Fue de esas almas que tuvieron un rápido, nutrido y profundo contacto con lo sobrenatural, para beneficio de la humanidad. Conversaba mucho con su ángel de la guarda.
Redacción (11/04/2023 08:53, Gaudium Press) Santa Gema un día afirmó, repitiendo a San Pablo: “No estoy más en mí, estoy con mi Dios, toda para Él; y Él está todo en mí y para mí. Jesús está conmigo y es todo mío”. Impresiona la afirmatividad de esa proposición, y nos permite introducirnos en la existencia de esta gran mujer en una clave de respeto y veneración.
¿Cómo fue la vida de esta grandiosa dama, que tenía un comercio fácil con el mundo angélico?
Nació en Camigliano el 12 de marzo de 1878. Tuvo una corta, aunque intensa convivencia con su piadosa madre, la cual contrajo una tuberculosis de lenta e implacable evolución, lo que no le impidió legar a sus hijos una formación verdaderamente católica.
Un día, después de haber recibido la Confirmación, Gema permanece en la basílica de San Michele in Foro para asistir a una Misa en acción de gracias y, mientras rezaba por su madre, escucha una voz en el fondo del alma:
– Gema, ¿quieres darme a tu madre?
– Sí, pero sólo si voy junto con ella, respondió.
– No, dame de buena voluntad a tu madre. Tú debes quedarte ahora con tu padre. Me la llevaré al Cielo. Pero ¿me la das con gusto?
“Tuve que responder que sí”, confiesa la santa en su autobiografía. Dios se la lleva en septiembre de 1885.
Las gracias de la Primera Comunión, otras gracias místicas
Gema ingresa como externa en el colegio de las Hermanas de Santa Zita, fundado por la Beata Elena Guerra. Hace la primera comunión muy joven para los cánones de la época, y recibe muchísimas gracias con ocasión de ello. Recibe en ese colegio numerosos fenómenos místicos.
Cierto día, cuando ya contaba con 16 años, Gema recibe de regalo un costoso reloj y una cruz con cadena de oro. Y para agradar al pariente que le había hecho el obsequio, sale a la calle llevándolos consigo. Por la noche, mientras se preparaba para dormir, se le apareció su ángel de la guarda quien le dice: “Recuerda que los preciosos arreos que han de hermosear a una esposa de un Rey Crucificado, no pueden ser otros que las espinas y la cruz”. Es decir, Dios ya la consideraba su esposa mística y le exigía un comportamiento acorde.
Dios la introduce en la vía del sufrimiento
En 1896 una terrible necrosis en un pie, acompañada por agudísimos dolores, la obliga a someterse a una intervención quirúrgica. Soporta todo con mucha resignación, mirando un crucifijo.
Luego fue, en 1898, una grave enfermedad en la columna vertebral, que la dejó postrada en la cama, con dificultad para hacer el más mínimo movimiento. Pero su ángel de la guarda, con quien mucho conversaba, la consolaba.
Había leído una biografía de San Gabriel de la Dolorosa. Una noche, tras haber hecho voto de virginidad y haber manifestado el propósito de vestir el hábito religioso si viniese a sanar, se le apareció en sueños este santo pasionista diciéndole: “Haz en el momento oportuno el voto de ser religiosa, pero no añadas nada más”. Cuando Gema le preguntó el por qué, se quitó el símbolo pasionista que llevaba prendido a la sotana, se lo dio para que lo besara y se lo puso a la enferma, repitiendo: “Hermana mía…”.
Al cabo de un año, para agravar la situación, los médicos le diagnosticaron un tumor en la cabeza, y la dieron por desahuciada. Entonces, una de sus antiguas maestras consiguió convencerla de que hiciera una novena a Santa Margarita María Alacoque. El último día de esa novena, pocas horas después de haber recibido la Sagrada Comunión, la joven se puso de pie, totalmente sana. Era el primer viernes del mes de marzo.
El Jueves Santo del año siguiente, Gema, aún debilitada, practicaba en su cuarto la devoción de la “Hora Santa en compañía del Señor en el Huerto”, escrita por la fundadora de las Hermanas de Santa Zita. Terminada la oración, apareció ante ella la figura de Jesús Crucificado quien le decía:
“Hija, estas llagas las habías abierto tú con tus pecados, pero ahora, alégrate, que todas las has cerrado con tu dolor. No me ofendas más. Ámame, como yo siempre te he amado”. Impresiona constatar como la vida es seria: hasta las faltas de una santa causaron laceraciones en el cuerpo llagado del Señor.
Los estigmas
En otra ocasión, mientras le pedía a Dios la gracia de amar mucho, oyó una voz sobrenatural que le decía: “¿Quieres amar siempre a Jesús? No ceses de sufrir por Él en ningún momento. La cruz es el trono de los verdaderos amantes; la cruz es el patrimonio de los elegidos en esta vida”. Esas visiones, a la vez que intensificaban el dolor por sus pecados, le traían una gran consolación y aumentaba en ella el deseo de amar a Jesús y padecer por Él.
Un día, en la víspera de la fiesta del Sagrado Corazón, Santa Gema pierde los sentidos y cuando despierta se encuentra en presencia de la Santísima Virgen, que le anuncia que Cristo le daría los estigmas de su pasión. Luego es el propio Cristo quien se le aparece. Así lo cuenta la Santa: “Sus llagas estaban abiertas, pero no manaba sangre; de ellas salían llamas ardientes. En un abrir y cerrar de ojos esas llamas tocaron mis manos, mis pies y mi corazón”. La joven quedó arrodillada con fuertes dolores en las manos, en los pies y en el corazón, de donde goteaba sangre.
El fenómeno se repetía todas las semanas. Los jueves las llagas se abrían por la noche, permaneciendo hasta las tres de la tarde del viernes. El sábado, o el domingo a más tardar, de ellas sólo quedaban unas marcas blanquecinas.
Además de los estigmas, cuya existencia pocos conocían, eran frecuentes en la vida de Santa Gema otras manifestaciones sobrenaturales, como sudores de sangre e incontables éxtasis, que le ocurrían en cualquier instante. Eso hizo que las relaciones con sus tías, con las que vivía desde la muerte de su padre, fueran cada vez más difíciles.
La sacó de esa situación embarazosa la piadosa señora Cecilia Giannini, quien, admirada con los prodigios de la gracia en aquella alma, la adoptó como hija. En su nueva familia. Anotaban con precisión las palabras que profería en sus frecuentes arrobamientos y se maravillaban con los estigmas sagrados y las heridas producidas, ora por el látigo de la flagelación, ora por las espinas de la corona.
En junio de aquel mismo año de 1899, Gema tiene su primer encuentro con los padres pasionistas, prenunciado por San Gabriel de la Dolorosa. Gema había escrito al P. Germano Di San Stanislao, religioso pasionista, residente en Roma, cuyo nombre y fisonomía el Señor le había indicado.
El sacerdote, que estaba dotado de un gran talento y virtud, viajó a Lucca para conocerla, y pasó a ser un auténtico padre para la santa.
“Consummatum est”
El último calvario de la virgen de Lucca empezó en la Pascua de 1902. Su cuerpo, postrado en cama por una terrible enfermedad que la imposibilitaba de ingerir alimento, reflejaba las penas interiores que padecía su alma privada de todas las consolaciones y alegrías sensibles. “¿No sabéis que soy toda vuestra? ¡Jesús sólo!”, suspiraba Gema, en medio de un aparente abandono.
El Sábado Santo de 1903. Con tan sólo 25 años de edad, esta seráfica virgen se liberó definitivamente de las ataduras que la prendían a la Tierra y recibió su “recompensa demasiadamente grande” (Gn 15, 1), Dios mismo, Cristo su amado, por toda la eternidad.
(Con información de Revista Arautos do Evangelho, Abril/2011, n. 112, págs. 30 a 33)
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