lunes, 25 de noviembre de 2024
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San Pedro Armengol: bandido, fraile, ahorcado, santo

San Pedro Armengol es el modelo de la confianza. Incluso si estamos sumergidos en el fango profundo, donde nuestros pies no encuentran suelo firme, tenemos que confiar en Nuestra Señora.

sao pedro armengol

Redacción (27/04/2023 07:36, Gaudium Press) San Pedro Armengol nació en Cataluña en 1238, hijo del noble Arnau Armengol Rocafort. Sus padres eran muy cercanos al rey de Aragón, soberano de aquella región ibérica, y tenían entrada libre en la Corte.

Pedro recibió una educación esmerada, pero a medida que trascurrían los días decaía su moral y su piedad. Empezó a convivir con malas compañías y se desvió de los caminos del bien.

En vano, los padres hicieron todo lo posible por retenerlo. Pedro se desvió a tal punto que abandonó la casa de su padre, se metió en medio de bandidos, y allí se perdió por completo.

Con el tiempo, se convirtió en el líder de una banda de salteadores de caminos. Ladrón peligroso, asesino y fugitivo, si la policía del rey lo atrapara, seguramente sería procesado y ajusticiado.

Golpe de gracia

Sucedió, sin embargo, que, mientras vagaba un día por el bosque con sus compañeros de perdición, escuchó a lo lejos un toque de clarín, propio de la gente de la Corte. Imaginando el preciado botín que le proporcionaría ese séquito, Pedro decide atacarlo con su pandilla.

Nada más encontrarse los dos grupos, Pedro va en busca del jefe del destacamento y está a punto de asestarle un golpe cuando… se da cuenta de que es su propio padre.

Como golpeado por un rayo, el bandido permanece inmóvil, sosteniendo su brazo armado en el aire. Él, no su padre, había recibido el golpe fatal. Un golpe de gracia divina. Seguramente, en ese momento alguien, en algún lugar, debió estar rezando por él a Nuestra Señora…

Confundido y avergonzado, Pedro tuvo verdadera contrición por los pecados que había cometido. Como el hijo pródigo del Evangelio, se arrojó a los pies de su padre y le pidió perdón. Acabó siendo perdonado por el Rey, dejando para siempre el círculo de malhechores en medio del cual había vivido.

Entonces, con toda humildad, buscó a un religioso mercedario, a quien confesó los crímenes que había cometido y expuso los remordimientos que torturaban su alma.

En la Orden de Nuestra Señora de la Merced

Entonces Pedro pidió, por misericordia, que lo admitieran como mercedario. Los frailes decidieron aceptarlo, reconociendo su profundo y sincero arrepentimiento.

Era misión de los mercedarios trabajar por la liberación de los cautivos que vivían bajo el yugo de los infieles. En efecto, para cumplir su heroica misión, los frailes mercedarios no sólo se arriesgaron a vivir en territorio mahometano, sino que también hicieron un voto admirable: por amor a las almas, se ofrecían como rehenes, para ser canjeados por cautivos católicos que se encontraban en el medio de los moros.

Esta fue precisamente la forma de heroísmo adoptada por Pedro Armengol. Atendiendo a la voz de la obediencia, fray Pedro pasó varios años en el norte de África, en una existencia azarosa.

Cuando se disponía a regresar a España, supo que 137 jóvenes cristianos, esclavizados, yacían en las casas de sus amos expuestos a la depravación y al riesgo de perder la fe.

Fray Pedro, con devoción religiosa, buscó a los moros y negoció la liberación de aquellos cautivos. Los infieles exigieron mucho dinero. Una suma tan elevada sólo podía venir de España, lo que prolongaría aún más el tiempo de la peligrosa esclavitud de los jóvenes católicos.

Sin dudarlo, fray Pedro se ofreció como rehén en su lugar, hasta que le enviaran desde España la cantidad necesaria para el rescate. Los moros accedieron, imponiendo, sin embargo, la siguiente condición:

— Les damos a ellos un plazo para ir a España, recoger el dinero y enviárnoslo. Durante este tiempo usted queda aquí a nuestra disposición. Si el dinero no llega el día X, lo colgaremos.

Colgado de la horca, sin perder la confianza en Nuestra Señora

En sus insondables designios, la Providencia quiso poner a prueba al antiguo salteador de caminos. El plazo estipulado por los mahometanos había expirado. Furiosos, cumplieron su amenaza: ahorcaron a fray Armengol y, creyéndolo ya muerto, lo dejaron colgado de la cuerda.

Poco tiempo después, llega el barco con el dinero del rescate. Problemas de navegación habían determinado el retraso.

“¿Dónde está fray Armengol?”, preguntaron los emisarios. La respuesta del jefe moro fue aterradora:

— Llegaron tarde. Ha estado en el patíbulo, ahorcado durante tres días, como prometí. Indignados por la crueldad del infiel, los frailes querían ver el cuerpo de su hermano de hábito.

Cuando llegaron al patíbulo, se sorprendieron: fray Pedro, aún en la horca, estaba vivo, aunque pálido como un cadáver. (Conservaría toda su vida esa palidez cadavérica en el rostro: y en el cuello, bien visible, la marca de la cuerda.)

Nuestra Señora realizó el milagro de mantenerlo con vida durante varios días, colgado del árbol.

“La Virgen María, Madre de Dios y nuestra, pidió a su Santísimo Hijo que me guardara la vida, y habiendo obtenido este favor, la misma Reina Soberana me sostuvo con sus santísimas manos, para que con el peso de mi cuerpo no me ahogase en la cuerda que estaba suspendida”.

Pedro Armengol volvió a España y se retiró al pobre convento de Nuestra Señora de los Prados, en el arzobispado de Taragona, donde su vida fue una serie continua de virtudes heroicas y conversaciones familiares con la Reina de los Ángeles, a quien, agradecido por dicho favor, le profesaba tanto cariño que no parecía posible ni más reverente devoción, ni más filial ternura.

Agobiado por una grave enfermedad, sabiendo que se acercaba la hora de su muerte, recibió con fervor los últimos Sacramentos y entregó su espíritu en manos del Creador el 27 de abril de 1277.

Admirable modelo de confianza

San Pedro Armengol es uno de los más bellos ejemplos de confianza en el apoyo insondable de María Santísima. Colgado de la horca que debió matarlo, sobrevivió gracias al milagro logrado por la Patrona de su Orden, y mientras la soga le estrechaba el cuello, mantuvo siempre la admirable calma de quien se sabe objeto de aquella maternal y ayuda misericordiosa.

Por Plinio Corrêa de Oliveira

(Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Dr. Plinio n. 06 de septiembre de 1998).

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