sábado, 23 de noviembre de 2024
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Tips para no perder la fe en el caos de hoy, sin morir en el intento…

Ya no es posible negar que al interior de la Iglesia se sufre el caos de la confusión doctrinaria. Van algunos tips preventivos.

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Foto: Rachel Strong en Unplash

Redacción (10/07/2023 22:04, Gaudium Press) Ya no es posible negar que al interior de la Iglesia se sufre el caos de la confusión doctrinaria.

Un día entra uno a una iglesia que no conocía, justo había misa en ese momento, y bien, pues nos quedamos para asistirla. Llega la homilía, su buena enseñanza entra en nuestra alma, palabras que nos cuestionan y al mismo tiempo nos llenan de esperanza; y salimos renovados.

Al día siguiente, va uno a escuchar a otro ministro de Dios, en una capilla o puede ser vía internet, y para nuestra sorpresa, o dice cosas diferentes o hasta todo lo contrario de lo que se oyó el día anterior. Caos. ¿Y entonces qué? ¿A quién creer o qué creer?

Estas líneas solo pretenden ser unos tips (Tip: dícese – ya en muchas partes, y sin mucho respeto por la lengua de Cervantes – del dato o pista que ayuda en la resolución de un problema). Tips para este importante tema, trascendental, que es el del conocimiento acertado de lo que nos dejó Cristo; trascendental porque en ello se nos juega la vida y la salvación del alma…

El primer tip es… ¡rece! Por ejemplo, pídale a Dios que le ayude a rezar el Rosario, si es que aún no lo hace. Consiga un devocionario con oraciones para diversas situaciones, los diversos momentos del día, y rece para que Dios lo lleve a la verdad: Dios no va a negar sus luces a quien a Él humilde se encomienda, y mejor aún si es a través de su Madre Purísima.

Lea el Catecismo.

Leemos para estar informados, sea de la situación económica, o de cómo va el país, la ciudad, a veces hasta gastamos no poco tiempo fisgoneando en los últimos chismes de la farándula criolla. ¿Y vamos a regatearle a Dios el tiempo a leer lo que nos abre las puertas de cielo, de la buena eternidad? No creamos que la lectura del catecismo puede ser reemplazada por la homilía dominical.

Pero si es un mamotreto gigantesco, más grande que la Biblia… ¿a qué horas voy a leer todo eso?

Pues como se construye una casa, ladrillo a ladrillo, pasito a paso, página tras página. No hay que hacerlo en una semana. Y tampoco tiene que ser todo el Catecismo. Si lo puede hacer, mejor, que lo que nos ahorremos en pereza en esto, lo agradeceremos mucho en la otra vida.

Puede ser también el Compendio del catecismo, que es el mismo catecismo de Ratzinger y Juan Pablo II, pero presentado resumida y didácticamente a manera de preguntas y respuestas.

Pero si aún eso le parece excesivo, pues búsquese un catecismo más pequeño en una buena librería, pero de esos que ofrezcan garantías de fidelidad a la doctrina cristiana.

Cuidado con querer acomodar la doctrina cristiana a los caprichos personales.

El hombre es un ser que tiende a la coherencia, entre lo que cree y lo que hace. Y a veces, para querer justificar las malas inclinaciones, buscamos aguar o acomodar la doctrina, particularmente aquella que se nos hace más gravosa, más pesada.

No.

Es con el auxilio de la gracia que debemos luchar por acomodarnos a Cristo, y no querer que Cristo se acomode a nosotros, a nuestros caprichos, malas inclinaciones, malos hábitos, etc.

Leer también: La ignorancia de la gracia, el mayor tesoro del universo

Cuidado con las ‘novedades’.

Como decía un amigo, hay una cierta línea de teólogos (de los ordenados y de los que no) que parece que si en sus exposiciones o escritos no cuestionaran velada o abiertamente uno o varios dogmas, o bordearan y coquetearan con la herejía no se siente satisfechos.

Son de esos que creen que fue solo hasta hoy, hasta nuestros días, que la Iglesia se descubrió a sí misma, se dio cuenta lo que en verdad era y para qué servía, y se sienten con el derecho, la misión y el deber de reescribir todo, hasta la Escritura, de acuerdo a sus ‘actualizadas’ luces.

Pues no.

Es absurdo creer que el Espíritu Santo se equivocó o no se expresó bien o durmió durante veinte siglos, y solo ahora está rectificando. En eso estos innovadores se parecen – y no poco – a ciertos grupos protestantes, que creen que después de Cristo todo entró en hibernación hasta que aparecieron ellos.

Ojo con ciertas palabras talismán.

Hay ciertas palabras o expresiones, que nos revelan – no siempre, pero con frecuencia – que estamos en presencia de estos ‘innovadores’ que ahora descubrieron el agua tibia, que es más bien el agua envenenada del error:

Reacondicionamiento, volver a las raíces, redescubrimiento, descubrimiento, nueva metodología, revitalización, nuevo soplo, actualización, etc.

Es claro que el Espíritu Santo – que es como Cristo, el mismo ayer, hoy, y siempre – tiene riquezas infinitas muchas de las cuáles aún no habrá ofrecido a los hombres y a la Iglesia. Ahí están los nuevos carismas. Pero estas riquezas siempre guardarán relación con lo anterior, serán admirativas de lo anterior, no serán una ruptura con lo anterior, nunca manifestarán antipatía o inquina con lo anterior, se nutrirán de lo anterior, y sus novedades serán un desarrollo no un choque.

Ojo con los que nunca citan o desprecian a los clásicos.

Santo Tomás, San Agustín, los otros Padres, los doctores de la Iglesia, no fueron meros buenos accidentes en la Historia católica, sino torreones preparados por Dios para ir perfeccionando, embelleciendo y fortaleciendo su Castillo, la Santa Barca de Pedro. En concreto, la obra de estos dos santos doctores citados, deberá permanecer hasta el fin de los tiempos como guía segura para leer bien las palabras legadas por Cristo. El primero gigantesco, es también doctor de la gracia, y el segundo, que es doctor universal. La obra de ellos dos versó sobre todas las áreas de las ciencias sagradas, y de ellos sí se podría hacer un ‘volver a las raíces’ o ‘redescubrimiento’ bien importante, para alejarnos del caos actual.

Pero los innovadores heterodoxos no gustan mucho de San Agustín, menos de Santo Tomás.

Ojo con los que desprecian o menosprecian las tradicionales manifestaciones de la piedad popular, o las devociones tradicionales.

Me acuerdo una vez (juro que no estaba husmeando o haciendo de espía barato, fue una casualidad), cuando escuché a un importante prelado que en un círculo de conversación hacía la burla de un sacerdote, a quien se le había ocurrido el ‘absurdo’ de proponer como modelo de presbítero hoy al santo cura de Ars. El prelado soltó la broma, y los ministros circundantes sonrieron con una sonrisa forzada, en el fondo para no enemistarse con él.

Sin embargo bien harían muchos despistados en leer y releer la vida del santo cura Vianney, a quien le faltaba todo lo humano para el éxito, pero al que Dios le dio todo para alcanzarlo y ser una luminaria de la historiografía cristiana.

El Kempis, la Filotea de San Francisco de Sales, las vidas de los santos, ciertos catecismos clásicos que forjaron el alma de naciones como el Astete, son para estos innovadores oxidadas antiguallas que no deberían salir nunca del desván de los objetos olvidados, ni siquiera por mención.

El rosario, la medalla milagrosa, el escapulario, fueron cosas que sí, ocurrieron en un pasado ya muy remoto, pero que hoy el hombre usa frecuentemente más bien de forma mágica, no racional, según estos innovadores iluminados. Cuando nos topemos con esto, OJO.

Pídale a Dios y a la Virgen que le muestre y lo lleve hacia un buen guía espiritual.

Al final no nacimos solos, ni vivimos solos. Dios nos hizo sociables, buscamos establecer contacto con otros, y las relaciones humanas que entablemos influyen decisivamente y pueden ser determinantes para el curso de nuestra vida.

“Un amigo fiel es un refugio seguro, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo. 6, 14) nos dice uno mejores libros de aforismos sabios de toda la Historia, el Eclesiástico. Pero si este amigo, tiene luces especiales y fidedignas del cielo para ayudarnos a ir al cielo, pues ese es el mejor amigo que podemos encontrar.

Este ‘amigo’ puede ser una comunidad religiosa con la que establezcamos una especial relación, y, para no ser hipócritas, digamos que se procure una comunidad religiosa que nos dé la certidumbre de buena doctrina y tendencia actual y comprobada hacia la vida virtuosa.

Desmundanicémonos’.

El ‘mundo’ no ha sido nunca de Dios, ni siquiera cuando la Iglesia impregnaba mayoritariamente con su espíritu la sociedad.

Entendemos ‘mundo’ como cierto Olimpo de semi-dioses, de figuras prestigiadas por lo general de forma artificial, que son presentadas como modelo a seguir, como esos que sí encontraron la forma de vivir la verdadera felicidad, y cuyo espíritu clara o subrepticiamente termina estando bien alejado del espíritu cristiano.

Si no nos desapegamos de la admiración de mundo, es muy fácil que las máximas anti-cristianas de ese mundo terminen siendo las nuestras.

Establezcamos pues nuestro propio ‘mundo’, nuestras figuras admiradas, que son normalmente olvidadas, despreciadas o escarnecidas por el mundo en vigencia.

Este ‘mundo’ nuestro deben ser los santos de la Iglesia, o ciertas figuras verdaderamente grandes de la Historia (mejor si son cristianas), que realmente sí fueron poseedoras de virtudes y cualidades dignas de admiración e imitación. En fin, menos jet-set, menos farándula, menos stars y más historia.

Además en nuestros días también hay figuras de esas, dignas de legítima admiración. El ciberespacio, que es portador frecuente de ríos de basura, también puede ser el canal para llegar hasta esas figuras. Por ejemplo, hay sacerdotes con excelente formación que tienen sus canales por internet, y que hablan de muchos temas y son entretenidos. Hay personas de todas las ramas del saber y actuar humano así, que con muchísima frecuencia no son las más publicitadas, y que son las de mayor valía.

Hay que seguirse formando.

Como dice el dictado: Lo sabido por sabido se calla, y por callado se olvida.

Como el mundo constantemente nos está enseñando su catecismo, pues debemos contrariar este catecismo de satanás con el estudio y repaso renovado y constante de la verdadera doctrina que nos da la felicidad y nos lleva al cielo.

Entregarse a la Virgen.

Al final, Ella es la Reina de la Gracia y la Reina de la Historia. Además Ella vino a anunciar en Fátima que después de muchos vericuetos, callejones sin salida y ríos y mares tormentosos, Ella iba a triunfar. Entonces, estar junto a Ella es aspirar los vientos del futuro.

Pidámosle a Nuestra Señora que nos haga parte de su ‘mundo’, que nos proteja de las falsa máximas y doctrinas, que nos preserve la verdadera fe, y que nos introduzca en su Inmaculado Corazón para que ahí compartamos con Ella sus pensamientos, sus sentimientos y quereres, que no son otros sino los del Sagrado Corazón.

Por Saúl Castiblanco

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