sábado, 23 de noviembre de 2024
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El Ángel de Portugal, Fátima y cómo el cielo fue preparando a los pastorcillos

«¡No tengas miedo! Soy el Ángel de la Paz”. Aquí están las dulces palabras pronunciadas por el Ángel de Portugal a los tres videntes de Fátima.

Anjo de Portugal ministrando a Sagrada Comunhao aos tres pastorzinhos Loca do Cabeco Portugal Foto Beatriz Nagaishi

Redacción (12/06/2023 10:42, Gaudium Press) Fátima, ubicada en el corazón de la Península Ibérica portuguesa, geográficamente pequeña, pero grande y honorable a los ojos de Dios, fue el escenario de una manifestación sobrenatural especial al principio. del siglo pasado.

En la historia de la salvación, Fátima marca el ocaso del segundo milenio y el amanecer de una nueva era para la humanidad. Tanto en el ámbito espiritual como en el temporal, hasta hoy, se escucha el eco de las revelaciones de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos, Lucía, Francisco y Jacinta.

En efecto, el año 1917 será sin duda un año que vivirá siempre en los corazones marianos; sin embargo, quiso Dios que tales apariciones de Nuestra Señora fueran precedidas por otras manifestaciones igualmente notables.

Volvamos la mirada al año 1915.

El ángel de la paz

Mientras la humanidad se agitaba por los tumultos de la Primera Guerra Mundial, cuatro muchachas pastoreaban sus rebaños por los valles de Fátima, rodeadas de olivos, robles y pinos, en medio de cerros pelados y pedregosos. En un momento, las pastorcillas vieron algo que les llamó la atención: Revoloteando sobre cierto árbol en el valle, vieron una nube muy blanca, “como si fuera una estatua de nieve, que los rayos del sol hacían aún más transparente” [1]. – explicó Lucía, una de las cuatro niñas.

Sin embargo, entre los meses de abril y octubre de este año 1915, en dos ocasiones más, se repitió la aparición.

En la primavera del año siguiente, Lucía estaba en la misma región, ya no con sus tres compañeras, sino con Francisco y Jacinta. Una ligera lluvia los obligó a refugiarse en un lugar conocido como Loca do Cabeço, donde, por primera vez, vieron claramente una aparición celestial.

Los niños acababan de rezar y estaban jugando cuando un fuerte viento sacudió los árboles. Admirados, vieron a un joven resplandeciente de luz y de sublime belleza sobre el olivar. Parecía tener unos quince años y su brillo se parecía al brillo del cristal atravesado por los rayos del sol. Estaba volando hacia ella. Así lo describió luego sor Lucía:

Cuando vino a nosotros, dijo:

– ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Oren conmigo.

Y, arrodillándose en el suelo, inclinó la frente hasta el suelo y nos hizo repetir estas palabras tres veces:

– ¡Dios mio! ¡Creo, adoro, espero y os amo! Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.

Luego, levantándose, dijo:

Ora así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas” [2].

Después de estas palabras, el ángel se retiró. Tal fue el ambiente sobrenatural y la magnitud del evento, que los niños permanecieron por mucho tiempo allí de pie, repitiendo la oración transmitida por el ángel. Tanto sintieron la presencia de Dios que no se atrevieron a hablar. Justo al día siguiente, esta atmósfera sobrenatural se calmó gradualmente.

La segunda y tercera aparición

En el verano de 1916, los tres primos de Lucía estaban en su casa. Estaban jugando en el patio, junto a un pozo, cuando apareció de nuevo el celestial joven de luz. En esta segunda aparición, el ángel vino a hacer un noble llamado a los jóvenes pastores, esta vez no sólo a la oración sino también al camino heroico del sufrimiento. Les reveló que los Santísimos Corazones de Jesús y de María tenían para ellos designios de misericordia.

Fue también en esta aparición que el embajador celestial les reveló quién era:

Soy vuestro Ángel de la Guarda, el Ángel de Portugal. [3]

A principios de otoño, nuevamente en Loca do Cabeço, tuvo lugar la tercera y última aparición, como narra sor Lúcia:

Después de almorzar, acordamos ir a rezar a la cueva, que estaba al otro lado de la montaña. Nada más llegar allí, de rodillas, con el rostro hacia el suelo, comenzamos a repetir la oración del Ángel: ‘¡Dios mío! Creo, adoro, espero y os amo, etc.” No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración, cuando vimos que una luz desconocida brillaba sobre nosotros. Nos levantamos para ver lo que pasaba, y vimos al Ángel que tenía en la mano izquierda un cáliz, sobre el cual colgaba una Hostia, de la cual caían en el cáliz unas gotas de Sangre” [4].

El Ángel dejó suspendido en el aire el cáliz y la Hostia, y se postró en tierra junto a los niños. Les hizo decir la oración tres veces con él:

– “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la Tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de Su Santísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, te pido por la conversión de los pobres pecadores” [5].

Concluida la oración, el ángel entregó la Hostia a Lucía, y Francisco y Jacinta el cáliz:

– “¡Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos! Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”.

Después de haber recibido la Sagrada Eucaristía, se postraron de nuevo con el Ángel y rezaron tres veces la misma oración. Tras ello, el Ángel desapareció. Los tres primos continuaron en la misma actitud, rezando esta misma oración, a tal punto que, cuando se levantaron, ya era de noche, y fue necesario volver a casa.

Así terminaron las celestiales manifestaciones del Ángel de Portugal, no sin dejar mucha paz y serenidad en el corazón de aquellas almas escogidas, preparándolas para la sublime y grandiosa revelación que pronto les haría Santa María. Estas palabras del ángel calaron de tal manera en Lucía, Francisco y Jacinta que, a partir de ese momento, comenzaron a cumplir su misión de víctimas expiatorias por los pecadores, a través de diversos sacrificios y una vida asidua de oración.

* * *

Que el Santo Ángel de la Paz infunda también en nuestros corazones este amor ardiente a Dios, para que seamos ecos fieles del mensaje de Fátima en nuestros días.

Por Jean Pedro Galdiño

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[1] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Fátima, Aurora do Terceiro Milênio. 3. ed. Lisboa: Companhia do Minho, S. A. Barcelos, 2000, p. 40.

[2] Ibid., p. 41-42.

[3] Ibid.

[4] Ibid., p. 43.

[5] Ibid.

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