domingo, 24 de noviembre de 2024
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San Benito, Padre de la Europa cristiana

Los benedictinos, sus hijos espirituales, con sus cantos, la belleza en la liturgia, la limosna a los pobres, y sus plantaciones, ejercían una sana influencia sobre los poblados.

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Redacción (11/07/2023 12:19, Gaudium Press) Recordando los primeros tiempos de la cristianización de Europa, nos deparamos con el gran Patriarca del monacato occidental, San Benito de Nursia – cuya fiesta es el 11 de julio – y sus monjes. En el silencio, la disciplina y el trabajo, en la oración, el estudio y el ceremonial litúrgico, acabaron cristianizando un continente, con su presencia desde hace mil quinientos años, hasta los días de hoy. La Orden Benedictina, en su expansión, “ha ejercido un influjo enorme en la difusión del cristianismo en todo el Continente”, decía Benedicto XVI (25-04-2005).

Este joven Benito, nacido por el año 480, al sentir el choque con la sociedad romana que lo rodeaba, se retira a la soledad al monte Subiaco, como ermitaño, a vivir en una gruta. Quién imaginaría que el futuro de la Europa cristiana estaba en semilla en un lugar desconocido de los hombres. No soportaba este joven, en su integridad de alma cristiana, el ambiente que lo circundaba, mezcla de barbarismo y decadencia moral.

En aquel siglo, calificado como la “edad de las tinieblas”, nacía este hombre Providencial, que reflejaba un tipo humano nuevo, suscitado por Dios, para la renovación de la sociedad. Él mismo, en sus primeros momentos, posiblemente no tendría claro el gran llamado de Dios.

En la contemplación, nace una civilización

En el 529, del Subiaco pasa a Montecasino, comenzando allí la experiencia de monjes, viviendo en comunidad bajo su Regla. Sus discípulos se expanden por todo el continente ejerciendo una influencia religiosa que llevó la conversión a la fe cristiana de varias naciones de Europa (Inglaterra, Alemania, Austria, Suecia, etc.). Benito se convierte así en el padre de una civilización que nace de la contemplación, del amor, de la escucha de la palabra. Lentamente su voz “se difundió por toda la tierra” (cf. Sal 19,4).

Los benedictinos –así comenzaron a llamarse sus hijos espirituales– en su accionar evangelizador, llegaban a los diversos pueblos fundando monasterios, en un lugar de preferencia desértico. La Regla, enseñada por el santo fundador, fue una “escuela del servicio del Señor” (Prólogo). Con sus cantos, la belleza en la liturgia, la distribución de la limosna a los pobres, sus plantaciones, ejercían una sana influencia sobre los poblados, marcando el ambiente con el “ora et labora”. Todo venía de aquel joven que dio un sí a un gran llamado.

Congregados con el tiempo en Cluny, especie de confederación de abadías y monasterios, dieron lugar al florecimiento de la Edad Media en materia espiritual, cultural, artística, a través de la irradiación de su mística, ideal de vida y virtudes, que transmitían como un agradable perfume a sus alrededores y en sus misiones apostólicas. Cluny, marcó presencia entre los hombres de su tiempo en “su ‘decoro’ (decor) y su ‘esplendor’ (nitor), decoro y esplendor que se admiran sobre todo en la belleza de la liturgia, camino privilegiado para llegar a Dios” (Benedicto XVI, 14-10-2009). Pablo VI lo proclama, Padre de la Europa Cristiana (24-10-1964), pretendía reconocer la obra maravillosa desempeñada por el santo y sus monjes, viviendo su Regla, para la formación de la civilización y de la cultura europea. Pero no sólo reconocerla, sino indicar un camino al mundo moderno en medio de las transformaciones culturales y religiosas que estaba sufriendo.

La renovación profunda es la espiritual

En nuestros días, advertía el Papa Emérito, los medios políticos, económicos, sociales, son considerados de destacada importancia; pero, se hace necesario también “suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente, de lo contrario no se puede reconstruir Europa” (14-10-2009).

Nuestro Señor Jesucristo hacía bien todo lo que tenía que hacer, invitando a los otros a imitarle, “sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Así también, el reflejo de la virtud de un santo, trae consigo correlaciones de todo tipo, repercutiendo con sus buenas maneras y bellezas en los que lo rodean. La Santa Iglesia tiene su máximo empeño, próximo y directo, en promover la salvación de las almas. Como corolario se empeña en favorecer toda forma de bien, de belleza, de dignidad de vida y de esplendor en la existencia de los hombres, dando así gloria a Dios y al mismo tiempo facilitando la práctica de la virtud.

San Benito fue como una “levadura espiritual”, y también por “efecto contagio”, dio lugar al nacimiento de Europa. Con su carisma y sus monjes, a través de los decenios, marcó la sociedad sacralizándola, “lanzando mano de la belleza, traducida en la liturgia, en los paramentos, en la música, en la arquitectura, en los trajes, en las costumbres; esas fueron las principales fuerzas propulsoras, de las maravillosas mudanzas sopladas por el Espíritu Santo” (Mons. João Scognamiglio Clá Dias).

Desde dentro de la vida eclesial, monacal, religiosa, se puede influenciar destacadamente a la sociedad, así lo han hecho los santos que, siendo “auténticos reformadores de la Iglesia”, como San Benito, “que a finales de la Edad Antigua creó un estilo de vida que hizo que el cristianismo superara la época de la invasión bárbara” (Ratzinger, La sal de la tierra).

El “fenómeno San Benito”, nos demuestra que se puede ejercer una influencia en el sentido positivo, bueno y santo. Es la extensión de los frutos de la Redención de Cristo, por todas partes.

Por el P. Fernando Gioia, EP

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica, 12 de julio de 2020.)

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