre este tema en Córcega, dos enemigos irreconciliables disparan al aire sus fusilen y se abrazan en señal de paz y perdón mutuo.
Un día de 1750 hace un Via Crucis en el Coliseo de Roma. Esa era otra de sus devociones, donde predicaba una misión dejaba un Via Crucis si nolo había. No sabía el humilde fraile que este hecho se convertiría en tradición papal, fue ahí, en ese anfiteatro Flavio -que se estaba volviendo solo cantera de extracción de piedras y lugar de demolición- los Papas rezarían anualmente por Viernes Santo las estaciones de la Pasión de Cristo.
Sabía el sacerdote que la clave del éxito en el apostolado está en la vida interior, y por eso fundó una casa en solitarias montañas para que los religiosos fueran allá a retirarse, en régimen de silencio y oración. El propio santo daba ejemplo yendo allá con cierta regularidad. Él decía: “Hasta ahora he estado predicando a otros. En estos días tengo que predicarle a Leonardo”.
No podía dejar de serlo: el santo era muy devoto de la Virgen, y defensor valiente de su Inmaculada Concepción. Convence él a Benedicto XIV para que convoque un concilio que defina esa doctrina. El Papa prepara una Bula para ese fin, pero misteriosas razones hacen que el documento no se publicado. La definición del dogma debe esperar un siglo.
Después de 43 años recorriendo Italia en misiones, un día que tuvo que viajar a pie en pleno invierno, y regresando a Roma, cayó enfermo y murió, en 1751.
“Deseo morir en misión con la espada en la mano contra el infierno”, había escrito años antes, en uno de sus Propósitos. Dios le concedió cumplir su deseo.
Con información de Catholic.net
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