lunes, 25 de noviembre de 2024
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San Fernando el Rey santo, nunca derrotado, siempre inclinado ante Dios

Amado por sus súbditos e incluso por sus enemigos, San Fernando consideraba el ejercicio de la realeza como una privilegiada oportunidad para glorificar a Dios.

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Redacción (30/05/2023 09:19, Gaudium Press) San Fernando de Castilla, el gran rey de España, nace un día aún no enteramente establecido, entre 1198 y 1202. Sus padres habían emprendido un viaje entre Zamora y Salamanca, y es en un cerro en medio del camino, donde ve la luz el que será fuerte rey.

Criado por su virtuosa madre Berenguela de Castilla, que tuvo que separarse de su esposo Alfonso IX pues el Papa había anulado el matrimonio por ser parientes muy cercanos, quiso ella transmitirle su pura savia católica, con la conciencia de que el niño estaba destinado a grandes cargos y grandes gestas.

La madre le contaba historias de Dios, le habló de Cristo, su vida y su pasión, y le decía que si algún día fuese rey, esto no era otra cosa sino una dádiva de Dios, y no debía imitar a otro que no fuese al Rey de reyes y Señor de señores, a quien debería rendir cuentas a su muerte.

Muerto el padre de Berenguela quiso esta hacer rey directamente a Fernando, y para ello fue coronado en el año 1217, en Valladolid, tras lo cual el joven rey se sumergió en la ardua tarea de gobernar el Estado.

He aquí cómo una de sus biógrafas describe el premio dado por Dios a sus esfuerzos: “El rey Don Fernando, en su incesante recorrer el reino administrando justicia, cada vez oía menos querellas y más bendiciones. Veía su Castilla, restañada ya la sangre de las heridas que le hicieran tantas guerras, pendencias y alborotos, fuerte y valiente, anhelando lanzarse de nuevo por la ruta que Dios, árbitro supremo de la Historia, le había marcado”.

A la muerte de su padre hereda la corona de León, en 1230, después de la no fácil renuncia de las infantas Sancha y Dulce, hijas del primer matrimonio de Alfonso. Pero Dios quería esos reinos unificados, para la labor que pronto comenzaría.

Los súbditos comenzaron a darse cuenta que no tenían solo a lo que hoy se llamaría un buen ‘administrador’ sino que este joven rezumaba de virtud sobrenatural.

Reservaba largas horas del día a la oración. Y cuando no bastaban a sus anhelos, entraba recogido madruga adentro, descansando sólo en coloquios con su “Consejero”, como llamaba a la reliquia del Santo Rostro de Cristo, venerada hoy en la catedral de Jaén. Los miembros de la corte una vez le insistieron que descansara más, pero el santo les respondió: “Si yo no velase, ¿cómo podríais dormir tranquilos?”.

Una discreta sospecha, acompañada de un murmullo que corría de boca en boca en el reino, difundía el comentario de que el Señor del velo hablaba con San Fernando, revelándole misterios del tiempo y de la eternidad. Nadie se aventuraba a preguntarle detalles al respecto.

No obstante, los hechos parecían corroborar la pía desconfianza, pues los planes del rey, audaces, inusuales e incluso humanamente temerarios, se cumplían con invariable éxito, como si sobrepasen los cálculos más sagaces y se identificara con la voluntad divina.

Nunca perdió una batalla

Sus campañas militares empezaron en 1224 y a partir de 1231 continuaron sin interrupción hasta el momento de su muerte. Fueron más de 20 años de esfuerzo bélico durante el cual las huestes castellanas recuperaron, entre otras, las ciudades de Córdoba, Jaén, Sevilla y Murcia.

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Nunca perdió una batalla, por muy desproporcionado que fueran el número o las fuerzas, hecho que llevó a Inocencio IV a llamarle “campeón invicto de Jesucristo”.

Usando el poder al servicio del bien

Al ver que su poderío político y militar se aventajaba cada día, San Fernando tuvo la virtud de no envanecerse por ello, tan seguro estaba que todo le venía de Dios y a Él pertenecía. Se ocupó en administrar sabiamente sus bienes, dándole a cada uno lo que era suyo, y a Dios más que a todos. Con ese objetivo, benefició con liberalidad las obras espirituales y materiales de la Iglesia, sentando las bases de las catedrales de Toledo y Burgos, que figuran como las mayores joyas góticas erigidas en suelo español. Ambas están dedicadas a la Virgen, a quien consagraba indescriptible afecto.

La justicia, a imagen de la justicia divina, debía ser impartida con rectitud. En su palacio de Sevilla llegó a tener una rejilla que daba a las salas de Audiciencia, a ver si los jueces eran rectos.

El rey de Valencia, Abu Zayd, recibió el Bautismo años después de conocerlo: “Comenzó amando al cristiano y terminó amando a Cristo”, dice una historiadora de este antiguo hijo de Mahoma.

Cuando la hora de su muerte, el 30 de mayo de 1252, ya tenía ganado no solo el respeto y amor de su pueblo, sino la inmortalidad, pues “cobraron respeto al rey, viendo que dentro de él había una sabiduría divina con la que hacer justicia” (1 R 3, 28).

(Basado en artículo de la Hna. Carmela Werner Ferreira, EP, San Fernado de Castilla: El santo rey victorioso)

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Bibliografía

GARZÓN, F. San Fernando – Rey de España . 4ª ed. Madrid: Apostolado de la Prensa, 1954, pp. 8-9. De hecho, algunos años más tarde, en 1214, nacería en Poissy su primo hermano San Luis IX.

FERNÁNDEZ DE CASTRO, Carmen. Nuestra Señora en el arzón . Vida del muy noble y santo rey, Don Fernando III, de Castilla y de León . Cádiz: Escelicer, 1948.

WEISS, Juan Bautista. Historia Universal . Barcelona: La Educación, 1927, v. VI.

LAFUENTE, Modesto. Historia general de España . 2ª ed. Madrid: Dionisio Chaulie, 1869, t. VI.

SÁNCHEZ DE MUNIÁIN GIL, José María, apud ANZÓN, Francisco. Fernando III – Rey de Castilla y León. Madrid: Palabra, 1998.

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