lunes, 25 de noviembre de 2024
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Santa Lucía, virgen de ojos maravillosos, enfrentó la persecución de un prefecto y un pretendiente

Su nombre viene del vocablo latino lux, que significa luz.

Santa Lucia 2

Redacción (13/12/2022 08:47, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra a Santa Lucía, la de los ojos maravillosos que imponían respeto, la virgen y la mártir. Su nombre viene del vocablo latino lux, que significa luz.

Nace en Siracusa, en una familia que ya era cristiana y de alta alcurnia, a finales del S. III. Siendo aún adolescente, ofrece a Cristo su virginidad, algo que ya era costumbre entre algunas doncellas cristianas.

Su padre fallece siendo ella muy niña, y su madre Euticia, quería para ella una brillante carrera en el mundo, y la incentivaba a casarse con el mejor partido, que para la mamá era en concreto un joven rico, también noble, pero pagano.

A pesar de las atroces persecuciones a los cristianos, en Sicilia se celebraba todos los años la fiesta de santa Ágata, virgen de la ciudad de Catania, martirizada hacia el año 250. Los prodigios que obraba la hicieron tan conocida, que venía gente de todas partes a rogar su intercesión. Ahora bien, Euticia sufría hemorragias desde hacía unos años. Lucía, muy devota de esa virgen mártir, persuadió a su madre de peregrinar hasta su tumba para rogar la curación.

Un Evangelio que les habló

Cuando entraron a la iglesia el asombro hizo presa de ambas. Transcurría una misa solemne, que en ese mismo momento proclamaba la Palabra del Santo Evangelio: “Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias – rezaba así el Evangelio, y que había sufrido mucho con muchos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado. Como había oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y dirigiéndose a la multitud, preguntó: ‘¿Quién tocó mi manto?’”.

Santa Lucía y su madre, entendieron que todo estaba siendo dispuesto por el cielo, caen de rodillas y comienzan a rezar. Pero Lucía, fatigada por el viaje, se duerme y entonces tiene un sueño, que se manifiesta profético.

Mientras dormía se le apareció santa Ágata rodeada con un coro de ángeles. Su vestido era de incomparable hermosura, adornado con zafiros y perlas finas. Su rostro, alegre y sereno, resplandecía como el sol mientras decía: “Queridísima hermana mía, virgen consagrada a Dios, ¿por qué pides por medio de otro lo que puedes obtener tú misma para tu madre? Ella se ha curado ya gracias a la fe que tú tienes en Jesucristo, quien, tal como hizo célebre la ciudad de Catania por mi causa, también glorificará la ciudad de Siracusa por tu mediación, pues supiste preparar en tu puro corazón una agradable morada a tu Creador”.

Santa Lucia

Al escuchar estas palabras, Lucía se levantó todavía más segura de su consagración a Dios. Contó a su madre la reconfortante ‘visión’ y añadió que, por la gracia de Dios, ella estaba completamente curada de su enfermedad. Pero le pidió algo a cambio:

Ahora, madre mía, te pido una sola cosa: en nombre del mismo que te ha devuelto la salud, déjame conservar mi virginidad y pertenecer solamente a nuestro Creador. Repartamos entre los pobres los bienes que preparaste para mi casamiento, y tendremos un gran tesoro en el Cielo.

Enfrentando al cruel prefecto

Euticia se dejó convencer y llegando a Siracusa distribuyeron sus riquezas entre los más necesitados, según las instrucciones de la comunidad cristiana a la que pertenecían. Esto sin embargo enfureció al pretendiente de Santa Lucía, que corrió hasta donde Pascasio, prefecto de la ciudad, para acusar a la santa de cristiana, lo que dio inicio a un proceso contra ella.

Quisieron que ella ofreciera incienso ante los dioses paganos, primero con halagos y luego con amenazas, pero Lucía firmemente resistió.

Luego Pascasio amenazó con llevar a Santa Lucía a un lugar donde perdería su castidad, y así ordenó que se la condujera a una casa infame, para que perdiera la honra de la virginidad antes de ser decapitada. Pero entonces, ocurrió que los verdugos no podían desplazarla, como si una mano gigante e invisible la sostuviera en su lugar. Incluso la ataron a varias yuntas de bueyes, que no lograron moverla.

Obstinación diabólica

Lo anterior hubiera sido suficiente para que alguien con algo de sentido común hubiese aceptado que había una disposición divina para no tocar a esa virgen. Pero como ocurrió en muchos de estos martirios, la injusta autoridad se mostró obstinada, se empecinó en darle muerte, mostrando así que era movida por odio satánico, por encima del mero odio natural.

Hizo entonces Pascasio que se encendiera una enorme hoguera alrededor de la inamovible Lucía, quien sin embargo seguía muy valiente. Pero, otro milagro, el fuego tampoco pudo tocar a la virgen de Dios. Ya no la molesten más, diría cualquiera. No así el odio satánico del prefecto y sus verdugos.

Pero hay más: a medida que trascurría el tiempo Santa Lucía se fue mostrando como canal del pensamiento divino, e iba profetizando, como por ejemplo el pronto fin de las persecuciones de Diocleciano y Maximiano, que fueron las peores que sufrieron los cristianos.

Finalmente, Pascasio ordenó la decapitación de Lucía. Ella sintió que había llegado la hora de su martirio, y sintió que la fuerza de Dios la asumía. Era el año 304. Dos años después el emperador Constantino daría libertad a la Iglesia.

Con información de la Revista Arautos do Evangelho

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